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Suena y la máquina escupe papel. Ha llegado un fax a la redacción del periódico, en La Albericia. También un correo electrónico, pero mejor de las dos maneras, por si acaso. Confirman que no ha pasado nada. Los aviones siguen volando, los semáforos funcionan y el ordenador del cuarto del crío no se ha convertido en Terminator después de las uvas. Después de semanas de meternos miedo con el Efecto 2000, nada. Los chavales tratan de llamar a un taxi desde una cabina al salir del cotillón porque los móviles de los dos colegas que ya tienen uno se han quedado sin batería. «No sé si llegaremos a comer», escribió uno a su madre por SMS antes de que se cortara. Nada más, que sale caro mandar mensajes. Han pagado las copas en pesetas y uno le pregunta a otro si le sobran «veinte duros para tomar un café». Los abrigos huelen a humo porque en los bares se fuma. Uno tararea la canción de Jennifer López que es número uno en Los 40 esa primera semana del año. Otro cuenta que tiene que presentar prórroga por estudios para no ir a la mili. Hay una pareja que se ha ido a ver el amanecer con vistas al arco de piedra de La Horadada. Idílico. Discuten si ir a ver esa semana una peli en el Cine Capitol o en Valle Real. Hoy se atrevieron a presentarse, pero ya se conocían de verse en el Club Parayas. Hace pocas horas que ha nacido el primer niño del año en La Residencia Cantabria. El padre, que es muy racinguista, se ha empeñado en ponerle Salva, «que va a ser el Pichichi de Primera». Porque el Racing juega en Primera. Otra pareja –dos chicos– también hace planes. Quieren irse a Londres, pero desde aquí, desde Parayas, sólo se puede volar a Madrid o a Barcelona. Y es carísimo. Sueñan con un futuro juntos, pero sin boda. En España no se puede.
Este es un relato inventado. Pero puede ser real. Una serie de historias cruzadas en Santander el 1 de enero de 2000. En unas horas hará 25 años. Cómo ha cambiado todo...
Por cercanía con las uvas, lo primero es lo del Efecto 2000. Ojo, no era mentira. Pero las consecuencias no fueron para tanto –o para nada–. Se aplicaron las medidas oportunas a tiempo para que los ordenadores no 'pensaran' que el tránsito del 99 (1999) al 00 (2000) suponía viajar hasta 1900. Aún así, un periodista de El Diario Montañés recuerda cómo le tocó comerse las uvas en la redacción por si las moscas.
La memoria coloca las cosas a su manera. Con el cambio de dígitos no empezamos a pagar con euros –muchos lo creen, con un recuerdo distorsionado–. Eso arrancó dos años después. Así que, si en Año Nuevo buscó un lugar para tomar algo, del bolsillo sacó pesetas. Un café costaba entre 80 y 100 y el litro de leche, también unas 80. Si fue a comprar el pan pagó entre 25 y 50, y la caña rondaba los veinte duros (el periódico eran 200 pesetas). Si 1 euro eran 166,386 'pelas', calculen las subidas.
En ese sentido, buscando en las tablas del Ministerio de Trabajo, el salario mínimo hace 25 años estaba –trasladado a euros– en 424,80 (en 2024 se situó en 1.134). Tirando del Instituto Cántabro de Estadística (Icane) en esta línea, el coste laboral por trabajador y año en 2001 (es la primera fecha de referencia) estaba en algo más de 15.000 euros, mientras que en 2023 se había ido por encima de los 24.000.
Cambian los números, claro, pero también las vistas. Además del arco de la Isla de La Horadada, en 2000 estaba en pie el Puente del Diablo. Vamos de paseo por Santander. El Centro Botín, el distribuidor de La Marga, el parque de Las Llamas, el Palacio de Deportes, la Duna de Gamazo, las escaleras mecánicas... Ni rastro. No existían. Pero aún se podía ver en pie la antigua lonja o la fábrica de hielo.
A lo largo del año se empezaron a construir los aparcamientos de la Plaza de La Esperanza, Castelar y Cachavas. Unos vienen y otros se van: fue el año en el que se demolió el Cine Coliseum. Las grandes pantallas en el centro agonizaban. El Capitol, los multicines Bahía y el cine Los Ángeles sobrevivían a duras penas ante la competencia de las salas de El Corte Inglés o Valle Real.
Ya que estamos, la película más taquillera del año fue Misión Imposible II, seguida por (la casualidad ha querido que hace unas semanas se estrenara la segunda parte) y Náufrago. Con todo, en Cantabria, la noticia fue la presencia de Nicole Kidman en la región para grabar Los Otros y esa despedida emocionada a pie de pista en Parayas del que por entonces era su marido, el también actor Tom Cruise.
Mientras, en la pequeña pantalla media España estaba interesada en ver hacer la cena a Ismael Beiro, en averiguar a qué se dedicó fuera de la casa María José Galera o en saber quién le iba a poner la pierna encima a Jorge Berrocal. Fue la primera edición de en una televisión que aún llenaba las conversaciones cotidianas. Las cosas de Tamara y Leonardo Dantés en 'Crónicas Marcianas', el final de 'Médico de Familia' (en diciembre de 2019) o las andanzas de unos 'Compañeros' de instituto...
Si el paseo por la capital fuese conduciendo, puede que lo hiciera a bordo de un Citroën Xsara, el más vendido. Aunque el Coche del Año ABC fuese el Fiat Punto, que costaba 1.800.000 pesetas. En la gasolinera, la súper –que todavía existía– estaba en agosto en torno a las 150 pesetas el litro. La sin plomo era más barata (140), pero el gran ahorro era para el que elegía un diésel (120 pesetas de media). En el CD o en el casete sonaría '19 días y 500 noches', de o una de Bosé. Pero el disco más vendido fue el que dedicó a 'sus niños' de treinta años. Y, por cierto, a Michael Jackson aún le quedaban unos años por delante.
Por la ventanilla, recorriendo la ciudad al volante, se toparía con una imagen demoledora. El derrumbe de Valdecilla que costó la vida de cuatro personas se produjo a finales de 1999 (el 2 de noviembre). Una tragedia. El hospital fue el eje de la actualidad local durante muchos meses. Fue un periodo de obras de urgencia, dimisiones, ceses... La puesta en marcha del Plan Director.
El 00 resultó intenso en lo informativo. El año de las vacas locas, de la mayoría absoluta de José María Aznar, del asesinato de Ernest Lluch a manos de ETA (en total, en 2000 los asesinos mataron a 23 personas)... En clave local, más allá de Valdecilla, se inauguró el tramo de autovía Sierrapando-Torres en una Cantabria presidida por José Joaquín Martínez Sieso con Revilla de vicepresidente y consejero de Obras Públicas (Piñeiro era alcalde de Santander y Marcano, de Torrelavega). El Palacio de La Magdalena acogió la cumbre hispano-francesa (vinieron Jacques Chirac y Lionel Jospin), arrancó un nuevo Año Jubilar y se dieron los últimos retoques a la neocueva de Altamira, inaugurada oficialmente en 2001 (aunque en 2000 ya hubo visitas de grupos de escolares).
Entre los titulares, uno desgraciado. Vientos huracanados provocaron la muerte de tres trabajadores de Cantur en un todoterreno por Alto Campoo. Al hilo de eso, la racha más fuerte de viento en Santander fue una de 136 kilómetros por hora (en 2024 ha habido otra de 236 en el Mirador del Cable). Más cosas del tiempo desde la Aemet. La temperatuta máxima se registró en Vega de Pas, 40 grados (este año, 43,1 en Tama). Pero lo más llamativo se observa en otros parámetros. Máximo acumulado de precipitación en 24 horas: 64,6 litros por metro cuadrado en el aeropuerto en 2000 frente a los 137,4 de Ramales en 2023. O el total de horas de sol: de 1.802 a 2.072. El número de noches 'tropicales' (esas en las que la temperatura no baja de 20 grados) ha pasado de once a cincuenta.
Otras noticias. Una de deportes. Entre las fotos del año está la de las enormes gradas que se montaron para la eliminatoria de la Copa Davis de Tenis frente a Estados Unidos. Cantabria estaba de moda. Además del Racing en Primera, entrenado por Gustavo Benítez, la Gimnástica se quedó a un gol de subir a Segunda. Había equipo en la Asobal –BM Cantabria– y en la ACB –Cantabria Lobos–. Además, entre otras hazañas, Freire fue bronce en el Mundial de ciclismo, Juan Carlos González fue el primer cántabro en subir al Everest y a un mito como Seve Ballesteros le dieron el premio Horeca de Hostelería.
El aeropuerto aún no llevaba el nombre del genio de Pedreña. Era Parayas, a secas. Y era también algo bastante discreto. En 2000 pasaron por la terminal 245.038 pasajeros (en 2023 fueron 1.242.089). Sólo se podía volar a Madrid y Barcelona y, en verano, había algunos viajes a Palma de Mallorca. Nada de Ryanair. Nada de Londres, Roma, Bruselas... El número de cántabros que había viajado al extranjero era –de largo– mucho menor que ahora, aunque eso no salga en ninguna estadística.
Éramos distintos. De entrada, menos. En 2000, 533.417 residentes en la región (a 1 de octubre, 593.044). Pero nacían muchos más niños, 4.341 frente a 2.976. La esperanza de vida ha pasado de 79,35 a 84,2 años. Para arriba. Todo lo contrario que la tasa de nupcialidad (total de personas que contraen matrimonio a lo largo de un año concreto, pertenecientes a un determinado ámbito por cada 1.000 habitantes de ese ámbito). De 5,13 a 3,55. No es difícil deducir que la radiografía es la de una población más envejecida, con mayor peso de los emigrantes, que se casa menos y que tiene hijos más tarde.
Y que ha cambiado su fisonomía laboral. Hay un dato demoledor que puede obtenerse en el Icane. El número de vacas frisonas –como muestra del peso de la ganadería en la economía, en la vida–. De 111.214 reses a 50.968 (y serán menos ya, porque la cifra es de 2023).
Es evidente que el mayor cambio ha llegado de la mano de la tecnología. De hecho, esa época marcó un punto de inflexión. Internet existía ya en 2000, pero el número de hogares conectados era mínimo. El correo electrónico convivía con el fax y aún era fácil encontrarse con cintas de casete o de VHS. Todavía se bajaba con cierta frecuencia al videoclub. La revolución se fraguaba con un aparato robusto, pero cada vez más manejable. El móvil. No tenían cámara (las fotos se llevaban a revelar), ni internet (nada de redes sociales), ni navegadores (benditos mapas de papel)... Se marcaba en teclas, las llamadas y los mensajes costaban una pasta y se combinaba el uso del móvil y del fijo de casa (esos que ya casi no quedan).
Para muestra, dos datos. En 2000 había 24 millones de líneas de móvil en España (de ese tipo de móvil rudimentario) y casi 67.000 cabinas por las calles. Hoy son más de 60 millones (muy distintos) y de las cabinas apenas queda rastro (y tampoco de los teléfonos públicos de los bares).
Tanto ha influido que se ha transformado radicalmente la forma de actuar y de relacionarse. Porque en el móvil está ahora lo que antes andaba repartido (el teléfono en sí, la forma de ver televisión, las agendas, las tarjetas de crédito, la información al minuto, el consumo de radio, las compras, la música, el calendario, los álbumes de fotos, el tiempo, la calculadora y hasta los pasos que da uno al cabo del día).
Los chavales –y no tan chavales– se conocen más por las redes que en los bares y se dan el Instagram en vez del teléfono cuando salen. Eso también ha cambiado. Los jueves han muerto, como la movida de Solares (los domingos) o Renedo. La Bohemia, el Runner, el Indiam... Locales de los años 2000, en los que había marcha por la calle San Luis y aún quedaba algo por Perines. Mucha noche y poco tardeo. Ni mejor, ni peor. Distinto.
«La noche me confunde», repetía un tal Dinio. ¿Saben qué? Que en 2000 ese hombre era el novio de Marujita Díaz.
Diseño web: Ana del Castillo | Fotos: Daniel Pedriza, Javier Cotera, Miguel de las Cuevas, José Luis Ramos y Roberto Ruiz.
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