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En el periodismo todos los géneros tienen sus virtudes y momentos. Uno de mis mayores orgullos es haber redactado en otro siglo una crónica de ... la feria ganadera de los miércoles en Torrelavega, bien asesorado por el veterinario Manuel Gutiérrez Aragón, padre del académico y director homónimo torrelaveguense.
No siempre está uno para lecturas largas, pero otras veces un artículo te deja con ganas de más, como un percebe. Por ejemplo, las obras en prosa de Gerardo Diego recogen un artículo de 1965 titulado ‘Visita a Pedro Salinas’, poeta que había sido para el santanderino «como un hermano mayor» y al que evoca en una breve estancia en San Juan de Puerto Rico, donde el exiliado primer secretario de nuestra Universidad Internacional de Verano había sido enterrado. Unos breves apuntes dan paso a un poema de homenaje. Pero uno hubiera necesitado saber más sobre Salinas, La Magdalena y la Generación del 27; sobre los puntos estilísticos en común entre él y Gerardo Diego; sobre la relación de ambos con la obra de Juan Ramón Jiménez, ya que se trata de Puerto Rico. En vez de visita de poeta, pareció visita de médico. Estos son, pues, artículos-percebe.
Unos de los grandes periódicos mundiales, el británico ‘The Guardian’, tiene una sección que se denomina ‘La lectura larga’ (‘The long read’). Muchas veces es la pieza más interesante de su website. En 2017 han tratado por extenso de los planes de Buckingham para cuando la reina Isabel II desaparezca; las matanzas después de la toma de Mosul al ISIS por parte del ejército iraquí; el dilema de la ‘refugiada desagradecida’, una iraní asilada en Estados Unidos; la historia de una mujer embarazada que tuvo que permanecer en cama 88 días; la carrera empresarial para fabricar el primer robot sexual; el problema de que gran parte de la élite de Londres tenga un título de Oxford en Filosofía, Política y Economía (PPE)… En fin, todos ellos temas muy vitales y significativos, pero bien distintos de la febril noticia de alcance, la tajante columna de opinión, la crónica deportiva o la entrevista de ocasión.
Vivimos en un mundo acelerado (este año cumple 70 el libro ‘La aceleración de la historia’, del historiador francés Daniel Halévy) y con predominio de mensajes cortos o convenientemente despiezados. Nos irrita esperar algunos segundos al ascensor, a la descarga de un archivo de Internet o al cambio de canal de televisión. Nuestras rutinas están regidas por el horror vacui, el pánico a no estar haciendo nada y a que, por ello, la Nada nos traiga la omnipresencia del Ser, que un filósofo alemán definía como el hecho del aburrimiento. El aburrimiento es terrorífico, porque no tiene sentido, como la vida misma y, como lo barruntamos, todo el objetivo de nuestra actividad es huir de esa proclamación antipática de nuestra condición.
Hay aceleración por la tecnología y los transportes, pero también por la pérdida de significado, que conduce a la hiperactividad social. La vida actual es como un ciclista que si deja de esprintar acaba por los suelos. No vivimos la Sociedad del Conocimiento, sino la de la Agenda. Una lectura larga, en un periódico o en una novela bien garrida o en un libro de historia, nos saca oportunamente de ese tiempo frenético del ‘tener que ir a’ y nos devuelve a la consideración serena anterior al Antropoceno. (Ya la historiadora Ann Rigney analizó en cierta ocasión cómo, durante el siglo XIX, fue apareciendo «el miedo a los libros largos»). Una lectura extensa es, por tanto, terapéutica. Pero sólo si se ofrece con amenidad, como una travesía bien organizada.
Es arte difícil que viene a paliar un notorio problema cognitivo del periodismo: la precariedad de sus aceleradas interpretaciones. Una sociedad cada vez más compleja necesita análisis y reflexión, pues bajo la superficie del acontecimiento bullen tendencias sociales, culturales, económicas y ecológicas de largo recorrido. Y, ayuno de espacio para argumentar debidamente, todo juicio breve tiende sin querer (o ‘sin queriendo’) al dogmatismo. El verdadero análisis es largo y liberal, como los artículos de Peter Preston, el ex editor del The Guardian, periodista ejemplar que estas Navidades tomó un billete de sólo ida en Los Reginas de la laguna Estigia. Qué gran artículo, uno de sus últimos, sobre la manipulación nacionalista de TV3 en Cataluña.
Cantabria necesita su dosis de lectura larga porque está en una transición de profundas consecuencias. El envejecimiento demográfico; la concentración diferencial en áreas urbanas y periurbanas; el desajuste entre su sistema educativo y sus necesidades productivas; su pérdida de influencia sobre los principales procesos económicos que la afectan; la creciente relación con Vizcaya; un modelo energético periclitado; la crisis del estado autonómico. Las soluciones simples son sólo los titulares de las consideraciones largas. Que muchas consideraciones políticas no superen la extensión de un pie de foto debe tenerse por principal problema cántabro.
Por otro lado, si comparamos el número de expertos disponibles con el de activos ilustradores de la opinión, no sé si llegaremos a un vocacional 1%. ¿Dónde está la ‘larga escritura’ cívica de nuestros entendidos? He visto más transferencia de conocimiento entre una familia de garcetas blancas y otra de gaviotas en Rucandial, que entre muchos especialistas y la ciudadanía. La escasez de ciertas escrituras largas es una de las causas mayores de superficialidad de los debates y de la desorientación general de la autonomía.
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Ana del Castillo
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