El misionero Ángel Olaran, premio José Félix García Calleja a la Cooperación Internacional

'Abba Maluku' significa 'padre' y 'mi ángel' en Etiopía. Así es como conocen a Ángel Olaran en tierras africanas. Un misionero religioso que partió de Hernani (Guipúzcoa) hace 50 años con las mejores intenciones pero sin saber que iba a tener un papel fundamental en la cooperación internacional. África quiere a Ángel y Ángel quiere a África. Toda su trayectoria y los tantos puentes de solidaridad que ha tendido a lo largo de estos años le han hecho merecedor del premio José Félix García Calleja, otorgado por la Consejería de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad del Gobierno de Cantabria.

Localizar a Ángel es difícil. No tiene teléfono móvil. A sus 86 años sigue sin rumbo, ayudando a los más necesitados. «Hay sitios donde la cobertura no llega», explica. Es su modo de vida. Su corazón, tal y como él asegura, es de muchas partes. Por eso, a veces es complicado localizarle. El jurado de los premios tenía claro que la cuarta edición de este premio tenía que tener como protagonista a Ángel Olaran. La gala tuvo que organizarse en tan solo seis días, aprovechando su estancia aquí. Pero mereció la pena.

La consejera de Inclusión Social, Begoña Gómez del Río, entregó el galardón a Ángel Olaran, que subió al escenario de la Filmoteca de Cantabria con la misma emoción que si de su primer reconocimiento se tratase. Nada más lejos de la realidad. Los premios que lleva a sus espaldas son incontables, pero agradecía este especialmente por la cuantía económica que acompaña al trofeo. 3.000 euros que, para los africanos, «van a ser un suspiro».

La pasada edición Gómez del Río dijo que «un mar es menos mar si falta una gota». Esta vez el discurso cambió. «Esta vez puedo decir que una sola persona puede ser un océano de bondad, compromiso y entrega». Y es que Ángel Olaran lleva más de la mitad de su vida apostando por el desarrollo de África, transformando zonas desérticas en lugares habitables y siendo un referente mundial en la cooperación.

Un discurso de media hora improvisado. Nada escrito. El padre Ángel sabía perfectamente lo que quería contar. Primero, agradecer. Después, compartir su larga experiencia. «No me voy a callar hasta que vea a alguien bostezar o a no ser que me digáis que tenéis las alubias en el fuego», bromeó. Hizo hincapié en la inmigración: «Llevo 50 años siendo inmigrante en África y me han acogido con los brazos abiertos. Allí también dependo de papeles y de los gobiernos y me lo pusieron muy fácil».

Para él África, concretamente Etiopía, donde lleva asentado más de 25 años, es hogar. «Me he sentido en casa en lugares donde no había una silla, una mesa, un techo o una bombilla. Sin embargo, no faltaba nada. Estar media hora en un entorno así te cambia». Ángel confesó que esas vivencias le han hecho ser quien es. «Estoy encantado con la persona que ellos han logrado hacer de mí mismo. Sin imponerse, con una sonrisa y con un 'ven cuando quieras'. Eso es lo que ha hecho que yo fuera interpretando lo que esa gente necesitaba».

También hubo tiempo para acordarse de la Comunidad Valenciana y poner en valor la labor de los voluntarios. «Es de admirar, pero es una pena que tenga que haber una catástrofe para ver a la gente ayudar al prójimo». En este sentido, quiso hacer un llamamiento: «El sistema actual está destruyendo la humanidad y está en nuestra mano cambiarlo. Podemos ser la primera generación que puede salvarla o la última en destruirla. África nos interesa por su materia prima pero no por su materia humana».

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