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«Manu fue un regalo. Decía; 'madre, ¿qué hay de comer?' Me encantaba eso de madre»

Otra cara del Día de la Madre

«Manu fue un regalo. Decía; 'madre, ¿qué hay de comer?' Me encantaba eso de madre»

En el Día de la Madre, las hay que no reciben la felicitación de sus hijos porque ellos ya no están. Rebeca no tiene físicamente a Manu (17 años) aunque le sigue teniendo. Beatriz pena cada día por Natalia (30 años) y su 'no accidente'. Mari Cruz se quedó sin Iván (21 años), pero no ha dejado de llevarle con ella

Violeta Santiago

Santander

Viernes, 3 de mayo 2024

Por un Día de la Madre, cuando tenía unos 10 años, Manu le escribió a la suya un papelito con unas palabras que ahora ella lleva fotografiadas en el móvil y que ahora puede leer sin quedarse sin voz. Aquel STV (de Santander de Toda la Vida) del Barrio Pesquero ponía frases como «eres la mejor del mundo, te quiero muchísimo y te doy las gracias por ser mi madre». No es literal, ni falta que hace, porque cualquiera se imagina al chiquillo pretendiendo dar una alegría a esta mujer que hoy atraviesa este domingo de mayo sin el que fue su único hijo. Ya es el segundo Día así: en julio de 2022 la moto del chaval se accidentó con un coche en la calle Marqués de la Hermida, en la esquina con Federico Vial.

Cualquiera reconoce el lugar, porque Rebeca lo llenó de girasoles durante meses para que no se olvidara «la luz que irradiaba» su hijo y, desde hace poco, aquella ristra de flores amarillas se ha sustituido por un girasol metálico en su recuerdo. Manu tenía 17 años el día del choque y se había despedido de su madre «con un abrazo» apenas una hora y media antes. Ella se fue a trabajar a Sierrallana, donde ejercía como auxiliar de enfermería. Allí recibió la llamada de su pareja: el chico había tenido un incidente grave. Al llegar a Valdecilla y confirmar lo peor, ella se desvaneció. «De repente, sabes que ya nunca nada será igual».

Porque empieza un rosario de consultas al psicólogo, «que es lo único que ayuda» y, en este caso, porque se había quedado sin la persona que la había atado a la vida. «Él vino a este mundo con dos misiones: la primera fue salvarme a mí. Al poco de nacer me separé de su padre biológico y salimos adelante los dos solos. La segunda fue acompañar a toda la gente con la que se cruzó: fue un niño positivo, muy protector, no podía ver una injusticia, tenía decenas de amigos».

Rebeca elije hacerse la foto en la habitación de su hijo. Esta nunca la habitó él: tras su accidente, ella cambió de casa, pero se llevó todo el nido de Manu a su nuevo hogar. Roberto Ruiz

El pensamiento de que su hijo «fue un regalo del que disfruté durante 17 años» la mantiene con la moral alta. Cuenta que «era risueño, cantarín, aunque también tenía carácter. Era un vacileta, poco interesado en los libros. Me preguntaba: 'Madre, ¿qué hay para comer'? Me encantaba eso de madre... ». Aficionado al fútbol y a las motos. «En el Bachiller duró un mes. Quería ponerse a trabajar. Entró enseguida de prácticas en el taller de Motos Bahía y se levantaba tan contento... Primero tuvo una scooter de segunda mano y, a los 16, se compró una nueva».

A menudo piensa que la velocidad de Manu por hacer cosas («en verano quería ir a todas las fiestas. Me decía: 'madre, no me dan los días'») era «algo del destino. Igual es que le hacía falta ir rápido porque sabía que se le acababa el tiempo.... Los suyos fueron años muy bien aprovechados, se comía la vida. Hay gente que vive 90 y no hace tanto».

En su memoria –y para contar el proceso de salida del shock– escribió un libro (Diario de una madre. 12 meses desde la partida de Manu) y ha creado una asociación de padres y madres con agujeros vitales parecidos. «En Cantabria no había ayuda especializada, yo la busqué fuera». Este apoyo le ha hecho ver que «el cordón umbilical nunca se rompe. Puede más todo el amor que yo le tengo a Manu que el hecho de que ya no esté. Sigo siendo su madre y él sigue siendo mi hijo. Tengo con él una relación emocional». ¿Por ejemplo? Ella no viajó de joven y le hubiera gustado que él empezara a hacerlo desde los 18, «así que cuando yo voy a algún sitio, él lo ve conmigo».

Ha llegado a este punto después de horas muy negras. «Al principio, no podía ni hablar. Los primeros meses fueron tremendos. Eso hay que vivirlo y darse margen para volver a ser una misma». Y es que, a medida que avanza el calendario, «te das cuenta de que, si estás aquí, es para seguir viviendo».

Por eso, Rebeca anima a las familias a tener todos los diálogos (los fáciles y los difíciles) con los hijos. «Hoy me consuela mucho pensar que entre nosotros dos no habían quedado conversaciones pendientes: yo le di la mejor infancia que pude y le dije mil veces que le quería». Incluso habían hablado de la muerte, porque ella tenía pareja (el hombre que ejerció de padre de Manu) y le explicó al adolescente cómo lo había preparado todo por si su madre faltaba en algún momento, que «por ley de vida debería haber ocurrido primero. Saber que nos dijimos todo es un alivio». Rebeca ahora se ha instalado sola en El Astillero y allí se ha llevado consigo toda la habitación, enterita, de su chico. «Entro allí a estar con él, a llorar, o a contarle cosas bonitas. Algunos no lo entenderán: me da igual, yo hago todo lo que me sirve para seguir adelante». Ese continuar lo está concretando en cuestiones prácticas. Ahora está organizando un desfile solidario para recaudar fondos para su asociación 'Luz y Amor'. Será el 17 de mayo en el centro cívico de Tabacalera de Santander y la recaudación se destinará a contratar apoyo psicológico para los casi 20 padres y madres que hacen piña en la agrupación. Se reúnen en un local de La Marga cedido por el Ayuntamiento. «Allí nos acompañamos en el duelo. Comunicarse con quienes están como tú sirve mucho».

«El cordón umbilical nunca se rompe. La existencia de Manu no se acaba con su desaparición. Yo sigo siendo su madre»

Poca comunicación mantuvo Rebeca con el conductor del coche que se accidentó con Manu. «Estuve un año esperando un simple 'lo siento' de su parte que hubiera demostrado su calidad humana. No llegó». La calidez que faltó por ese lado, se la encuentra a raudales cada vez que coincide con los amigos del adolescente, a quienes ha ido regalando algunas prendas de ropa y con quienes mantiene un hilo «muy especial». «Creo que ellos viven de forma más consciente a raíz de esto». La gente le pregunta si se arrepiente de haberle permitido una moto. «Y la respuesta es NO: le hizo tan feliz, estaba tan ilusionado...» Si la vida en común de ambos pudiera volver a empezar, se la compraría otra vez.

Beatriz de la Granja Madre de Natalia, treintañera fallecida en accidente en la rotonda de Corbán

«No he vuelto a celebrar ninguna fecha señalada, ni la Navidad. Sin Natalia, a mí el silencio me da paz»

Beatriz de la Granja, en la terraza de su casa de Liencres, posa con un libro de Frida Kahlo, una mujer que era inspiradora para su hija, una chica inquieta y gran lectora. Roberto Ruiz

«Darte cuenta de que pasan los días y ella no va a venir. El día a día, saber que no la vas a volver a ver... Eso es...» A Beatriz de la Granja se le quiebra el relato a menudo y eso que cuenta de corrido cómo intenta protegerse de la ausencia de una de sus dos hijas. Confiesa que muchos días no sabe en qué fecha está, «ni si es martes o miércoles», así que aún menos piensa en un Día de la Madre que lo único que podría hacer sería herirla más. Han pasado casi cuatro años del brutal choque de un vehículo –«trucado, un arma de matar», repite sin descanso– contra otro. En este segundo se desplazaban Natalia y una amiga. Fallecieron las dos y aquel suceso ha quedado en el imaginario de la ciudad como 'el accidente de Corbán'. Esta mujer vive con la marca de aquel día. Se nota en su forma de hablar, en cómo enlaza un cigarrillo con otro para poder contar que, desde que falta su hija, ha intentado aislarse lo más posible de todo. Es su forma de evitar que otros la ofendan con comentarios «vacíos o estúpidos» o con preguntas «que solo buscan el morbo».

«Cada cual pasa su duelo como puede, y a mí el silencio me da paz. Yo no he vuelto a celebrar la Navidad ni otras fechas señaladas, me dan igual. Mi otra hija –que es enfermera– respeta que haya optado por la soledad». A veces, solo a veces, le ayuda su sentimiento religioso, que va y viene «porque esto no es lineal. Hay momentos mejores y otros en los que te gustaría haber sido tú quien se fuera». Una madre ya mayor a la que atender y unos nietos a los que cuidar tiran de ella tras quedarse sin una Natalia que, de niña, había sido «una muñeca».

En la adolescencia, la cría conoció la enfermedad a raíz de la separación de sus padres y la incorporación de Beatriz al mercado laboral, lo que le hizo sentirse sola. «Pero remontó, sacaba buenas notas. Estudió Psicología en Salamanca, tenía una gran vocación de ayuda». Si la ves con los ojos de su madre, era «disfrutona, tremendamente sociable, con muchísimos amigos, muy viajera, gran lectora, curiosa. Su frase era 'a pesar de todo, viva la vida'. A mí me llamaba 'mami la dramas'». Este recuerdo es lo único que le saca una sonrisa. Natalia también era una belleza, según atestigua una fotografía en la que luce un vestido verde.

Mantiene hoy Beatriz que una de las suertes que tuvo la joven en su corta existencia fue su pareja, José, periodista. «Se veía mucho amor ahí. Eran confidentes, daba gusto verlos juntos. Vivían muy cerca del cruce en cuestión». Él ha abierto un centro de atención sanitaria en Guatemala a la memoria de su chica que se llama '13 de agosto', día de su cumpleaños. A De la Granja le reconforta que un lema de la ONG sea 'piensa, cree, sueña y atrévete'. «A ella le hubiera gustado», asegura.

«A lo que le sucedió a mi hija no se le puede llamar accidente. Si has bebido y te pones al volante, tu coche es un arma y puedes matar»

Por contra, Luis Echevarría –el conductor del coche que embistió el de las dos amigas– fue su desgracia. Esta madre ni puede ni quiere entender que alguien «que ha matado a dos jóvenes porque conducía bebido y a más del triple de la velocidad permitida» salga de un juicio «de rositas y se vaya para su casa. ¿Cómo se puede llamar accidente a lo que ocurrió? Si te pones al volante en ciertas condiciones, no llevas un coche, llevas un arma y puedes matar». Ese hombre, dice, «iba a una velocidad temeraria, con un vehículo trucado. Se sabía que estaba jugando a la ruleta rusa... Y salía así a unas carreteras que son un espacio común... Las señales de tráfico son vida para todos, hay que respetarlas. Porque si matas a alguien, no hay marcha atrás».

No la hubo en la UCI, donde Natalia entró un día de finales de julio de 2020 y ya no salió. Cumplió entre sus paredes los 30 años, siempre arropada en el entorno hospitalario por decenas de amigos, «que no dejaban el lugar ni día ni noche», esperando unas buenas noticias que nunca recibieron. Cuando hubo que despedirla, un mes después del siniestro, sus cenizas se llevaron a La Picota. «Yo no he podido volver a subir allí nunca más».

«Natalia me llamaba su 'mami la dramas' y una de sus frases favoritas era: 'a pesar de todo, viva la vida'. Era muy disfrutona»

Beatriz no ha tenido una existencia regalada. Su padre murió cuando ella tenía 11 años y su matrimonio con el padre de sus dos hijas se rompió cuando ambas eran aún pequeñas. Hoy, trabaja para una familia y se siente cómoda y valorada. «Tienen cuatro niños buenos, educados, cariñosos». Los lleva al colegio. Pasa por la rotonda donde mataron a Natalia y reza en silencio.

Mari Cruz Abascal Madre de Iván, muerto en accidente enla N-629, entre Colindres y Ramales

«Iván era súper movido, muy trasto: por el Día de la Madre cogía flores de cualquier jardín y me las traía»

Su madre lleva una camisa de cuadros que pertenecía su hijo. En el antebrazo se ha tatuado una frase que él le escribió de niño. Roberto Ruiz

La coraza de Mari Cruz es pensar que Iván «se ha ido de viaje. Que está en un sitio bonito y por eso no ha vuelto». Porque, afirma, «el tiempo no cura» la despedida repentina y traumática de un hijo, «solo ayuda» a llevarlo. «Ni un solo día dejas de pensar en él» y eso que –asegura– desde que le perdió en una carretera negra (la nacional 629, en el tramo entre Colindres y Ramales de la Victoria) ha hecho todo lo posible por seguir adelante por sus otros dos hijos, Jonathan y Nicole, que hoy han cumplido ya 20 y 32 años, respectivamente, seis sin su hermano. «Puede parecer una tontería, pero todo te lleva al hijo que no está. Empecé a jugar un número fijo a la lotería los jueves y la cifra es 96223, la fecha en que él nació».

El mes de febrero, desde entonces, es «siempre atroz: el accidente, era su cumpleaños poco después... Estaba a punto de cumplir los 22. En realidad, desde Navidad es horrible. Esos días ya nos falta en la mesa». En verano también quedaría su hueco si se hubiera seguido haciendo la foto de todos los primos de Madrid, «que ya no se hace», suspira una madre que, en los primeros tiempos tras el accidente hablaba con su hijo por las noches. «Si hacía frío le decía: tápate bien». «Esto solo lo puede entender quien ha tenido esta pérdida. Me da pena pensar que él había empezado a asentarse después de unos años difíciles. Estaba empezando a vivir».

El adiós ha quedado para siempre en la piel de la familia. Sus dos hermanos se tatuaron en su memoria y Mari Cruz lleva en el antebrazo unas líneas en las que él le declaraba su amor. Se lo ha grabado con la misma letra infantil con que lo conservaba, con sus faltas de ortografía y hasta sus tachaduras. Dice: «TE Quiero como si serias la Brisa de mi corazon. Te quiero (como) Asta el fondo del Alma».

A ella ese parrafito le retrata al hijo que «era una bomba de relojería desde que nació, muy trasto, súper movido: no le podías quitar el ojo de encima porque te la liaba en medio minuto». ¿Se acordaba del Día de la Madre? «Se colaba en cualquier jardín, cogía unas flores y me las traía».

Mari Cruz y sus dos hijos mayores vivieron un tiempo con la madre de ella, en la Junta de Voto, tras haberse separado del padre de sus dos hijos. «En Bádames está su habitación. No puedo ir allí. En la Junta le veo a él en cada rincón». Luego se trasladaron a Ampuerto, donde Iván «se juntó con malas compañías» y hubo que alejarle del pueblo. Le mandaron una temporada a un convento en el País Vasco donde cayó bajo la protección de sor Leire. Cuando volvió a Cantabria, se metió en un curso de fontanería y calefacción «y se lanzó a chapucear». A esta altura, Mari Cruz rebosa orgullo: «Se echó novia y, al principio, iba en autobús a la empresa de canalones que le cogió para hacer las prácticas. Luego acordó con uno de los trabajadores compartir coche para ir y volver...»

«Después de irse Iván, busqué a mi padre, al que no conocía, porque era uno de los sueños de mi hijo, conocer a ese abuelo. Ya había muerto»

Tiene grabado a fuego el momento en que se enteró de que Iván era uno de los muertos de un suceso grave. Había oído algo, aunque no le dio más importancia. «Le dejé la cena hecha en casa, por si llegaba en ese rato, y me fui a buscar a mi hija al gimnasio. Allí estaba cuando me llamó la Guardia Civil y me dijo que no me moviera. Me puse en lo peor». A partir de ahí, todo muy confuso, aunque tuvo que tomar decenas de decisiones «para las que nadie te prepara. Estás en una nube, diciendo todo el rato 'no puede ser, no puede ser'».

Pero era. Y en lugar de sentarse a cenar, hubo que ir pensando en elegir un ataúd. Mari Cruz se dio cuenta después de que le hubiera gustado donar los órganos de su hijo, pero en el momento «no reaccioné». Todavía tiene sus cenizas en casa y ha pedido a los suyos que, cuando le llegue a ella la hora, las tiren con las suyas. Los dos mezclados, en el mismo sitio.

Iván se apuntó algunos logros después de aquel 1 de febrero. Al irse, su madre inició la búsqueda de su padre (el de ella). «Soy hija de madre soltera y nunca, nunca, se habló de mi padre. El crío, sin embargo, tenía gran curiosidad por ese abuelo. Así que pregunté por él para cumplir su sueño. Pero poco antes de que le encontrara había muerto».

También ha viajado a lugares que tenía pendientes su hijo («una forma como de hacer algo con él») y, sobre todo, sabe que ha conseguido seguir a flote «gracias a Aitor (su actual pareja). Sin él no sé qué hubiera sido de mí». «Es que el sufrimiento ha sido grande. Les llegué a decir a Nicole y Jonathan que no tuvieran hijos para que no pasaran por algo así si los perdían», se asombra.

Por el conductor del coche, cero rencores. «El otro fallecido también dejó atrás una familia». Y cree que, hasta «lo de Iván», era religiosa. «Pero ni sus hermanos ni yo hemos vuelto a entrar en una iglesia. Estoy como enfadada con Dios».

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