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A las ocho de la mañana la S-20 es un hervidero de deportistas. Ciclistas, principalmente. Atraviesan el asfalto máquinas sofisticadas impulsadas por músculos trabajados y también otras de paseo, casi oxidadas, que llevaban años guardadas en el trastero. Es la imagen más enérgica del Santander que desde el pasado sábado se echa a la calle cada mañana -uno de los dos ratos del día en que lo permite la legalidad en edades comprendidas entre los 14 y los 70 años- para tomarse la revancha tras más de cinco semanas de confinamiento en el que a más de uno le ha comido la ansiedad. La imagen se reproduce en El Sardinero, en todo el paseo de Reina Victoria, que permanece cerrado al tráfico, y en Puertochico y Centro Botín. En todos estos lugares se dibuja a esas horas una estampa de espacio concurrido que no se da de ninguna de las maneras en un día normal.
Lo malo es que estos impulsos repentinos, lógicos por otro lado después del encierro, están trayendo de cabeza al servicio de Urgencias del Hospital Valdecilla. Y es que una vez alcanzada la tregua con el coronavirus, cada vez más casos llegan al servicio para ser atendidos de fracturas, esguinces y roturas fibrilares.
«Son, en el fondo, patologías banales, pero que están generalizándose», explica el jefe de ese servicio en el hospital santanderino, Gonzalo Pérez. «También es algo normal en esta época del año, cuando comienza el buen tiempo. Es lógico lo que ocurre porque han dejado salir a la gente a la calle después de tanto tiempo y hay quien tenía muchas ganas de ejercitarse, especialmente en estos días en que está haciendo tan bueno», agrega.
María Ruiz - Paseante
Lidia Incera - Ciclista
Alguno pedalea tan fuerte que parece que fuera a cavar un hoyo en la carretera. Otro corredor a pie, extenuado, acomoda la cabeza, muy congestionada, bajo el chorro de una fuente; y otro se detiene en un banco a estirar un cuádriceps porque es tal el agarrotamiento del músculo que ya no puede dar un paso. Existe ansia de desfogue y se aprovecha al máximo el margen de cuatro horas establecido por ley para estar en la calle (de seis a diez de la mañana). Tanto que a veces se miden mal las propias capacidades. Cada día llegan de media más de veinte lesionados al hospital. «Estamos viendo esguinces, lesiones musculares y muchas fracturas de clavícula y de muñeca, porque son los huesos principales que se parten cuando se produce una caída de una bicicleta», concreta Begoña Busta, jefa del Servicio de Traumatología del mismo hospital.
«Conviene que la gente vaya con cuidado porque está habiendo mucho caso en niños y también en adultos. Hay hasta atropellos de bicicletas a paseantes porque el número de ciclistas se ha incrementado esta semana como nunca se había visto en la ciudad», señala Busta.
Salvando la excepciones, el grueso de cuantos circulan por la S-20 son ciclistas experimentados. En El Sardinero hay más calma, predominan el paseante y también los corredores a pie, como Silvia Verde. «Mi marca para hoy son unos 15 kilómetros. Aprovecho esta hora porque me gusta ir temprano, pero podría ir a cualquiera porque estando federada, puedo», asegura.
Incluso en el mar se nota actividad: «He estado nadando cincuenta minutos», cuenta Lorenzo González-Pinto, que asciende enfundado en un neopreno por los jardines de Piquío. «Quienes estamos acostumbrados a nadar y tenemos las piscinas cerradas, acusamos mucho la falta de este deporte». En el agua se encuentra también algún surfista y gente haciendo paddle surf.
Lidia Incera lleva cogiendo la bicicleta desde el sábado. Recorre varios kilómetros desde Cazoña hasta El Sardinero. «Lo único que necesitamos es que adecenten un poco los carriles bici que nadie respeta», reivindica. Y en el Paseo de Pereda la gente se echa sobre todo a andar. «Salimos a pasear más que a otra cosa porque por este entorno es lo más agradable. Las que paseamos tenemos lo bueno de que no nos vamos a lesionar», apunta María Ruiz.
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