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Abrigada con una manta del Racing y en la paz que gozó en la clausura del monasterio de Santa María de las Dueñas (Alba de Tormes), falleció la religiosa más devota del Real Racing Club, Marta Torres Fernández, debido a sus problemas cardiacos. «Se ... le rompió el corazón», fueron las palabras de la madre abadesa para anunciarlo.
Marta nació el 11 de noviembre de 1953 en la santanderina calle Tantín, esquina con el Río de la Pila, en el antiguo garage Royano. Era la segunda de cinco hermanos que por orden de nacimiento son Paco, Marta, Dani, Paloma y Rafael. Su padre, Francisco, trabajaba en la Cafetería California, ubicada en la calle Calvo Sotelo, frente a Correos.
Madrileño castizo, anteriormente había trabajado en la Cafetería California de la capital de España, donde conoció y sirvió a famosos artistas como Antonio Machín, Lola Flores o Manolo Caracol. Su venida a Cantabria contribuyó a modernizar el servicio hostelero y también para conocer el amor, porque en la cafetería conoció a la que sería su esposa, Amparo, natural de Casamaría (Herrerías) e hija del chófer del conde de Romanones que regresaría a Cantabria para trabajar con los Royano.
El padre de Marta se instalaría más tarde en Torrelavega para dirigir la Cafetería Viena y luego se marcharía a Alemania donde se jubiló. Marta estudió en el colegio José María de Pereda de Torrelavega y al acabar se colocó en la 'Casa de las medias', establecimiento comercial gracias al que pudo contribuir junto a su padre al sostenimiento de la familia. Marta era una persona educada, atenta, dulce, discreta, alegre y trabajadora. A la tienda acudían a comprar las medias y la ropa interior las monjas del Hospital del Carmen de Torrelavega que al observar su forma de ser la invitaron a cuidar enfermos. Así fue descubriendo su vocación religiosa, disfrutando del cuidado de enfermos, especialmente del de su tía Balbina que estaba ingresada en el psiquiátrico de Cueto. Durante esas visitas pasaba por los Campos de Sport y vivía el ambiente de los partidos del Racing. Luego comenzó a ir a los partidos con su familia, especialmente con el benjamín, Rafael, admirador del Racing de los bigotes y de su portero, Santamaría, motivo por el que Marta le regaló el uniforme de guardameta. Su madre Amparo era también otra de las seguidoras del equipo. En la memoria de Marta se grabó el último partido de Juan Carlos Pérez en 1978 contra el Sporting, con el gol marcado por el propio jugador que valió la permanencia en Primera, pero que lamentaría al ser expulsado por primera vez en su carrera deportiva o el gol de Quique Setién al Levante que supuso el ascenso a Primera en 198. Le encantaba el desaliño y la técnica de Quinito desde el primer día en que le vio jugar en Barreda, durante la pretemporada, y ya en el convento seguía por la radio los partidos del Racing con su escudo entre las páginas de los Evangelios.
En el convento salmantino sabían de su afición racinguista, y aunque la invitaron hace poco a ver el partido contra el Unionistas, ella declinó la invitación para respetar la clausura donde convivió con el cariño a su Racing y a su Cantabria a pesar de la distancia.
Con motivo de la aparición del primer libro sobre la historia del Racing en 2013 tuve ocasión de ponerme en contacto con ella, y desde entonces mantuvimos una relación por correo donde yo le mandaba objetos y prendas racinguistas y ella me correspondía con estampas religiosas y dulces artesanales del mismo convento. En todas sus cartas se despedía con un ra, ra, ra o un aúpa Racing, aunque cuando le pedía que rezara por la marcha del equipo me advertía que Dios no podía meterse en esos berenjenales por respeto al equipo adversario, y que sus rezos se destinaban a mi bienestar, el de mi familia y al de todos los racinguistas y cántabros.
Seguro que su fe la ha elevado al lugar del cielo que se merece, donde podrá ver los partidos de nuestro Racing, y aunque no insistiré para que nos eche una mano en el terreno de juego (tengo la esperanza de que desde allá arriba su dulzura influya en las altas instancias), al menos rogaré para que nos mantenga firmes y esperanzados en las derrotas, y humildes y respetuosos en las victorias, como a ella le gustaban los racinguistas.
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