La marca de un mordisco de arena

Ahora en Los Peligros (Santander) hay una puerta a la vista. Es un lugar curioso que antes no se veía. Estaba sepultado, cubierto. Una puerta pequeña y roñosa, la entrada a una reducida construcción de hormigón. A los pies del peñasco por el que descienden las escaleras que llegan hasta La Horadada. Esa zona, estos días, es -salvando las distancias- como una excavación egipcia. A medida que se va la arena aparecen más cosas. Descubrimientos para los más jóvenes. La diferencia es que aquí el arqueólogo, el que excava, es el Cantábrico. El mar.

El puentuco que asomó hace año y medio, por ejemplo, ahora se ve entero. Bien largo, en zigzag. Para los que pasean es como si hubieran instalado una atracción nueva. Está al lado de la puerta metálica. Igual que los ocho escalones antiguos de una escalera que nada tiene que ver con la que hay ahora para bajar desde Reina Victoria. O una pieza redonda que el martes un señor preguntaba si era la base de una ducha y que ayer los operarios cubrieron con una tela o pieza roja por seguridad.

«Mira lo que se ha llevado», comentaban dos hombres que bajaban por allí al ver el talud que se ha formado en los 'cimientos' de la ladera. Y tanto que se ha llevado. El que escribe -que ronda el 1,70- con el brazo extendido hacia arriba no alcanzaba al tope del desnivel. Así que el paseo por la playa tiene este mes dos alturas. Que el mar muerde queda claro al pasear dos días por el mismo sitio. El martes habían colocado los tablones de la pasarela que recorre el arenal que se habían salido de su sitio en una pila. Otros quedaban todavía colgando. Ayer, tras otra jornada de olas y una marea importante (aunque ya menos viva que las del arranque de la semana), en vez de una pila había tres.

Así que la alcaldesa, Gema Igual, ha explicado estos días que han vuelto a pedir, un año más por estas fechas, a la Dirección General de Costas los rellenos de arena en Los Peligros y La Magdalena, que ahora «no tienen absolutamente nada». Para evitar -dijo- que «cualquier pequeño temporal las empeore» y entonces «no vayamos a tener playa para Semana Santa». «Es que mira lo que se ha formado al otro lado», contaba ayer un caminante señalando hacia La Fenómeno, el arenal que se forma casi ya a la altura del Museo Marítimo.

Y si hablamos de más cosas colgando, en La Concha (también en Santander), así estaban los dos accesos a la playa. Justo eso. Colgando. Con gente haciéndose fotos para hacerse a la idea de la altura (por encima del metro y medio). «Nada, entró un poco de agua y de arena, pero nada más», comentaban allí al lado, en el BNS, acostumbrados al sufrimiento cuando pasan estas cosas. Y algo parecido comentaban en el Cormorán. Allí, en la Segunda, lo curioso era ver paseando a la gente sobre la capa gruesa de arena acumulada sobre las baldosas. La marca para saber hasta qué sitio llegaron las olas. Como las que se hacían en los marcos de la puerta para ver cómo habían crecido los críos.

Peor suerte, eso sí, sufrieron en otros puntos de Cantabria. La ola más alta alcanzó ayer una altura de 6,33 metros y el desgaste de varios días seguidos pega que te pega se notó en varios lugares. En la capital se vio, por ejemplo, como la ola quebraba en dos la lengua de arena de El Puntal. Y en el Ayuntamiento de Castro Urdiales anunciaron el traslado a Costas de un listado de incidencias. Desperfectos en la zona y el paseo de Ostende, en la Cruz de la punta del Rebanal o en algunas playas de las pedanías. Esperan arreglos, dicen, «a la mayor brevedad».