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Recuerda que a partir del año 2016 el proyecto ya se había asentado y nunca pensó en otro destino que no fuese Santander. El pasado miércoles, tras más de una década de un proceso que ha pasado por muchas etapas, convulsas y sosegadas, el Estado adquiría el Archivo Lafuente ... , considerado uno de los conjuntos documentales dedicados al arte moderno y contemporáneo más completos que existen en el mundo. Su artífice, el empresario, editor y coleccionista cántabro de origen gallego José María Lafuente (Lugo, 1957) hace balance de este tiempo en el que hubo momentos complicados. No obstante, mira al futuro convencido de que el acuerdo y la implicación del Museo Reina Sofía, a través del centro asociado, «es un hecho histórico que ayudará a dinamizar toda la estructura artística de la ciudad».
–El objetivo se ha cumplido. ¿Pero no resulta frustrante que aún no se entienda la importancia de estos fondos?
—Nadie del mundo del arte que haya conocido el Archivo a través de una visita guiada por nosotros ha salido defraudado. Antes al contrario, en la mayor parte de las ocasiones salen asombrados de los contenidos. Tenemos múltiples testimonios. Por eso, para mí no es frustrante. Es posible que si se juzga el Archivo desde el desconocimiento, y no me refiero en términos de arte solamente, se puedan emitir opiniones particulares que no tienen nada que ver con los contenidos del Archivo. Ahí no puedo hacer nada por evitarlo. Me parece que hemos hecho, y seguimos haciendo, un gran esfuerzo por mostrar el Archivo tanto en exposiciones como en visitas guiadas.
–¿Lafuente cómo define la, desde ahora, Colección Archivo Lafuente?
—A partir del año 2002, que se puede considerar la fecha fundacional del Archivo, he procurado evitar el término «colección». Si, en términos de arte, yo digo «Colección Lafuente» es probable que se deduzca que se trata de una colección de pintura, de dibujo, de gráfica o de fotografía, por citar algunas categorías. Y yo estaba haciendo otra cosa. Tanto la colección de Beltrán de Heredia como la de Miguel Logroño —bases de lo que vendría después en el Archivo— contenían muchos de los elementos antes citados, pero también otros: fotografías documentales, cartas, maquetas, libros, revistas, volantes, catálogos, carteles, manuscritos… Me decidí por el nombre de Archivo Lafuente a sabiendas de que podría resultar desconcertante en algunos momentos o, cuando menos, que requeriría una explicación. Circunstancia que hemos ido sobrellevando durante todo este tiempo, pero creo que también nos ha dado una singularidad y casi podría decir que ha motivado la curiosidad por ver qué había detrás de ese nombre cuando se habla en términos de arte.Hay personas muy destacadas del mundo del arte que después de visitar el Archivo me han comentado que el apelativo «archivo» le restaba valor a la colección que acababan de ver. Apreciación con la que no estoy de acuerdo. Cuando la Junta de Calificación y Valoración analizó este archivo, sugirió el nombre de «Colección Archivo Lafuente», con el cual yo me encuentro cómodo.
–Cuando mira atrás, ¿cómo valora ahora las críticas al proyecto?
—Las valoro desde la libertad de expresión. Seguramente que aquellas que han sido fundamentadas nos han ayudado a corregir algunos errores.Hay otras que las puedo entender, aunque entran en un ámbito del que no soy responsable. Yo me he limitado a proponer al Reina Sofía un acuerdo que pasaba, entre otras cosas, por el establecimiento de un centro asociado en Santander. De este hecho concreto, las críticas han sido casi nulas.
–Ahora ya se puede decir. ¿Pensó en algún momento en llevarse el Archivo fuera de Cantabria?
—Si consideramos que este proceso comienza en el 2012, es cierto que en la primera etapa, de 2012 a 2015, hubo momentos complicados. Llegué a pensar en alguna ocasión que no valía la pena tanto esfuerzo. Máxime cuando había instituciones extranjeras muy relevantes con propuestas concretas.A partir del 2016, cuando se firma el convenio por una duración de diez años, el proyecto ya había madurado y se había asentado y nunca pensé en otro destino que no fuese Santander.
–¿Y cuántas veces estuvo a punto de arrojar la toalla?
—Una única vez. Incluso tenía redactada y consensuada con el director del Reina Sofía una carta de renuncia del proyecto de Santander. Vengo de la empresa privada, del ámbito particular y creo que vivo con discreción. Participo desde hace muchos años de la vida cultural de Santander: conferencias, recitales, librerías, cines… Verme inmerso en un fuego cruzado, artificial a mi juicio, y ser noticia todos los días y, en algún caso, con acusaciones sin sentido, sin base alguna, fue muy complicado para mí. Hoy, lo percibo como una fase más que había que superar y que felizmente se superó.
–En lo que es un ejemplo de consenso, ¿no resulta incomprensible la ausencia del Gobierno cántabro en este proyecto?
—Creo que es una pregunta que no me corresponde a mí contestar.
A nivel estatal siempre nos hemos entendido con el Gobierno de España, fuese del color que fuese. Pienso que ha sido una ejemplar colaboración público-privada.
–¿Cómo se imagina el centro asociado en el Banco de España?
—Un centro abierto y plural para disfrutar y pensar sobre arte. Con dos vertientes: expositiva y de investigación. Donde haya una gran exposición temporal todos los años con fondos del Reina Sofía- Archivo Lafuente y una permanente que muestre contenidos significativos de ambas instituciones.
–¿Su equipo actual trabajará en la futura sede?
—De momento, y hasta que no esté construida la sede, el Archivo y su equipo seguirán en las actuales instalaciones. Por otra parte, nadie conoce mejor el Archivo que quienes trabajan en él y que han estado desde su fundación. En este cambio de escenario, quiero apoyarles para que sigan trabajando.
–Precio y valor. ¿Cómo puede medirse esa cantidad de 30 millones de la operación?
—Esta es una operación que viene avalada por la Junta de Calificación y Valoración. Un dato: es un conjunto de 140.000 elementos dentro de los cuales hay 20.000 obras originales. La valoración está hecha en base al sumatorio de los elementos que se han adquirido individualmente o de los conjuntos y archivos que han llegado completos. No está hecha a valor de mercado. De la primera valoración que entregamos en el 2015, base del convenio vigente, no se ha movido un céntimo. Es un pago diferido a once años. El Archivo se entrega totalmente catalogado por profesionales y en un excelente estado de conservación. Todo esto digamos que es la parte mensurable. Hay otro factor mucho más difícil de medir, que es la imposibilidad de encontrar hoy en el mercado gran parte de los contenidos del Archivo. Llegamos justo a tiempo, pero en el último momento de crearlo.
–Aquel coleccionista de arte que mutó en un relator de documentos, ¿en qué fijo su deslumbramiento?
—En que hay un mundo más allá de la obra de arte. Un espacio que complementa y ayuda a entender lo esencial del arte.
–¿Puede contar en síntesis como es el proceso de una determinada adquisición?
—Es muy variado y depende de la pieza y de quién es el propietario. Si la obra tiene carácter individual y viene de una galería, una librería o un particular, hay una negociación que se basa, la mayor parte de las veces, en el valor de mercado. Si es un archivo o un fondo extenso e importante, se produce una negociación que se puede dilatar en el tiempo y que tiene en cuenta dos factores: que el precio final sea justo para el vendedor y asequible para el comprador. Nunca hemos dejado de ponernos de acuerdo en un conjunto significativo.
–¿Dónde ha sido más ambicioso, como empresario, o como coleccionista?
—Como empresario es mi obligación ser muy cauto y prudente, ya que tengo la responsabilidad de hacer una empresa sostenible que aporte un medio de vida a las casi mil personas que de forma directa trabajamos en ella. Como coleccionista he podido transitar por caminos muy poco comunes. He contribuido a documentar una aproximación a la historia del arte moderno con base a sus fuentes impresas originales y dando relevancia a hechos, movimientos y artistas un poco orillados del canon oficial. Por otra parte, construir un archivo de archivos donde un número significativo de artistas son los auténticos cómplices de su desarrollo sí que creo que constituye un proyecto muy ambicioso y pionero de algún modo.
–¿Por cuál de sus colecciones siente más debilidad?
—Me resulta imposible elegir uno en concreto. Por unos tengo debilidad por la enorme dificultad inicial que tuve para adquirirlos en un contexto internacional: dadá, vanguardia rusa, Bauhaus, publicaciones de artista 1962-1978. Otros, por su carácter visionario, como es el archivo conformado por Ulises Carrión. Los hay que me apasionan por lo que significan para España, como el archivo Maruja Mallo, Eduardo Arroyo o Juan Navarro Baldeweg (MIT). Por su singularidad, el de Latinoamérica, el cual aporta una mirada de la que carecen la mayoría de los museos internacionales. Tampoco olvido y quiero destacar uno menos citado, el de Cantabria, compuesto por 14.000 piezas. Y, cómo no, el archivo de archivos agrupado en torno a la Transición y contracultura, que me ha permitido tener un contacto directo con todos los artistas o sus familias.
–Ha expresado su intención de seguir comprando. ¿Será un proceso más personal, en diálogo con el Reina Sofía?
—No lo sé. Probablemente sea otra cosa distinta, pero debo pensarlo y meditarlo bien. Tengo ideas e infinidad de propuestas, y necesito darme un poco de distancia.
–Estos veinte años, ¿han sido fruto de constancia, coherencia, azar también?
—Sobre todo han sido fruto de tener un plan. De perseguir la excelencia y de ser extremadamente rigurosos, de crear un clima de trabajo, confianza, seguridad, discreción y trasladarlo a nuestros interlocutores. Claro que también el azar, como en todos los aspectos de la vida, tiene un componente importante. Muchas veces se arman relaciones de las que, cuando reflexionas tiempo después, todavía te asombras de que se hayan producido. Aunque sepamos que al azar hay que ayudarle.
–¿Cómo cree que cambia el Reina Sofía al asumir el Archivo?
—Lo sitúa, en el aspecto documental, al mismo nivel que los mejores museos del mundo.
–Y del otro lado, ¿qué cree que aportará la 'marca' Reina Sofía a Santander?
—Es un hecho histórico y sin precedentes en la historia del Reina Sofía y de Santander. Ayudará a dinamizar toda la estructura artística presente y futura de la ciudad y constituirá una poderosa marca de atracción que ahora apenas entrevemos.
–¿El canon de la historia del arte se ve de otro modo con colecciones como la suya?
—En octubre del 2019, el MoMA de Nueva York reordenó de arriba abajo toda su colección. Fui invitado por el Museo a la inauguración previa. Más allá de las obras icónicas que forman parte de nuestra memoria, se crearon nuevos recorridos que ofrecían un aspecto hasta entonces orillado de la historia del arte, tanto en contenidos como en materiales: carteles, objetos, revistas, libros, afiches, fotografías documentales, diseños tipográficos… pasaban a formar parte de su exposición permanente. En nuestra colección figuran piezas idénticas a las exhibidas por el MoMA, en algunos casos tenemos los propios y únicos originales. Acompañamos con nuestra colección a completar otra forma de ver arte.
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