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El jargo tiene en la boca el desafío a su identidad. «Tiene los dientes así, como un perro», dice Miguel Ángel Revilla (Polaciones, 1943) poniendo ... los dedos como si fueran las garras de un águila. Gracias a esos dientes se alimenta a percebes, y eso que le da un sabor «exquisito» es también lo que le lleva a morir atrapado en un anzuelo: «Se acerca demasiado a las rocas, y ahí, en el espumero, es donde lo atrapas». Es fácil imaginar a Miguel Ángel Revilla con un caldero y el «bocadillo de tortilla» en la mochila vigilando la tuta. Cuando se hunde, él tira. Para lograrlo, los va cebando con un ungüento que él mismo fabrica con restos de anchoas de Santoña, agua y trozos de pan viejo. Es paciente Revilla. Lleva siéndolo 40 años como político, sin embargo, aunque su boca ha colocado «el nombre de Cantabria en el mapa», aunque su boca haya dicho que el PRC tiene un diputado en el Congreso, aún le falta una última frase por pronunciar. ¿Y cuál es? «He ganado unas elecciones».
¿Qué riesgo corre al acercarse tanto al poder? ¿Cuántos anzuelos habrá mordido el niño de Polaciones, el vendedor de cremas solares cuando era adolescente y que acabó de profesor de universidad y dirigiendo un banco? «Dicen quienes me conocen que no he cambiado, y creo que sigo siendo el mismo desde que empecé en política en 1983, lo único que ha cambiado es la percepción que tiene de mí la gente. Nada más». Y así, como huye el jargo de la costa cada vez que ve flotando el hilo de nailon, huirá Revilla de cada pregunta que le obligue a descartar posibles aliados o criticar la gestión de su propio Gobierno. Sólo morderá el anzuelo cuando las palabras Mazón, La Pasiega o el tren floten como tutas en el enunciado.
«Ahora mismo, ahí sólo hay una granja caída que se llamaba Miguel Guerra, de la que solo queda el 'Mi'», dice en alusión al terreno entre Parbayón y Renedo que anhela convertir en un centro logístico al que sólo le falta «un apartadero en la línea de tren que vamos a exigir a Madrid para que las empresas puedan cargar». «Tú haces un recorrido de Finisterre a Irún y no encuentras dos millones de metros cuadrados que tardes diez minutos en llevar mercancías a un puerto marítimo y a un aeropuerto, y todavía hay tontos que balbucean».
Presidente, ¿esta vez le toca ganar? Y no es que se sepa vencedor, es que su actitud es la de alguien que ha ganado: «Propongo para esta legislatura más de lo mismo y más fuerte», dice: «Es un momento muy importante que va a eclosionar en estos cuatro años porque ha sido una bendición y heroicidad, y mira que he hecho cosas en estos 40 años». Desde que entró en el Parlamento cántabro como diputado en 1983, ha sido consejero de Obras Públicas, vicepresidente con el PP, y presidente con el PSOE, con los dos PSOE con los que le ha tocado convivir.
«Hay que hacer pedagogía contra el despoblamiento, no dando sólo ventajas, sino vendiendo una vida más tranquila y sana», dice. «En Polaciones una furgoneta recoge a los 8 niños en los pueblos, los baja a La Laguna al colegio, los da de comer y los devuelve a casa. Como en Valderredible y en Soba: es caro, pero lo seguiremos haciendo». Eso sí, lo que se compromete a solucionar es el acceso a internet: «El año que viene me han prometido banda ancha para toda Cantabria, dentro del Plan Conecta que está realizando una empresa japonesa con Viesgo».
La trayectoria de Revilla es sabida, como también lo es la intrahistoria del personaje que ha contado en programas de 'prime time' cómo perdió su virginidad, el sabor de la leche recién ordeñada o el tamaño del sable del rey Harald de Noruega. Por contar, cuenta hasta las críticas que le hacen, «que si voy mucho por la tele, que si hago un pacto de perdedores», y sí, dice, lo admite con la cara del que se toma la crítica como una mera definición: «Hay que tener mucha cintura para gobernar con la estabilidad que yo he logrado con todos los partidos», y añade: «La característica demostrable es que, donde estamos, somos serios y responsables, acabamos legislaturas y aprobamos Presupuestos incluso sin mayorías».
¿Con quién ha bailado mejor, hay algún partido que pisa? «Los partidos se comportan de una manera distinta cuando se aproxima el último año de las elecciones», apunta, y compara el comportamiento de las formaciones con un «fenómeno» del mundo de los animales como es el venado: «Es un animal que anda tranquilo por el bosque hasta que llega el mes de octubre y empieza la berrea, y hay unas peleas y unos gritos tremendos». Pues eso mismo es lo que sucede en los partidos, dice, cuando hay cita electoral: «De repente nadie te da nada; lo que era bueno, ya no lo es; el que antes te llamaba, ya no te llama. Y esto es así porque la política ahora es una lucha de supervivencia personal, y para muchos de supervivencia económica».
«La gente se lo toma a broma, pero el año que viene habrá un montón de gente trabajando allí», dice en alusión a las prospecciones iniciadas en la mina del Besaya. «Todavía no saben si la boca de la mina estará en los terrenos de Sniace, por ahora han dado 132 pinchazos para detectar dónde está la masa. Según sus cálculos hay 20 millones de toneladas de zinc, y han gastado 30 millones de euros porque creen que hay aquí un gran yacimiento», afirma, y cifra en 2.800 euros la tonelada. «Hablan de una inversión de 600 millones en el Besaya y de 2.000 empleos estables».
¿Sería capaz de volver a reeditar un pacto con el PSOE de Zuloaga? Revilla asiente: «Sí, claro, por supuesto. Hay que hablar con todos los partidos», y enseguida matiza, «con todos menos con Vox, porque no cree en la autonomía de Cantabria». La nueva política, esa que sucede entre redes sociales, focos de televisión y cloacas, entre polémicas y aspavientos, le lleva a reflexionar sobre su propio papel en ese escenario. «Esta legislatura ha sido la peor que yo recuerdo: he visto romperse partidos, pero esta vez no se ha salvado ninguno». ¿A qué se debe semejante fricción? «Las cosas que se dicen en el Parlamento y en el Congreso se deben a que hay demasiada gente en política que no sabe hacer otra cosa: hay enfrentamiento entre ellos porque no hay pollo para tanto arroz».
Ante la pregunta de si recuperaría Cultura para una consejería propia, Revilla responde: «Me gustaba mucho más cuando estaban juntos Cultura, Turismo y Deporte», pero se ciñe al resultado electoral: «La fuerza para configurar la estructura del Gobierno dependerá de las elecciones». ¿YEducación, qué hará con el polémico calendario? «En función de estas elecciones, lo que pretendo hacer en aquellas cosas donde ha habido conflicto, partiendo de la base de que jamás vamos a conseguir la unanimidad, es intentar al menos lograr el máximo consenso».
Y reivindica entonces la «vocación» como motivo para ocupar un escaño: «Alguien podrá decirme que llevo demasiado en esto, pero es que cuando empecé era director de un banco, profesor de la Universidad; tenía una barquito, era socio del Marítimo; tenía una vida acomodada, dinerito ahorrado, y lo dejé todo por la política. Una vez que en la vida te demuestras que vales para otra cosa, das el paso para intentar hacer algo por los demás, como esa obsesión mía de cambiar el nombre de Santander por Cantabria». Y ahora, 40 años después, «a lo mejor se producen las dos últimas ilusiones de mi vida política: que en Madrid haya un parlamentario de Cantabria y ganar las elecciones». Miguel Ángel Revilla se acaba de asomar al final de su vida política con el sabor en la boca de las batallas ganadas, pero ¿cómo es ese final? ¿Qué sucede cuando uno ve un sueño cumplido y no hay espacio para el siguiente? Los ojos del presidente se empiezan a poner de un extraño color rojo: «La noche de las Generales yo estaba en el despacho viendo los resultados en la tele. Estaba tumbado con un cólico nefrítico y tuvieron que ponerme una inyección por las piedras estas que tengo, pero cuando salió el PRC en TVE empecé a llorar». Entonces se queda en silencio, mientras dentro de él sucede todo de nuevo: «Me puse a llorar ahí solo... como un tonto». El presidente traga con fuerza y agarra las lágrimas con los párpados para que no se caigan. También eso lo consigue. «Ahora queda lo de este domingo 26 para que el día 27 no me digan que gobierno un pacto de perdedores», dice, y se aclara la voz: «Ser un presidente sin mayorías tiene mucho mérito, con mayorías es presidente hasta Mariano Rajoy». Ya es Revilla. Y vuelve a la carga con los ojos negros.
Presidente, ¿usted es utópico? «Sueño, pero luego hay que bajar a la realidad, y hay que reducir el paro, conciliar, aumentar el PIB». ¿Cómo quiere lograrlo? Después de citar cifras de crecimiento económico «un punto por encima de la media española», de asegurar que la legislatura acabará «con 30.000 parados menos» y sumar 1.200.000 pasajeros en el aeropuerto frente a los 270.000 que encontró, apunta directamente a la Universidad: «No todos la han querido y nosotros nos hemos volcado para hacer un contrato programa que garantice su estabilidad de por vida porque la universidad es el foco de donde tienen que venir las ideas». ¿Qué plantea? Y ahí, en el estrecho margen que queda entre la actitud de un visionario sin nada que perder y la necesidad personal de dejar impronta, desgrana el proyecto con el que «sueña» últimamente: «Tenemos que generar una industria de la salud», dice. «Cantabria tiene que convertirse en una región de medicina de vanguardia, atendiendo a gente de otros lugares donde se hagan cosas que no se hace en otro lugar, donde se investigue el cáncer, porque tenemos todo para hacerlo y gente dispuesta a llevarla a cabo», y cita entonces el Idival (Instituto de Investigación de Valdecilla), el Ibbtec (Instituto de Biomedicina y Biotecnología), el futuro centro de protones y el propio hospital, «el mejor del mundo».
Su otra «prioridad» es la industria. Tanto es así que será para lo único que use la libreta sin estrenar que tiene enfrente. Destapa el boli para pintar una especie de haba que partirá con dos rayas («por aquí pasa la carretera, y por aquí la vía de tren hacia Palencia») para explicar lo «estratégico» de los dos millones de metros cuadrados disponibles entre Parbayón y Renedo desde que lo transformaron en «suelo industrial» a través de la ley de acompañamiento, declarándolo PSIR: «No tenemos un metro cuadrado más de suelo industrial, se acabó, y esto es único», y lo subraya haciendo un círculo por encima varias veces.
¿Y la intervención de la Administración en las empresas, cómo lleva el auge del liberalismo económico en el discurso político cuando su Gobierno acaba de inyectar financiación a Sidenor? «No hemos regalado 15 millones de euros sino que hemos entrado de accionistas, es el papel que tiene que cumplir un Gobierno», y levanta la voz por primera vez en toda la conversación en la que se ha movido entre la confesión y la oratoria: «Hemos salvado una empresa que sustenta toda la comarca campurriana con más de 600 empleos directos y otros mil indirectos». Y repite que es un defensor de lo público porque «si no, esto sería la jungla: ¿qué hacemos con los 20.000 dependientes que hay en Cantabria?», y apunta el acuerdo desde Moncloa de financiar este servicio al 50% «porque este año, de los 100 millones gastados, Madrid sólo ha puesto 15» y tira el boli con el que pintó el haba de La Pasiega: «Hombreeeee».
Con la población cada vez más envejecida y el despoblamiento apretando en las zonas más alejadas, pide «blindar las pensiones»: «Yo la mía no la voy a disfrutar porque moriré trabajando», dice. Y en eso no ha cambiado en estos últimos 40 años, sigue cogiendo setas, jugando al tute, andando en albarcas, yendo a pescar... «Sigo haciendo lo mismo que con 15 años. ¿Tú me ves como presidente?A mí no me llama presidente nadie», y cualquiera le creería si no fuera por que ha estado respondiendo a ese nombre durante la entrevista. O quizá era Miguel Ángel, que no se deja ver, oculto entre la espumera de las rocas.
«¿Me pongo aquí?», y ahí se puso Miguel Ángel Revilla, lo más cerca del mar que le permitió su horario de campaña electoral. ¿Por qué ahí, en Raos? «Porque no me daba tiempo a llegar donde me gustaba pescar». No adorna la historia que acompaña la foto, sino que recurre a la portada de su último libro para mostrar ese lugar frente a la isla de Mouro. Ahí va a pescar jargos, el pescado que más le gusta comer «y después el cabracho». Lleva un caldero, compra en Santoña los deshechos de la anchoa cuando limpian la cabeza, «y lo mezclo con pan viejo y agua y hago un chapapote. Con una cuchara lo voy cebando, siempre donde hay espumero, porque si te ven el hilo no pica ninguno». «¿Sabes lo que come el jargo? El percebe», dice con una sonrisa maliciosa, por ahí, en ese vicio, le gana siempre. «Pongo la caña y mientras espero, leo un libro con el sonido del mar de fondo. Así puedo estar horas y me relajo. Me llevo una mochila con un bocadillo de tortilla». La política le ha alejado de ese pedazo de costa: «Ya no tengo tiempo, como mucho voy tres veces al año».
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