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Martínez Sieso baja las escaleras hacia la recepción del hotel de Áliva. Hace un rato allí lo han dejado sus rescatadores y ha decidido descansar unas horas antes de volver a casa. Tiene cara de cansado, pero está bien. De una noche que no olvidará ... le quedan sólo unos rasguños en el brazo. «Estoy bien, perfectamente», dice antes de empezar a contar lo sucedido. Ayer, a las ocho, no se presentó en el punto de encuentro en el que había avisado para que lo recogieran en un vehículo. «Eso disparó las alarmas». Al final, los rescatadores dieron con él en Cabaña Verónica. Cuando vio el gentío hizo señales con la linterna de su teléfono móvil. Ahí se terminó el susto. Algo deshidratado, pero nada más.
«A las nueve salí y le dije a la chica del Refugio la ruta que pensaba hacer. Tenía pensado subir por la Canal del Vidrio, que es una zona algo complicada y exigente. Después, mi intención era subir a Peña Vieja y luego bajar por la Canalona a la Vega de Liordes para después regresar en el teleférico». Esos eran sus planes y así los transmitió, pero la jornada le deparó cambios. «Estuve en la zona de las minas esperando a alguien. Aunque vaya solo, cuando paso por algún tramo algo más complicado siempre espero a que pase alguna persona o algún grupo», inicia el relato el expresidente. Y eso justo es lo que ocurrió. Se juntó con «un experto escalador» con el que completó la primera parte de su recorrido. No fue el único encuentro. Martínez Sieso se juntó después con un grupo de ingleses. Ahí cambió su ruta. Tras hablar con ellos, «en vez de bajar por la Canalona fuimos a la Vega de Urriellu». Pasaron un «rato agradable», comieron bocadillos y les 'vendió' «las virtudes de Picos». «Aunque no hizo falta, porque llevaban varios días muy buenos por aquí». En esa conversación, el también expresidente del Puerto cedió una de sus tres botellas de agua a los montañeros. «Siempre llevo de sobra. Llevaba tres botellas y uno me dijo si tenía suficiente. Hizo un día de mucho calor». Todo parecía en orden.
«En un momento en el que tuve cobertura, viendo que la jornada se alargaba y que era un recorrido largo, llamé al refugio para ver si podía esperarme un coche a las ocho en La Vueltona». Eran sus planes cuando, «estando en el Jou de los Boches» se despidió de sus compañeros de ruta. «Para llegar a las ocho tenía que darme prisa. Subir a Horcados Rojos, aunque no es peligroso y hay un cable, es exigente». Fue ahí donde empezaron los problemas. «Calambres, cansancio...». «Eché en falta el agua, me sentí débil. Me dio la pájara de los ciclistas». La consecuencia es que se retrasó para llegar al punto de encuentro y se le hizo de noche. Fue precisamente la oscuridad la que le llevó a «no arriesgar». «Hacía una noche estupenda, decidí parar a descansar y siempre llevo ropa de abrigo. Tenía en la bolsa de picnic que me habían preparado la peladura de un plátano. La corté en trozos y eso me dio margen».
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Lo siguiente en el relato fue el intento de dormir un rato. Por descansar, por tranquilizarse... «Pensé que era lo mejor, allí hay una zona de vivacs y lo conseguí». De hecho, para entonces, el operativo de búsqueda ya estaba en marcha. «Yo creo que el rato que estuve dormido debí coincidir con ellos y por eso no les vi, no les escuché», prosigue. Con la luna ya brillando («tardó bastante en salir») el camino quedó iluminado y Martínez Sieso tomó el camino de Cabaña Verónica con la idea de encontrar agua y algo de comer, y con la certeza de que tendría cobertura. Justo eso, la cobertura, le hizo consciente de la situación al ver los «cientos de mensajes en el teléfono». Exactamente a las 5.16 envió un mensaje a sus familiares. Lo siguiente fueron las señales con la linterna del móvil a sus rescatadores. «Me dieron agua, barritas energéticas y me tomaron la tensión. Estaba algo deshidratado, pero bien».
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Ya en el hotel y con ganas de ese par de horas en la habitación antes de volver, el expresidente quería agradecer el trabajo de los operativos («no sólo por lo que hacen, también por el trato y por hacer agradable la situación») y también del personal del refugio de Áliva, «que se preocuparon por mí en todo momento».
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