Mascarilla sí, mordaza no
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El CIS mete en el mismo saco a las redes y a los medios de comunicación como posibles difusores de bulos, cuando una de nuestras principales ocupaciones es desmentirlos«¿Cree usted que en estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener ... libertad total para la difusión de noticias e informaciones?». Perdonen que empiece esta carta con una pregunta tan larga, tan mal formulada y tan innecesaria, pero es la que ha incluido el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en su barómetro de abril. Con lo mucho que hay que averiguar sobre los efectos del coronavirus y del confinamiento en la población, ¿viene a cuento esa pregunta trampa?
Ni a mí ni a ninguno de mis conocidos nos han llamado nunca para responder a este tipo de encuestas que se pagan con dinero público, pero quizás a algunos de ustedes sí les ha tocado participar. ¿Cuál habría sido su reacción a esa pregunta? Si mi teléfono hubiera sonado, al llegar a esta cuestión le habría pedido al encuestador que me repitiera el enunciado, porque cuesta retenerlo, y, una vez asimilado el contenido, seguro que habría criticado la forma en la que está planteado, y es posible que me hubiera negado, por tanto, a contestar. Pero, como a veces ante el prójimo somos de reflejos tardíos, de haberme pronunciado habría escogido la segunda opción: «libertad total».
Sospecho que una mayoría del 66% de encuestados que ha elegido la primera parte, la de «prohibir» y remitir sólo a «fuentes oficiales», creen que simplemente se han manifestado en contra de los bulos y a favor de impedirlos. La pregunta es capciosa desde el momento en que mete en el mismo saco a las «redes» y a los «medios de comunicación social» como posibles difusores de bulos, cuando precisamente una de las principales funciones de los periodistas y que más tiempo nos ocupa en esta emergencia sanitaria es desmentirlos. Y ya nos encargamos solos, sin que venga ningún gobierno a controlarnos, entre otras cosas porque parte de nuestro trabajo consiste también es desvelar los datos que a veces ocultan, maquillan o tergiversan «fuentes oficiales» que ahora parecen tentadas de asumir el control único de la información.
Si las autoridades quieren ayudar contra los bulos, que los persigan y los penalicen, y que nos dejen hacer nuestro trabajo. El Gobierno de Sánchez cometió el error de filtrar las preguntas que enviaban los medios de comunicación a las ruedas de prensa del presidente y de los ministros, que ya no son presenciales por las restricciones de la pandemia. Rectificó cuando los periodistas se plantaron y se negaron a cubrir las comparecencias en esas condiciones. Si ya tuvieron que dar un paso atrás, no sigan por ese camino. En tiempos de emergencia defendemos la mascarilla, pero no vamos a tragar con la mordaza.
Miren, ahora mismo, necesitamos política de Estado. Nada de torpezas de 'cuento que me voy a reunir contigo, pero todavía no lo sabes', ni memeces de 'me pico porque me he enterado por la prensa y ahora la fecha la pongo yo, y eso será si quiero'. Vamos camino de los 20.000 muertos por Covid-19 en España. Eso es lo que ahora mismo nos da pena. Lo otro, el espectáculo de refriega política, lo que nos da es vergüenza. Criticar lo que se hace mal es necesario. Pero después hay que ayudar a tirar del carro, en lugar de meter palos en las ruedas. En Cantabria, de momento, hemos tenido mejor suerte. La oposición regional al ejecutivo PRC-PSOE, al menos PP y Cs, han entendido las prioridades mejor que sus líderes nacionales.
Los viejos
Un poco de altura de miras, por favor, que se nos mueren los viejos en las residencias. Siempre he preferido «viejo» que «mayor» y «anciano», y sólo llamo «abuelo» al que lo es. Abuelo es el que tiene nietos, y esa es sólo una faceta de su vida. Lo aprendimos ya en la infancia. El Viejo de los Alpes arrastraba su pasado y su halo de misterio antes de ser el abuelo de Heidi. El uso social despectivo ha denigrado la palabra «viejo» para designar a las personas de avanzada edad. Ojalá esta epidemia, que acabará por desgastar muchos vocablos, le devuelva la nobleza a «viejo».
He ido a buscar 'El viejo y el mar' de Hemingway. Pero el abominable bicho se ha llevado por delante a Luis Sepúlveda y he cambiado de objetivo: 'Un viejo que leía novelas de amor'. Al explorar las baldas (palabra que pierde terreno frente a estante o anaquel), me ha parecido que los títulos de Carmen Martín Gaite contaban desde el pasado esta historia presente de no ficción en la que todos somos personajes, empezando por su obra póstuma 'El libro de la fiebre'. No me digan: 'Lo raro es vivir', 'Irse de casa', 'Las ataduras', 'Entre visillos', 'Ritmo lento', 'Fragmentos de interior', 'El cuarto de atrás'. Desde el mío, desde este cuarto de atrás, les deseo salud. Qué gran tesoro la salud.
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