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Lucía, hija de Mariano Caso, GREIM de la Guardia Civil
La lista de juegos y actividades que hace con su padre es tan larga que resulta complicado decirlas todas seguidas. Así que algunas las recuerda conforme avanza la conversación. A sus siete años, Lucía cuenta que le gusta mucho el trabajo de su padre, Mariano ... Caso. Sobre todo porque «ayuda a gente que lo necesita», dice. Aunque a veces ser miembro de los Grupos de Rescate Especial de Intervención en Montaña de la Guardia Civil le obligue a irse y le haga perderse citas especiales. «En Nochevieja tuvo que marcharse y no pudo tomarse las uvas con nosotros», añade su hermano Mario, de 10 años. Pero eso no les importa a ninguno de los dos. Porque a él también le encanta que su padre sea rescatador. Es más, alguna vez ha reconocido que de mayor le gustaría dedicarse a ello. Por eso los pequeños reconocen que están «muy orgullosos» de su padre. Y celebrarán el día de hoy juntos, con una fiesta en la finca familiar. De la barbacoa se encargará su abuelo.
Por ahora, mientras deciden qué hacer con su futuro, aprovechan para pasar con su padre todo el tiempo que pueden. La mayoría de veces con actividades relacionadas con la montaña. «Es lo que tenemos en Potes», dice Mariano. Planes con los que Lucía y Mario se divierten: «Hacemos rutas y a veces nos metemos en cuevas», cuenta ella. «Porque es curiosa y nos gusta explorar», añade el padre al otro lado del teléfono. También le gusta ir al rocódromo aunque ahora con el colegio tenga menos tiempo de practicar. «A subir me enseña él». ¿Y cómo es su padre como profesor?«Muy bueno», resume Lucía que escala desde los cuatro años. Entre semana muchas veces también se encarga de ir al colegio a recogerla y «me lleva a las actividades de la tarde».
¿Y que es lo que más le gusta hacer con él? Lucía no lo duda: «Ir a esquiar». Aunque en las pistas más que de su padre, a quien no hace mucho caso, suele aprender con amigos y con profesores. «Bajar las pistas es lo más divertido», cuenta la pequeña. Y en casa disfrutan con los juegos de mesa. En concreto, con el 'stratego'. Dice Lucía que a su padre no se le da nada mal jugar, suele tener «buenas estrategias», pero no es suficiente porque muchas partidas las gana ella. Es más, «la mayoría de las veces», subraya. Cuando eso pasa, ¿él se pica? Sí, admiten ambos entre risas. Suele exclamar algo así como: «No sé cómo me ha podido ganar».
Marcos, hijo de Óscar Freire, triple campeón del mundo de ciclismo
Los tres hablan de lo mucho que le gusta a su padre la carpintería y de los ratos que pasan en el garaje echándole una mano con la madera. Aunque es muy perfeccionista y «como haya un milímetro de más, lo desmonta todo», cuenta Marcos, el hijo mayor (15 años) del ciclista Óscar Freire. Él comparte con su padre la pasión por el ciclismo. Por eso, dice que es su «referente». Ha sido «alguien muy importante» en ese deporte que él ahora practica cada semana. Es más, empezó en el ciclismo de carretera cuando el entrenador de su padre le invitó a probar porque a partir de cadetes se reducía el calendario de carreras de montaña, modalidad que practicaba entonces. Marcos lo tiene claro, su ilusión es «ser como él o conseguir la mitad de lo que ha hecho». Con eso se conformaría. De vez en cuando salen juntos en bicicleta y aprovechan para hablar de la vida y de los entrenamientos y ya en casa le gusta jugar a la PlayStation con su padre. Sobre todo «picarme con él porque es muy competitivo», comenta. ¿Y quién gana? Parece que no lo tienen claro y depende más bien de a quién le lancen la pregunta, explica entre risas.
Más allá de lo deportivo, Marcos cuenta que de su padre ha aprendido a perder y a ser «buena persona», así es como le define. Así que «como para no estar orgulloso de él». Y las diferencias se quedan en los videojuegos, en el resto de pasos «me apoya en todo lo que hago», cuenta. Y justo en eso coincide también Mateo, su hermano mediano, de 12 años. «Es muy bueno y cuando puede me ayuda en todo lo que necesito», dice. Como con los deberes o con temas informáticos: «Me ayudó a recuperar un trabajo en el ordenador que había perdido», añade. También pasa algunos ratos aprendiendo el nombre de las herramientas o a «juntar tablas». Con su padre le gusta «salir al monte y hacer rutas», explica. A veces a pie y otras en bicicleta. Marcos no comparte deporte, porque el suyo es el rugby, y por eso no suelen entrenar juntos, pero aplica igualmente lo que ha aprendido de él: «A esforzarme y a darlo todo», resume. ¿Y cómo es en casa? De vez en cuando bromista. «Voy por ahí por casa y me pega un susto».
Y de esa afición por la carpintería también disfruta el pequeño de los tres, Manuel, de 6 años. Le encanta «coger las maderas», dice. Pero en la lista de actividades que más disfruta con su padre está: «Jugar», resume.
Charo, hija de José María Díaz, que cumplió 100 años el 8 de marzo
«¿Qué te voy a decir yo? Es mi padre», dice orgullosa Charo Díaz, la pequeña de cuatro hermanos. Y se queda en silencio sin saber muy bien qué más añadir porque a veces las palabras no son suficientes para hablar de alguien. «Para mí, es un ejemplo», resume esta vecina de Reinosa que el domingo pasado organizó una fiesta sorpresa de cumpleaños para celebrar los 100 de su padre, José María. ¿Cómo fue el día? «Muy emocionante». Sobre todo porque el mayor de la familia consiguió juntarlos a todos: hijos, nietos y bisnietos. En total, 38 personas. Una reunión que él disfrutó porque si algo destaca Charo sobre su padre es su entrega a la familia. «Es de su gente. Siempre ha sido muy familiar y le gusta que estemos unidos», cuenta. Y ahora está volcado en cuidar de sus nietos y bisnietos.A ella le ha pasado con sus hijos, da igual que no haga falta ir a buscarles al colegio, él se planta en la puerta del centro aunque solo sea para verles y compartir un rato con ellos.
Charo, al ser la pequeña, guarda algunos recuerdos diferentes a los de sus hermanos que, a raíz de esta entrevista, terminaron sacando momentos familiares a relucir. Por ejemplo en verano solían acercarse a Santa Ana, en el municipio, para pasar allí el día; y los domingos su padre se encargaba de «lustrar» los zapatos de todos ellos. De eso reconoce no acordarse. No obstante, Charo guarda otra imagen que se repetía siempre el último día de la semana y es que su padre madrugaba y subía a casa churros para desayunar.
Y siempre ha sido muy «futbolero». Es más, hoy es el día en que todavía es socio del Club Deportivo Naval de Reinosa. Casi seguro será ya el socio más antiguo del equipo. Ya en casa, entre una cosa y otra, José María siempre está «con un libro en la mano», resume Charo, que vive con él desde hace años. Todo lo que se cruza en su camino, «incluso los diccionarios, «tiene que leerlo». No descarta nada. Una disciplina y constancia que, además de salir adelante, le permitieron obtener un título de la Escuela de Oficios. José María empezó su vida laboral joven, con 14 años ya estaba en la Naval de Reinosa, y no pudo ir a la escuela. Así que utilizó los libros de sus hermanos y «estudió solo». «Mi padre no ha hecho más que trabajar», destaca. Hasta que se jubiló. Un esfuerzo diario para pagar los estudios de sus hijos y darles mejores oportunidades de las que llegó a tener él.
Elena, hija de Julio Terán, padre adoptivo de cuatro hermanos
Lo es «todo», resume Elena Terán. Y con esa palabra intenta recoger lo que su padre significa para ella. Porque tampoco sabe qué más añadir ni describirlo de otra forma. «Siempre le doy las gracias por lo que ha hecho por nosotros». Habla así de Julio Terán, su padre, que les adoptó a ella y a sus tres hermanos hace muchos años. Como sus progenitores fallecieron cuando eran pequeños, Julio ha ejercido como las dos figuras. «Yo el Día de la Madre le daba a él el regalo que preparaba en el colegio», cuenta. Desde que llegaron a Cantabria procedentes de Rusia, su padre se ha volcado «muchísimo» con ellos. Siempre organizando salidas y «mil planes». Y ahora ha trasladado ese cariño también a sus nietos. «Se lo pasa genial jugando con ellos, les vuelve locos». Se pasa los días pensando qué planes hacer con ellos. Es más, su hija Tatiana (la mayor) llama a Julio papá. Y sus amigas hacen las veces de tías. «Sé que mi hija es su vida, la niña de sus ojos», comenta Elena.
Y de todas esas salidas que hacían cuando ellos eran pequeños, se acuerda especialmente de como cada domingo iban al cine juntos hasta que los acompañantes empezaron a ser sus amigos. «Es verdad, al cine no fallábamos ni un domingo», recuerda también Miguel, otro de los hermanos. Él reside en Alemania desde hace tres años, pero eso no les impide verse a menudo porque «somos muy familiares, hablamos, nos consultamos las cosas», cuenta. Y esa relación no la cambia ni la distancia. Por eso les gusta juntarse siempre que pueden y sobre todo cuando el calendario marca una fecha importante. Hay veladas que no se perdonan. Haciendo memoria, quizá los planes que Miguel más disfrutó de pequeño fueron, precisamente, todos esos viajes que hacían juntos porque «nos movíamos mucho, nos ha llevado a muchísimos sitios» y es una pasión que a día de hoy comparten. Su padre, además, también les llevaba de fiesta a Bilbao y a Madrid tanto a él como a sus amigos: «Hemos salido mucho juntos», añade.
Una vez en casa, ¿cómo es su padre? «Muy divertido y bromista», señala Elena. Así que se lo pasa genial con los nietos. Y sí, Miguel comparte la descripción. Quizá porque se le ha pegado su sentido del humor. Ocurre que, quienes les conocen, también dicen que él es así. «Aunque no tengamos la misma sangre, en ese sentido mi padre dice que yo he salido a él», explica entre risas.
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