El fin de la obligatoriedad de las mascarillas en el transporte público entró en vigor este miércoles coincidiendo además con la mejor situación epidemiológica desde que comenzó la pandemia hace tres años. No obstante, muchos de los usuarios cántabros de autobuses y trenes todavía la ... utilizaron y continuarán así por «precaución» y «miedo al contagio», según explicaron. «No he cogido el covid y no vaya a ser que enferme ahora que casi se ha acabado», apuntaba una santanderina, Ana Palacio, ayer, en la parada de autobús de la plaza del Ayuntamiento.
En la postura contraria, un santanderino de avanzada edad celebraba el fin de su uso obligatorio: «Afortunadamente ya se acabó. Debían haberla puesto obligatoria al principio de la pandemia, cuando costaban tanto dinero. Ahora que no hay incidencia es cuando no hace falta», opinaba mientras bajaba del autobús caminando con la ayuda de un bastón. Este señor fue la excepción entre los ciudadanos de su generación, que mayoritariamente han optado por seguir utilizando esta medida de protección al subir a los medios de transporte públicos.
La inercia y el hábito de tanto tiempo cubriéndose la boca influye en que muchos ciudadanos sigan utilizando la mascarilla. La fuerza de la costumbre. Algunos de ellos indicaban que dejarán que «pase un mes para acostumbrarme y coger confianza»; «la verdad es que ni me he dado cuenta de que la llevaba puesta», mencionaban otros. «Yo seguiré usándola, aunque solo la utilizo para el autobús. Tanto tiempo ya me he acostumbrado y quizás en un mes ya no la lleve, pero de momento sí», respondía una viajera que accedía al tren uniendo en su opinión las sensibilidades de muchos.
En abril de 2022, y tras dos años vigente, el Ministerio de Sanidad levantó la obligatoriedad de llevar mascarilla en interiores, a excepción de los centros sanitarios, farmacias y transporte público. Y el martes, el Consejo de Ministros aprobó la medida de eliminar su obligatoriedad también en autobuses, taxis, trenes y aviones, medida que entró en vigor ayer tras publicarse en el BOE, por lo que este elemento de protección solo seguirá siendo obligatorio en hospitales, centros de salud, residencias de mayores, farmacias o clínicas dentales.
Diferencias por edad
La franja de edad es lo que mejor determina la decisión de mantener, o no, el uso de la mascarilla. «A mí no me molesta nada llevarla y prefiero ser precavida. En la calle no la llevo, pero en sitios cerrados sí, por si acaso. Cuando llegue agosto, me lo pensaré», señalaba Carmen González, jubilada.
En cambio, los jóvenes se muestran más proclives a dejar atrás el cubrebocas y consideran que la espera les ha parecido una eternidad. «Muchas veces sentía la presión de habérmela olvidado en casa… Llegaba el autobús y pensaba: ¿dónde la he metido? Y a veces me tocaba volver a casa corriendo a por ella. Disfruto de que ya sea legal no llevarla», comentaba Almudena García, una joven estudiante. «Para mí ha sido una liberación, lo reconozco. Estaba incómodo y me la olvidaba con frecuencia. Prefiero no seguir usándola», aseguraba en la misma línea Ricardo Fernández, otro estudiante que se dirigía a la universidad.
Entre los que mantienen vigente su uso, están también los que tienen tos o gripe y no quieren contagiar a los demás. En este sentido, la recomendación del Gobierno de España es que hagan uso de la mascarilla aquellos que tienen un virus respiratorio o convivan con personas vulnerables.
Es el caso de Rosa Canales, que, junto a su marido, esperaba el autobús en la parada de Valdecilla: «Esto todavía no se ha acabado. Salgo de Valdecilla, tengo algo de catarro y lo hago por mi salud y por los demás», explicaba. «Yo, por lo que veo, la mayoría de la gente en el autobús la sigue llevando. Dentro de lo incómodo que es, considero que es preferible llevarla que arriesgarse a tener un problema de salud», opinaba en el mismo sentido Esperanza González, otra usuaria. «De momento la voy a seguir llevando, sobre todo si hay mucha gente dentro y las ventanas están cerradas. Quizás dentro de un mes me la quite», añadía.
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