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Hasta que conoció a su mujer santanderina, el sur era su paraíso. Pasa en Rota los meses de julio y agosto. Pero ahora, para Benjamín Prado (Madrid, 1961), Cantabria es su paraíso «el resto del año. En Santander vive la mujer que mejor me trata ... del mundo: mi suegra», dice. No comprende la vida sin humor hasta el punto de que desconfía de la persona a la que le cuesta reír. Reconocido por sus versos, columnas, artículos, canciones y libros más allá de nuestras fronteras, no ha perdido un ápice de generosidad y humildad. Se considera muy afortunado porque le paguen por hacer lo que más le gusta. La facilidad que tenía de pequeño para la lectura le llevó «a que me adelantaran dos cursos, aunque después retrocedí uno» (risas). Para él, uno de los mejores planes es encerrarse en su casa de Rota, como hizo hace dos veranos, con sus amigos (Leiva y Joaquín Sabina) a componer, reír, beber y comer tortilla de patata. De ese verano salió el disco 'Lo niego todo', de Sabina. Su próxima cita con Cantabria espera que sea en la Feria del Libro de Torrelavega si su agenda se lo permite.
–¿Qué tiene ahora entre manos?
–Siempre un libro de poemas. La poesía que yo creo es muy lenta y me cuesta meses un solo poema. Y estoy escribiendo otro libro del profesor Juan Urbano (el protagonista de sus novelas). Para mí es muy importante, porque será el quinto de la serie. Cuando empecé, dije que serían diez y llegar al ecuador es un alivio. Será de miedo. Mi objetivo es que cuando os vayáis a acostar, una vez que estéis en pijama o camisón, miréis debajo de la cama sabiendo que es una tontería, pero por si acaso... (risas).
–La sátira está presente en su novela y en la letra de sus canciones. ¿Se imagina que la revista El Jueves triunfara como Charlie Hebdo o The New Yorker en España?
–Me preocupaba la forma en la que el humor es perseguido y judicializado. Aquellas cosas de las que uno no puede reírse a mí me resultan sospechosas. La gente que carece de humor no me interesa en absoluto. Quien no me ha hecho reír nunca no puede ser amigo mío.
–¿Después de más de treinta años de amistad, qué hay de Joaquín Sabina en usted y viceversa?
–Esta pregunta la pueden responder las canciones que escribimos juntos. Hacemos cosas que por separado no saldrían. Creo que las amistades son una suma. Son un partido en el que se suele empatar. Además de una gran amistad, nos une la familia 'b', la que se nombra a dedo y en la que creo mucho. También compartimos muchos gustos, lecturas, imaginería cultural. Vivimos un ni para ti, ni para mí.
–Siete meses en Praga para dar a luz 'Vinagre y Rosas' (disco de Sabina de 2009). Un verano en Rota (también con Leiva) para 'Lo niego todo' (Sabina, 2017). ¿Es una disculpa bárbara para convivir con amigos o necesita esa inmersión para crear de esa manera?
–No sé si es algo imprescindible, ni siquiera necesario, pero sí sé que cuando pasa es mucho más divertido. Nunca renunciaré a la risa. Muchas veces se entiende que la poesía está relacionada con la solemnidad y la seriedad, pero no es así. De la diversión y la compañía puede salir algo interesante. 'Lo niego todo' lo escribimos casi en régimen de comuna 'hippy', en nuestra casa de Rota, con Leiva, acostándonos y despertándonos juntos, en el mal sentido de la palabra (sin sexo), pero compartiendo la pasión de encontrar las mejores palabras en el mejor orden, como dijo Paul Valéry.
–De Bob Dylan ha dicho que es un poeta con banda, que hace pensar. Sin embargo, aquí se creó una gran polémica a raíz de que le dieran el Nobel de Literatura. ¿Qué nos pasa a los españoles?
–No nos pasa nada. Somos estupendos. Siempre he dicho que soy una de las cosas que siempre he querido ser: español. Dylan tiene una legión de seguidores, hasta la paranoia. Ha sido número uno en España teniendo en cuenta que su música no es fácil. Una antología de sus canciones ha sido traducida por Visor, la editorial de este género en castellano por antonomasia. Esto significa que tiene una gran dignidad literaria, que es lo que pido a los discos que más me gustan. Hay canciones que van a la cabeza (las suyas) y otros a los pies (las de los Beatles). Tiene versos que a mí me hubiera gustado que tuviera un tema mío.
–Rota es su paraíso en verano. ¿Qué supone Cantabria para usted?
–Rota es mi paraíso durante julio y agosto. Es donde están mis amigos y una de mis dos madres. Y Cantabria lo es el resto del año. Al ser mi esposa de Santander, vamos continuamente a casa de la mujer que mejor me trata del mundo, que es mi suegra. Siempre que alguien me llama para participar en algo, me lo pienso dos veces, pero si es para hacerlo en Cantabria, no lo dudo.
–Los conciertos en verano, el Palacio de Festivales, el Centro Botín, cuevas prehistóricas... ¿Qué le falta a Cantabria para despegar y que se nos sitúe en el mapa cultural del mundo?
–Santander es una ciudad turística y para pasar a ser cultural hay que hacer exactamente lo que se está haciendo. El Centro Botín puede causar un efecto similar al del Guggenheim si se hace bien. La futura sede asociada al Museo Reina Sofía también es un acierto. Yo mido la calidad cultural de las ciudades por la de sus poetas. Si los tiene buenos, es que lo está haciendo bien. Aquí están la periodista Marta San Miguel, Marcos Díez (con publicaciones en Visor) y Carlos Alcorta. Gente muy interesante. Esto mismo pasó en la Granada de los años 80 y en la Valencia de los 90. Y está empezando a pasar en Cantabria.
Comenzó la carrera de Filología Hispánica, pero no lo terminó porque en su camino se cruzó Rafael Alberti. «La conquista fue mutua», confiesa Bejamín Prado. Desde entonces la poesía ha marcado su camino. Poeta, ensayista y narrador, ha colaborado con varios músicos (Sabina, Pereza, Coque Malla o Amaia Montero), escribiendo letras de canciones. Su primera publicación fue un libro de poemas, 'Un caso sencillo', en 1986. Esta obra, «que a su inicio era muy inocente», ha ido evolucionando con él en cada reedición
Obtuvo el Premio Hiperión por su poemario 'Cobijo contra la tormenta' (1995), el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla por 'Iceberg' (2002), el Premio Andalucía de Novela 1999 por su libro 'No solo el fuego' y el Premio Generación del 27 con el poemario 'Marea humana'. En 2018 recibió el Premio Pop Eye de Literatura por su novela 'Los treinta apellidos'.
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