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Los humanos somos constructores y destructores de ciudades y pueblos, y en general del territorio. Con nuestras decisiones, acertadas y equivocadas, en ocasiones egoístas y en otros casos pensando en el conjunto social, buscamos satisfacer nuestras necesidades y, en definitiva, vivir mejor, ser más felices. ... Sí, efectivamente, nuestras ciudades y pueblos, nuestros espacios habitados, dicen mucho de nosotros: de nuestra historia, de cómo vivimos, de qué relaciones económicas y sociales existen en nuestra sociedad y, al fin, de nuestros valores.
Desde una perspectiva general, los barrios, las calles, las plazas, los parques, y la vida que en ellos se desarrolla, son consecuencia de la evolución de las diversas fuerzas político-económicas y de los avances del saber, de los intercambios económicos, sociales y culturales, y, también, de la influencia de la naturaleza. Fundamentalmente, las decisiones sobre cómo deben ser las ciudades y los pueblos las ha tomado el poder político-económico con el apoyo de las élites tecnológicas (es muy ilustrativo el diseño de las ciudades en la ‘Nueva España’, de la ‘ciudad socialista’ y, con una perspectiva muy distinta, del urbanismo en el periodo desarrollista en España).
El cambio social de la Sociedad Contemporánea, la extensión de las ideas democráticas, llevan a tomar en consideración las opiniones de la población. El súbdito se convierte en ciudadano. La población, formada y con criterio, tiene una voz que debe ser escuchada. En la sociedad plural se habla de participación; y esta se traduce en: 1º. El fomento del asociacionismo, y 2º. La consulta a los ciudadanos. En definitiva, somos nosotros, los ciudadanos comunes, los que debemos expresar qué localidades queremos. Nuestra opinión es importante. Ya no vale el paternalismo del despotismo ilustrado; tampoco sirve la dirección tecnocrática. La planificación de nuestros pueblos y ciudades es una tarea conjunta: de dirigentes, técnicos y población.
Por supuesto, el propósito último de la construcción de los pueblos y ciudades es buscar el bienestar del conjunto social; es decir, combatir las desigualdades sociales y perseguir la integración social. También preservar el patrimonio cultural y lograr la armonía con el medio natural. Conceptos como ‘desarrollo sostenible’ constituyen una magnífica orientación.
A la pregunta ¿cómo diseñar nuestras ciudades y pueblos? hay que responder de forma rotunda: observando, preguntando y reflexionando. Estas tres acciones son la base del conocimiento, y el conocimiento sirve para actuar con rigor.
Tanto a los dirigentes políticos como a los técnicos hay que decirles que antes de tomar decisiones sobre las ciudades y pueblos salgan a la calle y observen cómo vive la gente y, además, que pregunten qué necesitan, qué quieren, qué desean para ellos, para sus vecinos y para sus familias. Pero que nadie se confunda, consultar a la población va más allá de rellenar 400 cuestionarios y obtener unos porcentajes. Las encuestas no son suficientes, y en ocasiones constituyen una pérdida de tiempo y dinero (con bastante frecuencia solo sirven para que el responsable político transmita la imagen de que él se preocupa de los vecinos o para justificar decisiones ya tomadas).
Para conocer necesidades, opiniones y demandas de los vecinos hay que escucharles, con atención, y hay que dedicar tiempo a mirar cómo se desarrolla el trasiego humano. Además, es fundamental consultar a las diversas asociaciones y grupos que vertebran los intereses y las preocupaciones de la población: colegios profesionales, universidades, asociaciones culturales, asociaciones de vecinos… La vitalidad de estos colectivos, el apoyo para su desarrollo y la atención que les prestan los que ocupan puestos de responsabilidad constituyen unos magníficos indicadores de la salud democrática de una sociedad.
Si todo lo anterior es admitido, ¿por qué se siguen tomando decisiones sobre nuestros pueblos y ciudades sin atender a la secuencia: observar-preguntar- reflexionar? Por ejemplo, ¿qué sucedió en la disparatada intervención en la senda costera de Cabo Mayor a la Virgen del Mar?
Están bien iniciativas como la de los ‘Presupuestos participativos’ del Ayuntamiento de Santander (al parecer el Ayuntamiento ha recibido 400 ideas de los vecinos); también hay que aplaudir que algunas asociaciones de vecinos reivindiquen ante los responsables municipales mejoras para sus barrios, pero en mi opinión hace falta fomentar mucho más la participación ciudadana y, al mismo tiempo, las autoridades y los técnicos deben escuchar con más atención al tejido social.
Concluyo con dos sugerencias. 1ª Un museo de la ciudad. ¿Conocen ustedes el Museo de Historia de Madrid? Es magnífico. Instalado en un edifico espléndido (originalmente un hospicio construido por Pedro de Ribera entre 1721 y 1726), muestra con maquetas, fotografías, pinturas, trajes, objetos domésticos… la evolución de la ciudad, de la sociedad, de la cultura. Yo quiero que en mi ciudad exista un museo semejante. Un espacio que cuente la evolución histórica de Santander, y que sea visitado por los que vivimos aquí y por los forasteros. Un espacio acogedor y también didáctico. Y que contribuya a dinamizar el entorno social y económico. Sí, otro museo, ¿por qué no? ¿No estaría bien ubicarlo en el precioso edificio de la familia Cortiguera (antigua cámara de la propiedad), en el centro urbano, como he escuchado sugerir a varios miembros del Grupo Alceda?
2ª ¿Han pasado ustedes andando por el túnel que une la avenida de los Castros con Casimiro Sainz (Puerto Chico)? ¿No es un horror? ¿Cuántos ciclistas han visto circular por el carril que les han abierto? ¿No tendría sentido explorar la posibilidad unir las dos aceras y levantar una pantalla acústica que proteja a los peatones del ruido y la contaminación que ahora tienen que soportar? ¿No podrían ir andando los ciclistas durante esos metros? ¿Alguien piensa que el actual túnel anima a ir andando? ¿Qué soluciones se les ocurren a los técnicos?
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