Borrar
Tiendas de alimentación. Nuria, propietaria de la Frutería-charcutería que lleva su nombre en la calle Lasaga Larreta, en Torrelavega, continúa con la mascarilla puesta mientras atiende a un cliente, José, que accedió al establecimiento sin la protección.

Ver fotos

Tiendas de alimentación. Nuria, propietaria de la Frutería-charcutería que lleva su nombre en la calle Lasaga Larreta, en Torrelavega, continúa con la mascarilla puesta mientras atiende a un cliente, José, que accedió al establecimiento sin la protección. Luis Palomeque

La mascarilla resiste en Cantabria

En los espacios interiores abiertos al público, en los que ya no es obligatoria, la gran mayoría siguió con ella puesta y los que se la quitaron fueron una excepción | En el aeropuerto, las estaciones, tiendas o centros comerciales de la región costó encontrar personas con la boca descubierta en el primer día sin obligatoriedad

Miércoles, 20 de abril 2022, 19:00

Juan anda haciendo la compra para su restaurante. «Venimos de Makro y todos iban con la mascarilla». Es pronto y está eligiendo pescado en el puesto de Marta y Enchi de la Plaza de La Esperanza. «Yo no sé lo que va a pasar, pero es que ahora no la llevas –él no la tiene puesta– y te da como apuro». Y es verdad. En el banco, en las tiendas de ropa, en las zapaterías o en la oficina de Correos. En los pasillos de los centros comerciales, en el aeropuerto, en las estaciones de tren, en la peluquería. Hasta en misa de once. En los interiores de acceso público, en general (El Diario recorrió este miércoles todos esos escenarios y unos cuantos más en diferentes municipios), la primera jornada sin obligatoriedad de mascarillas pasó prácticamente desapercibida. Casi todo el mundo siguió con ella. El día del esperado cambio –para bien o para mal, eso depende de a quién se le pregunte– se notó, más que en otra cosa, en las conversaciones. Porque se habló mucho de la nueva norma, pero, en general, con la mascarilla puesta. Para muestra, un ejemplo práctico. Nueve de la mañana, por distintas calles de Santander: de cien personas paseando, las primeras con las que uno se cruzó, 54 llevaban el rostro cubierto y, entre las que no, muchos tenían la mascarilla colgando del brazo. Y eso, en la calle. En los interiores encontrarse a alguien con la boca descubierta fue una excepción.

«Yo aquí, con la distancia en el mostrador, la he llevado a veces mal puesta en estos meses. Y hoy que ya se puede me la he quitado, pero me da como corte. Parace que es como que estás faltando al respeto a los demás, aunque sé que no es así y que ya se puede. Así que, al final, me la voy a acabar poniendo. Sobre todo, si el cliente viene con mascarilla». Eso dice Marta Gómez mientras despacha pescado en la Plaza. Casi todo el mundo va con mascarilla. En los puestos y por los pasillos. «Lo tengo más claro que el agua. Me la puse desde el primer momento y la seguiré llevando. Y ya verás lo que va a pasar», apunta Ana Trueba (Mariscos Ana y Vanesa) mientras se pelea con unas cigalas tan frescas que alguna intenta escapar. Entre la clientela, Toño y Natalia están entre las excepciones. «Acabo de venir de sacarme sangre y la tenía puesta –apunta ella–. Pero sólo me la pondré en los sitios donde obliguen».

Obligar, por ejemplo, en los centros de salud. En el de Vargas, todos con ella. Sin excepciones y rara vez teniendo que llamar la atención. En las farmacias, igual. «Por favor señora, la mascarilla, que aquí sigue siendo obligatoria», le grita el conductor a una pasajera de la línea doce del bus. La única que va con el rostro al aire. Y en las filas se monta un debate improvisado sobre el asunto entre desconocidos hasta que van llegando a su parada.

El recorrido sigue. «En el Ayuntamiento la lleva puesta todo el mundo. Creo que yo soy la única que no. Empleados y vecinos que vienen a hacer gestiones», comenta en la puerta del Consistorio una trabajadora municipal. Otra cuenta rápida: una tanda de veinte comercios contando desde allí en dirección Jesús de Monasterio. En los veinte todos llevan la mascarilla, menos una chica. Y es una dependienta que, en ese momento, está sola y la tiene colgando por debajo de la barbilla. «Hay un poco de todo, pero en general sí que la siguen llevando casi todos», explica la camarera del Québec desde su puesto en la barra.

Dos casos opuestos en Juan de Herrera. Gema León, en calzados Benito: «Nosotros sí que la vamos a seguir llevando. La gente entrará y cada uno que haga lo que quiera. Pero nosotros, sí». Paola Rivas, en El Ganso: «Prefiero que no. La empresa nos ha dado libertad. Pero si viene un cliente que la lleva y vas a acercarte para coger un bajo, o si estamos varias personas en el almacén o en el vestidor, sí que la llevaremos».

Un grupo de pasajeros coge el autobús entre Torrelavega y Suances Luis Palomeque

Y más historias en el recorrido. En el Lupa de la calle Vargas. «Los dos o tres que entraron sin ella por la mañana se la han puesto al ver a todo el mundo». En peluquerías Macavi. «Es que nosotros trabajamos muy cerca del cliente». En una escuela de cerámica de la calle Cisneros. «La llevaré para que los estudiantes no se sientan incómodos y hasta ver cómo se adaptan a la medida».

Tiempo. Eso se comenta mucho. Que hará falta que pasen los días para que la gente se atreva a descubrirse, que es que «ya me he acostumbrado», que «si pasar de cero a cien no es fácil»... Que cuando se vayan atreviendo unos, el resto irá perdiendo el pudor.

En misa

A la Catedral. Misa de once. Hay 17 personas en el oficio religioso. Quince, con mascarilla. Una señora la lleva, pero bajada, y un caballero es el único al que no le asoman las gomas que uno engancha a las orejas por ninguna parte. Se pone, eso sí, a cierta distancia del feligrés más próximo.

Sin salir de la capital, en la estación de tren también resulta difícil encontrar a algún viajero que no la lleve. Cuando suba a bordo será obligatoria, pero en el andén no es necesario. Da igual por ahora. Y lo mismo pasa en el aeropuerto, en Camargo. Ante el mostrador de Ryanair hay unas cuarenta personas esperando para facturar sus maletas. A Milán o a Londres. Todos llevan mascarilla. «La lleva casi todo el mundo. Empleados, todos. Y de los viajeros, prácticamente todos. han entrado ahora dos chicas que no iban con ella y esta mañana, otra persona. Pero son los únicos en todo el día», explica Sara Deibe, de la tienda Come & Fly, en la terminal del Seve. Allí al lado, pegado al control de seguridad, hay justo en ese momento una familia que despide a una joven. Son cinco. Van sin mascarilla. Se hace hasta raro verlos en el panorma general».

Justo «raro» dice una joven que se siente paseando por un centro comercial. En El Corte Inglés, mascarilla generalizada. En las diferentes tiendas de Valle Real, también.

En una boda

Las escenas son similares en otros municipios. «Algunos la llevan más que antes», comentan en la carnicería Portilla de Maliaño (Camargo), mientras una clienta se apunta a la conversación e insiste en que ella la seguirá llevando. En la Oficina de turismo de San Vicente de la Barquera, en una de Correos en Torrelavega, en otra de Cabezón de la Sal, en una floristería de Laredo... Mascarilla, mascarilla y mascarilla. En la Biblioteca Municipal Manuel Artigas, en El Astillero, hay un cartel pegado en la puerta de 'se recomienda el uso de mascarilla'. Y precisamente el cartel en el que se destacaba que era obligatorio ponérsela –que ya no está vigente– es lo que quita Luz del cristal de su bar, el Nada Prebistro, en Suances.

Pero para escena, la de una boda en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Torrelavega. Se casan Pilar Velarde y Ángel Bedia. Los que ofician y los que se compremeten van con mascarilla. Sólo hay un momento en el que los protagonistas se la bajan. Muy breve. Tirando de tópico, con aquello de 'ya puede besar a la novia'. El beso.

La gran mayoría de los trabajadores del Mercado de la Esperanza en Santander arrrancaron la jornada con mascarilla Alberto Aja

Si acaso, en el recorrido, las quirúrgicas o las ffp2 pierden algo de fuerza en algunos bares o en gimnasios. En la hostelería ya costaba distinguir si se lleva o no se lleva de verdad porque, en muchos casos, ponerse la mascarilla quedaba restringido al momento de entrar, salir o ir al baño. Ahora, ya sin obligaciones, habrá que ver si se mantiene. Y en los espacios cerrados haciendo deporte, aunque con timidez en los primeros momentos, se fue imponiendo la retirada con el paso de las horas y el aumento de los sudores (en el recorrido de este periódico se visitaron tres establecimientos de este tipo).

¿Conclusiones? Pues que, en una cuenta a ojo, en el centro de Santander son aún bastantes más los que llevan mascarilla por la calle que los que no (eso, sin ser obligatoria ya hace tiempo, es un indicativo importante). Hasta un motorista por Cervantes enfilando el Pasaje de Peña a eso de las diez y media iba tapado. Y que en los comercios, en los espacios públicos interiores en general (porque en las empresas en las que sólo están los empleados y no de cara al público, la cosa cambia), los que en el primer día de la nueva norma se quitaron la mascarilla fueron excepción.

Ahora habrá que ver por cuánto tiempo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes La mascarilla resiste en Cantabria