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Pasar por algunos lugares es, a veces, sinónimo de recordar hechos concretos ocurridos allí. Sin querer, la memoria acerca al presente algo que quizás sucedió hace ya tiempo. A ellos les pasa. Pero no con días ni momentos personales, sino con situaciones relacionadas con el ... día a día de su trabajo. Con las incontables salidas a la carrera, entre sirenas, para atender el aviso de una urgencia. «Eso sí se te queda», reconoce Silvia Rodríguez, enfermera del 061, una unidad del Servicio Cántabro de Salud (SCS) que este año cumple un cuarto de siglo. Ella es una de las sanitarias que, junto con Fernando Bárcena, médico; Mar Terán, teleoperadora; y Roberto Acereda, técnico de ambulancias, formaron parte de los primeros profesionales que pusieron en marcha el dispositivo hace 25 años.
Cuatro profesionales veteranos que El Diario Montañés ha reunido para hablar sobre la evolución de un servicio que supuso un «cambio importante» en la asistencia a urgencias y emergencias. La llegada del 061 significó que, cuando se producía un accidente grave, había habilitado «un equipo médico que se desplazaba en una UVI móvil. Algo que antes no existía. Y esto permitía atender 'in situ', estabilizar al paciente y luego trasladarlo al hospital de referencia», explica Bárcena, médico que, desde hace cinco años, trabaja al frente del centro de coordinación ubicado en el ambulatorio de Nueva Montaña, en Santander.
«La experiencia te hace tener más aplomo, pero siempre hay algo que te descuadra. A mí me dejan fatal las emergencias en las que hay algún niño»
«No puedes recordar cada caso como algo personal porque te desborda. Alos que empiezan siempre les digo que procuren llevarse lo menos posible a casa»
«El servicio fue un cambio importante, si había un accidente grave tenías un equipo que iba en UVI móvil para atender 'in situ' y estabilizar al paciente»
«En estos años adquieres conocimiento y ves que todo ha avanzado mucho y está más protocolarizado. Es bonito ver cómo el servicio ha ido creciendo»
Por aquel entonces, cuando echaron a andar, ninguno de los cuatro se conocía aunque todos habían tenido contacto profesional con las urgencias. Se fueron poniendo cara a raíz de compartir turnos y de coincidir en las guardias. De esas primeras semanas Silvia recuerda la extrañeza que percibía en sus propios compañeros de profesión que tampoco tenían claro a qué especialidad pertenecían. Ni a ellos ni al número de teléfono que podía leerse en el uniforme, ese nuevo 061. A partir de ahí, poco a poco, el servicio empezó a ser conocido tanto a nivel interno, como desde el punto de vista de la población. «Se creó conciencia y comenzaron a llamarnos», añade Silvia. Un primer contacto que era gestionado por unas 5 o 6 teleoperadoras (actualmente son 22). ¿Y cómo fueron esas primeras llamadas? «No las recuerdo, pero sí sé que empecé nerviosísima porque te daban mucha responsabilidad», reconoce Mar Terán, supervisora del servicio. «Y tú ponías los cinco sentidos en cada una, claro». Ahora, cuando han pasado más de dos décadas, presta la misma atención, pero admite que la experiencia le permite afrontar las situaciones con «más aplomo».
No obstante, a pesar del tiempo transcurrido, «siempre hay algo que te descuadra y situaciones que te superan», añade. Sobre todo -al menos en su caso- cuando atiende una emergencia en la que hay un menor implicado. «Eso me marca mucho y al final salgo fatal del trabajo», comenta la profesional mientras Roberto Acereda (técnico de ambulancias) asiente con la cabeza. «El problema es cuando te encuentras con algo que no es habitual», explica él. Eso son los detalles que le hacen recordar unos accidentes y no otros. Mucho más que las circunstancias en las que se produjeron: «Te puedes acordar de algo muy gordo». Eso, sí.
¿Y cómo se lleva enfrentarse cada día a ese tipo de desgracias? Primero siendo conscientes de cuál es el peor escenario con el que se pueden encontrar: el fallecimiento de una persona, aunque varíen las circunstancias. No obstante, en ese día a día, es fundamental «no estar recordando cada caso como algo personal porque te desborda», dice el técnico que es, junto con el médico y la enfermera, el primero en llegar a la emergencia. Y ese es el consejo que suele trasladar a quienes se incorporan al equipo. A los nuevos. También que aparquen lo profesional cuando terminan el turno y vuelven a casa: «Es normal que te sientas mal, somos humanos. Pero yo les digo que si tienen que llorar, que lloren, pero antes de salir. Y que cuando terminen procuren llevar lo menos posible» porque cuando esa vorágine sale de la sede, lo arrastran a su entorno y termina por afectarles a ellos y a su gente cercana.
¿Alguna vez se han planteado bajarse del barco? «No», responde Terán sin pensar. A ella le gusta el trabajo que hace. «Me siento bien cuando las cosas se hacen bien y no lo cambiaría», insiste. Una opinión que también comparte Acereda. Y es que los profesionales del servicio comparten la atracción «por la emergencia». Son los trabajadores quienes «quieren ir al 061», añade Bárcena.
En el transcurso de estos años han ido aprendiendo a base de atender urgencias, pero también compartiendo situaciones unos con otros. «Al principio los desayunos eran más largos, compartíamos cómo había ido el turno y entre todos íbamos aprendiendo», comenta Begoña Fernández, también médico veterana del 061. Por eso, en los cambios de turno, solían quedarse un rato más, sin prisa, y aprovechaban para charlar. Luego, como ocurre en todos los trabajos, conforme cogieron ritmo, cambiaron las dinámicas.
Esa es una percepción personal. Pero hay más cambios porque en estas más de dos décadas también han visto cómo el servicio ha crecido para adaptarse al aumento de la demanda. «Empezamos 11 médicos y ahora somos 27», cifra Bárcena antes de aportar otro dato: en los primeros meses en funcionamiento «igual teníamos 20 llamadas, ahora llegamos a las 1.100 diarias».
Un recorrido que los cuatro profesionales han vivido de cerca y en el que, sobre todo, han visto cómo mejoraban los equipos y se iban adaptando a las novedades que salían en el mercado. Por ejemplo, las teleoperadoras siempre han hecho su trabajo acompañadas de un programa para tomar nota de las explicaciones y gestionar qué recursos poner en marcha. Pero el actual es mucho más avanzado. «Al principio era muy sencillo. En estos años ha mejorado mucho». Empezaron casi con papel y bolígrafo. Ahora los protocolos son otros.
Para Acereda, uno de los cambios más importantes ha sido la «profesionalización» de su trabajo. «Hemos pasado de no exigir formación a pedir dos años. Y, por supuesto, han mejorado los materiales que utilizamos y los protocolos». Lo mismo que indican el médico y la enfermera. Para ella, además, «es bonito ver cómo sale un proyecto de la nada, va rodando y al final se hace más grande». Aunque al avance principal fue el mero hecho de poner la unidad en marcha, porque «permitió mejorar muchísimo la atención asistencial», coinciden en la conversación a cuatro bandas. «Hasta ese momento en Cantabria había ambulancias, pero no con la calidad de las que se estaban preparando».
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