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No son las diez de la mañana y en el desvío para El Corte Inglés si uno viene de Maliaño ya hay una cola importante. No queda otra que echar el coche a un lado y pisar el arcén para hacer fila y dejar paso ... a los que prosiguen. El acceso no da abasto. Desde ahí hasta encontrar un hueco en el aparcamiento del centro comercial –en la rotonda hay atasco también de los que vienen de Santander y de Nueva Montaña–, unos veinte minutos. Ni tan mal, porque a lo largo del día (y se repetirá hoy) hay momentos peores. De hecho, antes de las diez y media, la Policía Local ya pone conos en la glorieta (que a alguno, más que alivio, le produce cabreo). «Hemos llegado un poco después de las nueve y ya había cola. Todo en el último momento, ya sabes», saluda un conocido –en un día como este te encuentras a todo el mundo– junto a la sección de juguetes. La frase resume a la perfección lo que ocurre. En El Corte Inglés, en Valle Real, en el centro de Santander o de Torrelavega, en los grandes establecimientos comerciales de juguetes, muebles, deportes, tecnología... Las compras de los perezosos. Los Reyes poco madrugadores tienen que hacer magia. A la carrera. La Navidad en Cantabria también es esto. El 4 de enero, con las cabalgatas calentando motores, fue un día de mucha gente, de muchos coches, de bolsas (las cajas de los comercios dirán en el balance si muchas o pocas) y de carreras.
Darse un paseo durante la mañana por 'las zonas cero' del regalo deja siempre las mismas frases. «No hay más tallas, esto es lo que nos queda...», «vamos, que me falta por coger...», «calla, calla, que menudo estrés...». Todas son reales, de este jueves. Por los pasillos de El Corte Ingles había mucha gente hablando por teléfono. «¿Pero me está oyendo?», comentaba una abuela que hablaba con su hija mientras terminaba con los encargos a los Reyes para su nieto (que no tenía que escuchar nada, claro). Unos llaman y otros mandan fotos para ver si esto sí o esto no. Si el precio es asumible o se le escapa del presupuesto a Melchor.
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Lucía Alcolea
«Con esto ya termino, madre mía», le decían a una de las cajeras de la zona de juguetes. Estos días van a mil y les toca hasta hacer de psicólogos. «¿Tenéis más peluches aparte de estos?». Es eso y las inevitables colas. Pequeñas, pero muchas. Una para comprar un roscón (un señor se llevaba cuatro cajas enormes tras preguntar si tenía nata), otra en la caja de los libros, una más en la de recoger los paquetes de encargos por la web... «Menuda mañana», comentaban dos empleadas al cruzarse.
De allí a Valle Real. 11.45 horas. Para aparcar, lo mejor pasa por acudir a esas esquinas que, durante el resto del año, nunca se llenan (y que en estas fechas, por momentos, están abarrotadas). Por seguir con la enumeración de colas, unas treinta personas (entre abuelos, padres y niños) esperan la llegada de Sus Majestades de Oriente a la plaza del centro comercial (estaban, durante la mañana, de doce a dos). También hay fila ante el mostrador de la cafetería Bodi para hacer un alto y comerse un pincho o ante la vendedora de cupones de la ONCE.
Si uno se para y mira se aprecian perfectamente los tipos de clientes de un día así. Están los que deambulan por los escaparates y entre los pasillos de los establecimientos en busca de inspiración. No tienen aún nada pensado y saben que se les acaba el tiempo. Pero son poco activos. Están –ya se ha dicho– los que van de tienda en tienda hablando por teléfono pidiendo ayuda. También las que menean perchas en los expositores con velocidad compulsiva. Y esos que tienen una idea en la cabeza pero que no han dado con el modelo, el número de pie o la talla por dejarlo para última hora. A la lista hay que añadir este año los que están con gripe, pero que no han tenido más remedio que salir a encargar regalos porque no lo hicieron cuando estaban sanos (más de uno iba con mascarilla).
Y más frases típicas de un 4 de enero (todas reales, de este jueves): «Entra en esta, que seguro que aquí lo encontramos», «es que a ella le queda mejor el marrón», «fulanita es más fácil, pero a menganito, ¿qué le cojo?», «si es que tiene de todo...». Lo mejor, la reflexión que hacía un chico joven al teléfono, que no tenía claro que una gorra fuese la solución para esa persona querida: «Vienes el último día y con la idea de no regalar algo que parezca que lo has cogido a última hora y a todo correr». O ese matrimonio ya de cierta edad. Ella le enseñaba una prenda tras otra y él no lo ponía fácil. «Pero si eso es horroroso».
Centro de Santander. Tercera parada. El mejor indicativo para confirmar que hay mucha gente es la dificultad para aparcar. A la una, en el aparcamiento del Machichaco lucía el letrero rojo de completo. En el de Alfonso XIII, lo mismo. Y en el de la Plaza de Pombo, exactamente igual. Mucho tráfico, mucho coches en doble fila y muchos conductores dando vueltas.
En El Corte Inglés
En Valle Real
Por el centro de Santander
Decía hace unos días un comerciante del centro (de la tienda Vía Condotti, en Rualasal), que en estas semanas se levantaba mirando al cielo. Que un día de lluvia en una fecha clave puede suponer un 20 o 30% menos de caja (con agua, el centro comercial gana puntos). De eso no podrá quejarse nadie. El jueves estuvo soleado y hasta con una temperatura más de primavera que de invierno. Eso y las compras llenaron las calles. Lealtad, Rualasal, Juan de Herrera, la Plaza del Ayuntamiento... Pocos días del año hay tanto trajín en un día laborable y entre semana (otra cosa es que se compre o no, pero gente sí que había).
«Buscaba unas zapatillas y en el primer sitio que entré tenían el modelo y el número. Más suerte no se puede tener», comentaba una mujer que paseaba –ya liberada de los regalos– con una amiga por Calvo Sotelo bolsa en mano. Justo allí al lado –por rematar lo de las colas–, una fila ante la administración de lotería que dio un quinto en el sorteo de Navidad. Y otra en una tienda que vende Iphone o ante la caja del Zara Home. Lo típico.
Últimas frases típicas de la mañana: «A ver si en esta vemos algo...», «hoy lo tenemos que terminar todo», «tengo lo de mis hijos, pero me falta algo para las parejas de ellos», «es que ya no tienen nada»... O, como le decía una hija a su madre: «si no veo nada que me llame la atención, no voy a comprar por comprar».
Ya es hora de comer y esto de las compras a la carrera es agotador. Les quedan unas horas.
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