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Avista de pájaro, el 14 de julio de 1997 las céntricas calles de Santander quedaron tomadas por una marea blanca. Miles de ciudadanos alzaron las manos teñidas de ese color para gritar «¡basta ya!», para corear el nombre de Miguel Ángel Blanco y para condenar la barbarie del terrorismo con una fuerza inédita hasta entonces. Santander se convirtió, como tantas ciudades del país, en parte de ese clamor popular que cambió el curso de la historia de la banda armada ETA. «Esto marcará un antes y un después», afirmó en aquel entonces el presidente de la Comunidad, el popular José Joaquín Martínez Sieso. Hoy en día, con la perspectiva del tiempo, son muchas voces las que coinciden en este hecho.
«Fue un momento en que el sinsentido de la barbarie del terrorismo quedó más patente que nunca. Mucha gente, incluso algunos de los que en un inicio habían llegado a consentir la violencia, le dieron la espalda», recuerda Javier Rodríguez, presidente de la Asociación Cántabra de Víctimas del Terrorismo (Ascanvite).
No hubo quien no mostrase un gesto de reprobación a lo sucedido. En la región se sucedieron los actos, los minutos de silencio, la lectura de manifiestos... Todo se paralizó cuando el reloj marcó las doce del mediodía del 14 de julio. Toda la actividad laboral se detuvo durante diez minutos en solidaridad con el edil asesinado. Miles de trabajadores se sumaron a la convocatoria realizada por las centrales sindicales y se echaron a la calle para testimoniar su radical rechazo al terrorismo.
Centros públicos, hospitales, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), empresas, oficinas, comercios y todo tipo de establecimientos de la comunidad autónoma hicieron un parón para que sus trabajadores se concentraran en silencio. Muchos de ellos portaron lazos negros en señal de duelo y numerosos edificios públicos mostraron crespones para simbolizar el luto.
En Santander, los autobuses urbanos que cubrían sus líneas regulares detuvieron su marcha. Y en La Albericia, en el lugar donde aún seguía muy vivo el recuerdo del asesinato de tres personas tras el atentado perpetrado por ETA en febrero de 1992, se reunieron cerca de doscientas personas en silencio, que quedó roto sólo por los aplausos.
La reacción popular fue tan enérgica que llegó a haber altercados. «Fue, por así decirlo, el primer momento en que fueron ellos, los terroristas, los que temieron por la reacción general de la gente, porque iban a por ellos», revela Rodríguez. Fue el primer impulso, el más primario. La reacción posterior fue más serena, y al tiempo más sólida. «La sociedad en general, incluso algunos de los que llegaron a apoyarlos en este sinsentido, se dieron cuenta de que esto ya no podía seguir. Fue el momento en que se fundó el Foro de Ermua, en que se acabaron las excusas para matar; si es que alguna vez alguien pensó que las había».
Por eso ahora, cuando han transcurrido 25 años del triste día en que los asesinos abandonaron a Miguel Ángel Blanco en el bosque con dos balas en la cabeza, es más importante que nunca no confundir el relato. «En España está sucediendo lo que no pasaría en ningún país europeo, y es que los asesinos sean ahora los que den lecciones de democracia y que sean ellos los que reescriban la historia», protesta el representante de las víctimas del terrorismo en Cantabria. «Quieren cambiar el relato y que se homologuen las víctimas y los verdugos; pero no va a suceder. Ese papel que quieren vendernos no es válido y no lo vamos a comprar. La memoria tiene que ser justa en el sentido de que tiene que ser real. Hay que recordar lo que sucedió, tal y como sucedió», zanja Rodríguez.
En el preciso momento en que le comunicaron que Miguel Ángel había muerto, José Joaquín Martínez Sieso, entonces presidente de Cantabria, corrió al Ayuntamiento de Ermua para estar presente en la capilla ardiente. «Todavía conservo ese traje que llevaba puesto y no me lo he vuelto a poner. Conserva el olor a tristeza, a rabia e indignación, a la tensión vivida en aquel momento», recuerda.
Fue la crónica de una muerte anunciada que en el fondo nadie quería creer y en el retrovisor pesaba la liberación reciente de José Antonio Ortega Lara, que según muchos expertos tuvo que ver en la postura inflexible de la banda, como si de alguna manera al joven concejal le hubiera tocado ser la revancha de los terroristas.
«El asesinato de Miguel Ángel fue el comienzo de la reacción al disparate que estaba cometiendo ETA. Hizo que la mayoría de los vascos y españoles superaran el miedo ante una situación que se estaba demostrando cada vez más disparatada», asevera Sieso.
En esa misma capilla ardiente estuvo también presente el que entonces era alcalde de Santander, el también popular Gonzalo Piñeiro. De todos los recuerdos de aquel día el exedil recupera imágenes que se le quedaron grabadas para siempre. «Esas calles del pueblo de Ermua llenas de gente de todos los colores políticos y de todas las ideologías compartiendo el dolor por el crimen fueron muy, pero que muy impactantes. En ese preciso momento todo el mundo se dio cuenta de que algo acababa de cambiar», evoca.
Nunca antes tantos ciudadanos compartieron las calles para clamar contra la violencia. Hasta ese momento nunca el pueblo había verbalizado tan claramente su repulsa al terrorismo. «'Miguel Ángel. Siempre contigo'», se leyó en los innumerables carteles que se mostraron en la manifestación santanderina de aquel 14 de julio. Una cita que se reeditará este próximo miércoles con la concentración convocada por la Asociación de víctimas frente al Ayuntamiento, a la una del mediodía para recuperar la memoria del asesinato.
Tantas muestras de solidaridad hubo frente a la fachada del consistorio santanderino que no había forma de encontrar velas en la ciudad para simbolizar su pena. «Tuvimos que hablar con el Obispado para que nos hicieran llegar más porque se agotaron», recuerda Piñeiro.
Ahora, transcurridos 25 años de todo aquello, queda vivo el recuerdo de lo sucedido y la constatación de que la muerte de Miguel Ángel precipitó, de alguna manera, el fin del terrorismo de ETA en España.
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Doménico Chiappe | Madrid
Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
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