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Luciano González, hacía ayer balance de la semana. En los últimos siete días ha perdido cinco animales. «Te voy a decir lo mío, porque si me pongo también con lo de los vecinos no terminamos. Anoche mismo un potro menos, la anterior libré, el ... miércoles me levanté y otro muerto y dos mordidos. El otro anterior, otro más…». Este ganadero del pueblo de Santotís es uno de los muchos afectados por los ataques de los lobos en los municipios de Tudanca, Rionansa y el entorno de Carmona. El problema no es nuevo. Lo arrastran desde hace años, pero hasta el mes de noviembre era soportable. Entonces los episodios se volvieron cada vez más comunes y desde hace dos semanas hay uno diario. Sin llevar un control exhaustivo, llevan contabilizado más de una veintena en 15 días.
El crecimiento del problema no se debe únicamente a una cuestión cuantitativa, también cualitativa. Lo normal era que las manadas buscaran a las presas que estaban lejos de las zonas pobladas. Esa norma también ha cambiado en los últimos tiempos para el asombro de los habitantes de pueblos como Obeso o Cosío, donde también han sufrido los ataques.
«Yo tengo la nave en el pueblo y están entrando. Están matando dentro del pueblo, lo nunca visto», asegura González, quien apunta a que las manadas están perdiendo el miedo a las personas y tampoco les importa que las luces del alumbrado público estén encendidas.
Los afectados tienen claro que la causa es la falta de medidas para controlar las poblaciones de lobos en la zona y piden al Gobierno de Cantabria que ponga medidas, aunque reconocen que ya puede ser tarde: «Este año no va a quedar un animal vivo. Lo que tuvieron que hacer fue actuar en el pasado». Se refieren, principalmente, al aumento de los permisos para realizar batidas. Según apuntan, los agentes de Medio Natural les dan la razón. Él insiste en que a los animales muertos hay que sumar los que sufren mordeduras y quedan con heridas graves.
A veces se recuperan, pero en ocasiones tienen que hacer frente a los tratamientos y finalmente no salen adelante. Si le han afectado la zona central del cuerpo se pueden dar por perdidos, en cambio hay más esperanza cuando el daño es en las patas. Otras veces son los propios guardas los que recomiendan al ganadero que ni lo intente porque las posibilidades de éxito son escasas: «Que no me vengan luego los listillos diciendo que el lobo sólo ataca para comer. Son como los de la ETA, matan por matar. A los ecologistas querría yo ver aquí. ¿Con qué cara te quedas cuando estás todo un año trabajando y te levantas un día con eso?».
Además del aumento de las poblaciones, la otra causa que explica el crecimiento de los ataques es la época del año. Las yeguas y vacas están empezando a parir y sus crías son más suculentas y sencillas de atacar. Hasta ahora se habían alimentado de venados y jabalíes y ahora van a los potros. O a las becerras de José Manuel Gómez, de Tudanca. Su caso es aún más especial porque los animales tenían ya año y medio. Eran adultos. «Para matarlas tenían que ser muchos. Cinco o seis lo mínimo, imagínate», lamenta.
Se queja de que no se hace nada para evitarlo y también de que cuando ocurre los trámites para cobrar las ayudas son lentos. Para que se abra el expediente tiene que quedar algún resto del animal en la finca. No siempre ocurre. Ese documento va a la Consejería y de allí al seguro. A veces, la burocracia se prolonga por más de un año. «No sé de qué vamos a vivir si nos pagan una miseria y con tanto retraso», concluye. Un ejemplo, a su compañero Luciano, por un potro que vende por 600 euros, cuando le mata un lobo, le pagan 350 euros.
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