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Los que mantienen viva la artesanía

Los que mantienen viva la artesanía

Lunes, 4 de septiembre 2023, 07:09

Cuatro artesanos cántabros cuentan su historia dentrode sus oficios. Comienzos, trayectoria y visión de cara al futuro, en unas profesiones que cada vez se ejercen menos debido a la falta de relevo.

  1. Pedro González Albarquero

    «Toda la vida he tenido la referencia de crear albarcas»

Pedro González (76 años, Puente San Miguel) lleva aproximadamente 25 años dedicándose a la artesanía de albarcas en su pueblo. Su curiosidad por esta profesión comenzó a una temprana edad: «Las empecé a realizar de crío y descubrí que me gustaba hacerlas». A pesar de esto, no pudo dedicarse a tiempo completo a ello hasta poco antes de jubilarse: «Tuve que ir a la mili y luego empecé a trabajar en una fábrica, por lo que no tenía tiempo suficiente». El artesano recuerda con cariño esas primeras albarcas que realizó: «Tendrían que ser feísimas», comenta entre risas con cierto aire nostálgico.

Pedro González, con unas de sus albarcas. Javier Rosendo

Se dice que la práctica hace al maestro y los años que Pedro González lleva en la profesión se aprecian. Con el paso del tiempo dice que «ha cogido el truquillo» al proceso de creación, realizando los tradicionales zapatos cántabros cada vez más rápido, a pesar de ser «un trabajo pesado que lleva muchas horas». El albarquero no sabe definir exactamente el tiempo que tarda en realizar un par debido a que mientras espera que se sequen las primeras, suele comenzar con otro par nuevo, haciendo que el proceso sea más dinámico y aprovechando ese tiempo muerto de secado entre los distintos procesos.

Para evitar que desaparezca la profesión cree que se deberían organizar talleres escuela

En relación al futuro del oficio, González no pudo evitar soltar un suspiro y enumerar a sus compañeros de profesión, todos mayores de 70 años. «A esta edad ya se hacen menos albarcas», señala. Con ello, el artesano resalta lo que para él es inevitable, la desaparición de la profesión: «Muchas cosas mejores o peores han desaparecido también». Como solución, cree que se deberían poner en marcha escuelas talleres para inculcar las profesiones de creación de los artículos más tradicionales de Cantabria a los más pequeños, como la artesanía de albarcas, rabeles o cuévanos, entre otros. En su caso, González cuenta con un nieto que tiene «un afán muy grande» con las albarcas, por lo que le enseña el oficio siempre que encuentran un hueco juntos: «Yo quiero que aprenda, pero mi nieto está estudiando y eso va por delante, así que no tiene todo el tiempo libre que se necesita».

También resalta la falta de ayudas en este ámbito, alegando los problemas que tiene él mismo para encontrar madera. «Ahora mismo no tengo con qué hacer un taco para una albarca», expone. Como solución propone que se debería avisar en los momentos de tala de árboles para que los artesanos se acercasen y aprovechasen esa madera para realizar estos artículos tradicionales.

  1. Atanasio Gallego Artesano de la madera

    «No hago rabeles por dinero, sino porque disfruto con ello»

Rabeles, panderetas, cascanueces, peonzas, cuencos… Estos son algunos de los objetos que Atanasio Gallego (91 años, Vioño) ha creado durante sus años como artesano. A pesar de que siempre ha sentido un interés por los trabajos de madera, señala que nació y creció en unos «años muy malos», donde había que trabajar para el vecino del pueblo. Por ello, empezó con la creación de rabeles hace tan solo dos décadas por medio de un cursillo para la tercera edad. Este curso le sirvió para retomar ese interés en la artesanía de madera, el cual fue ampliando con la creación de otros artículos. Resalta que sus piezas favoritas para realizar son las peonzas: «Porque tienen un proceso muy sencillo, metes la madera en el torno y enseguida está hecho».

Atanasio Gallego posa en su taller lleno de rabeles. Javier Cotera

El resto del aprendizaje fue de forma autodidacta. Gallego relata que empezó «haciendo cosucas» por su propia cuenta. Una vez jubilado, decidió comprar varias máquinas para adelantar el proceso de realización de objetos. Resalta esos primeros años, en los que por no saber utilizar la maquinaria perdió dos dedos de la mano: «Ahora las uso con mucho más cuidado», ironiza. Además de la madera, utiliza otros materiales, como cuernos de vaca, que pule para pintarlos; pieles de cabrito para hacer los parches de las panderetas; o cuero, con el que crea vasos para los jóvenes.

El artesano realiza todo tipo de objetos de madera, como rabeles, peonzas o juegos varios

Si se le pregunta acerca del futuro de la artesanía de rabeles y otros objetos típicos de Cantabria, Gallego es tajante: «No es una profesión con la que se gane mucho dinero, en las ferias se vende muy poco. Yo, por ejemplo, no lo hago por dinero, sino porque disfruto y me entretengo con ello». El artesano acude a estos eventos porque le gusta interactuar con la gente y porque allí acuden personas que sí valoran el trabajo hecho a mano. Sobre todo lamenta lo poco que se venden los distintos juegos para niños que crea: «A la juventud les gusta más el móvil y los juegos electrónicos». La pasión hacia las nuevas tecnologías y la facilidad de tener todo al instante, hacen que «la juventud no sienta curiosidad y no aprecie el valor del trabajo hecho a mano, un trabajo que lleva horas de dedicación».

A pesar de ello, él no se rinde y ha participado en diferentes talleres en el pueblo de Vioño. En ellos se busca acercar la cultura de la comunidad cántabra a los más jóvenes. También ha intentado enseñar el oficio a su nieto, pero este siempre le recuerda que él empezó a trabajar en ello una vez jubilado, por lo que «aún le queda tiempo».

  1. Tino González Tallista

    «Yo quería aprender, cogía una tabla y les imitaba»

En el caso de Tino González el interés por la artesanía comenzó como un asunto de tradición familiar desde niño. Un oficio que mantiene a sus 66 años, tallando figuras de escenas pasiegas o fabricando cuévanos. Este artesano de Cicero cuenta que creció acostumbrado a ver a su padre y a un vecino trabajar con materiales del campo. «Yo quería aprender, así que cuando les veía haciendo algo, cogía una tabla o un palo y les imitaba», recuerda nostálgico.

Tino González enseña una figura de una pareja de bueyes. Javier Cotera

Su primera creación fue un cuévano. «Mi padre los utilizaba para transportar hierba y maderos, en casa se necesitaban», dice. Pero la preparación es tarea laboriosa. Primero se deben encontrar los materiales y él mismo es quien busca en el monte las varas de avellano de las que posteriormente se deben sacar las tiras, para comenzar a cruzarlas. «Se puede tardar entre uno, dos o tres días, depende del tamaño –si es para una persona mayor, una niña...–, pero se venden muy bien», explica el artesano mientras hace uno en su taller. Este año tiene varios encargos de estos canastos regionales, principalmente como complemento a los trajes tradicionales cántabros.

Comenzó haciendo cuévanos y a trabajar con madera y piedra, como parte de la tradición familiar

«Después empecé a trabajar con la madera y la piedra, siguiendo la costumbre en casa, realmente dedicarnos a esto es lo que hemos hecho toda la vida», declara el tallista. Y con el tiempo. Tino González fue perfeccionando la técnica y el resultado final de sus figuras. Un hombre segando, personajes de mitología como el ojáncano, estelas y hasta casas montañesas de piedra. «Entre lo más vendido está la figura de parejas de bueyes. Sigo la tradición y también busco hacer cosas diferentes a la vez par atraer a la gente», comenta.

Lamenta que el riesgo de la falta de relevo llevará a la desaparición de esta profesión: «Los chavales no tienen interés en ello. Los míos vienen y dicen que bonito eso, cuando ven una pieza que les llama la atención, pero no quieren aprender a hacerlo, nunca me han preguntado 'oye ¿me enseñas a hacer esto?'».

Además, resalta las dificultades que los artesanos encuentran en su día a día trabajando –como la búsqueda de materiales o sus costes– y las pocas facilidades que se les da por parte de los ayuntamientos. Ante ello, González propone alternativas como poner un local en los municipios que sirva como centro de enseñanza «a los más pequeños sobre la tradición y conocimiento de su propia tierra y así conservar de alguna manera este trabajo, o su valorización».

  1. Vicente Cano Escultor

    «Ver las figuras terminadas siempre me llena de alegría»

La casa de Vicente Cano, en Voto, está llena de tallas que decoran las paredes o quedan almacenadas en cajas. Treinta y cuatro años de su vida han sido dedicados a la artesanía, oficio que aprendió de manera autodidacta. Pero hace ocho años que el cántabro colgó las herramientas y se mentalizó de no hacer más esculturas, siendo un ejemplo de como esta profesión se queda poco a poco sin relevos.

El escultor Vicente Cano, junto a una de sus obras. Javier Cotera

Un día, con un simple cúter comenzó a preparar un yugo pequeño: «En aquel momento no tenía ni herramientas, pero me salió bastante bien; hice otro, llegué a seis, siete, cada vez más grandes, hasta que alcancé el tamaño real», recuerda con nostalgia. Progresivamente, con encargos de amigos y familiares, Cano exploró las posibilidades de la madera de nogal y castaño –sus preferidas–, creando mapas, escudos heráldicos, estelas, o motivos relacionados con Altamira, pero, sobre todo, abundaron las figuras. «Lo que más me apetecía hacer era tallar la cara de una persona, pero tardé tiempo porque no me sentía seguro», señala el artesano. Hasta que llegado el momento, usó como «conejillos de indias» a su hija y a su yerno y contento con el resultado, ganó la confianza para comenzar a tallar bustos o perfiles de distintas maneras –tarea con la que más disfrutaba–.

Tras ocho años sin ejercer, es un ejemplo de la falta de relevo en el oficio de artesano tradicional

Ahora se dedica a andar, montar en bicicleta y cuidar de los nietos, pero todavía recuerda cada paso de su anterior trabajo. «Solamente utilizaba productos naturales para que no se perdiese el color ni el tono de la madera. Tallaba, daba un tratamiento contra la polilla, y finalmente cera de abeja que funcionaba como barnizado», explica Cano.

Al terminar el producto llegaban las mejores sensaciones: «Después del esfuerzo sientes la satisfacción al verlo y eso te llena mucho». Hace años, esa alegría se multiplicaba al verlo expuesto en salas por el Ayuntamiento –«era bonito compartirlo con el resto de gente»–, pero el declive de la artesanía ha complicado que eventos así continúen haciéndose. «Le dedicas muchas horas, luego cargas el coche, lo desmontas, vuelves a casa. Sin ninguna ayuda, no es rentable ni merece la pena hacer un viaje para nada», lamenta Cano. «La gente no valora el tiempo que lleva, a veces dicen '¡qué bonito!', pero eso es todo, tampoco se compra», añade.

De cara al futuro, cree que hay «muy pocas posibilidades» para este oficio: «No hay relevo, porque los pequeños tienen otros intereses y tampoco hay apoyos de ningún tipo, la artesanía está olvidada de la mano de Dios».

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