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Dicen que los ojos son el espejo del alma y nunca han expresado tanto como ahora. Desde que las mascarillas ocultaron las sonrisas, el mundo se entiende con miradas. Las que volvieron a cruzarse este miércoles en la residencia San Cipriano, en Santa Cruz ... de Bezana, fueron muchas y todas contaron una misma historia: la ilusión de reencontrarse en persona con los familiares mayores después de dos meses de miedo y angustia por la crisis sanitaria. «¡Cuánto te he echado de menos!», le decía María Jesús de Diego a su madre -también María Jesús, de 85 años- nada más verla. Una sensación «muy bonita» que se tradujo en lágrimas. «Yo he llorado y ella se ha emocionado», contaba después de terminar su encuentro de 45 minutos en un patio al aire libre donde colocaron varias sillas con más de dos metros de separación para mantener las distancias entre las seis visitas de la mañana.
Fueron lágrimas de alegría más que de pena y de otros mil sentimientos porque, después de tantas semanas sin poder verse, «se acumula todo». Y ayer fue el momento de soltarlo, «de explotar». De dejar a un lado la incertidumbre de, sobre todo, no saber qué iba a pasar o de pensar que, en cualquier momento, el bicho podía cruzar la puerta del centro. Y que, si ocurría algo, no habría despedida. Un miedo que «se ha esfumado nada más verla», contaba María Jesús de Diego.
La jornada de este miércoles fue la primera en la que las residencias de ancianos y dependientes de Cantabria recuperaban las visitas desde que, un día antes de decretarse el estado de alarma, cerraran sus puertas para blindarse contra el coronavirus. En este tiempo María Jesús y su madre se han comunicado por videollamadas con las que «lloraba porque era duro no verla». La nostalgia por no tenerla cerca ha sido una constante. Su madre tiene demencia senil y por eso muchas veces no entiende lo que ocurre. Eso sí, más de una y de dos se pone «de mala leche», decía De Diego, y cuando está así «me hace mucha gracia».
Eloína Ruiz | Familiar
Y sí, durante la visita se enfadó. Ese fue justo el momento de reírse porque es cuando «sé que está bien». Aunque ningún contacto puede compararse con la posibilidad de verse en persona, al menos el telefónico le ha dado «tranquilidad» durante la crisis. Mientras relataba su historia y recordaba los meses duros que han quedado atrás, María Jesús no pudo evitar que asomara alguna lágrima. A esa emoción, tan patente en sus ojos, le siguió un silencio que en cualquier otro momento se habría roto con un abrazo, pero que ayer se quedó en golpe de codo.
Como marca el protocolo publicado el martes en el Boletín Oficial de Cantabria, antes de entrar al centro los familiares se desinfectaron los zapatos, se cambiaron de mascarilla y se limpiaron las manos después de apuntar sus datos personales en una hoja. También les tomaron la temperatura. Las instrucciones las daba el personal de la residencia San Cipriano. Y si algo destacaron los familiares al salir es que allí son «una gran familia». Por eso se acumularon las palabras de agradecimiento por el cuidado y la atención que han recibido los residentes por parte de todo el personal. Ellos han sido los encargados de transmitir el cariño que no podía atravesar la pantalla. Una plantilla que ha trabajado duro para mantener al Covid-19 lejos de sus mayores y que no pudo disimular su felicidad con los reencuentros. «Han sido semanas duras», dice, y las primeras visitas son la recompensa detrás de tanto esfuerzo. Por eso ayer, allí, se respiraba felicidad.
María Jesús de Diego | Familiar
«¡Mira quién viene por ahí!», le decía una trabajadora a María García, de 92 años. Quien se acercaba era su hija, Eloína Ruiz, que antes de entrar reconocía estar nerviosa por no saber cómo iba a reaccionar su madre después de tanto tiempo. La mujer es muy mayor y ya «no entiende y no se entera», señalaba. «Ya era hora de que vinieras», fueron las primeras palabras que le dirigió mientras se emocionaba al verla de nuevo. Sí, la frase entrecomillada pilló por sorpresa a todo el mundo. «No he podido acercarme», intentaba explicarle su hija. Un momento que sacó una sonrisa a los presentes y que consiguió que la visita fuera «mejor de lo que pensaba», reconocía.
Antes de la pandemia, la residencia no tenía horario de visitas y Eloína se turnaba con sus hermanas para ir todos los días a ver a su madre, la última vez fue el 10 de marzo. Y en dos meses se han limitado a las llamadas telefónicas. Para ella lo más duro ha sido convivir con la sensación de «tenerla abandonada». Sabe que no es así porque nunca la ha dejado sola, pero la angustia ha estado ahí, al lado, durante dos meses. Lo importante es que «el cariño se lo han dado los trabajadores», contaba con una sonrisa que se intuía debajo de la mascarilla. Como sólo está permitido un familiar, Eloína no dudó en recuperar las videollamadas y, móvil en mano, puso en contacto a toda la familia. «Mira mamá, mira quién está ahí», le decía.
Cristina Martín | Familiar
Por fin juntas. Estar alejadas «ha sido muy duro y triste» porque, a pesar de que el centro se ha mantenido libre de contagios, «lo hemos vivido con incertidumbre». Lo que más tranquilidad le ha transmitido durante la crisis sanitaria era el grito de «resistiremos» que los trabajadores del centro le lanzaban en cada llamada. Y lo han cumplido. Pero el miedo regresaba cuando encendía la televisión y escuchaba las noticias y la situación de las residencias, que han sido las más afectados por el coronavirus. «Me preocupaba que si le pasaba algo no iba a poder despedirme», añadía. Ahora, en plena 'desescalada' le inquieta «ir muy rápido».
En los reencuentros -seis por la mañana y seis por la tarde- solo faltó una cosa, tener la oportunidad de dar un abrazo. Para Cristina Martín, esa fue la parte más dura de los 45 minutos que pasó junto a su madre, María Jesús, de 81 años. Ella no se daba cuenta de «que no veníamos todos los días», dice. Y casi seguro tampoco del parón de estos dos meses. No habla y por eso el contacto físico es tan importante, es la única manera de «sentir» la cercanía. «Me ha costado no poder darle un abrazo», reconocía emocionada Cristina. Antes o después, también eso volverá. Y, entre tantos sentimientos encontrados, ganas de que llegara este día y de volverse a ver, Martín no encontró la palabra para resumir cómo había ido su visita. «No sé cómo describirlo», contaba. Durante estos meses ha echado de menos a su madre y no poder ir a verla a pesar de vivir al lado «ha sido duro». Le ha mantenido tranquila saber que estaba bien cuidada. Ahora las familias esperan con ilusión la próxima visita.
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