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Sentadas, Pilar Abramo (derecha) y Marta Samperio, las guardianas del mítico planillo, junto a Olga Ortiz.
El mítico planillo

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MESA DE REDACCIÓN ·

Teresa Cobo

Santander

Miércoles, 8 de abril 2020, 19:32

Bienvenidos al patio de vecinos de El Diario. Voy a aprovechar mi primera salida de casa en tres semanas para hablarles un poco más de nuestro trabajo, si se puede llamar salida a haber pisado tres metros de acera. Pero ahora valen hasta las migajas. Para empezar, me he sentido un poco como en Canarias, porque dentro de mi coche eran las siete y media de la mañana, una hora menos que en el exterior. ¡He vuelto a la Redacción por unos minutos! Un trámite rápido y esencial. He aparcado a mis anchas justo delante del número 38 de la Avenida de Parayas. Después de apearme he recorrido la distancia hasta la puerta a cuatro patas, no porque el encierro me haya vuelto majareta, sino porque ando con muletas. Una lesión que arrastraba justo desde a. c. Nada es perfecto. ¡Lo que habría dado por caminar!

He tenido la sensación de que entraba en una clínica. En la recepción todo es blanco o transparente. Y allí estaba Rocío Hernández detrás del mostrador, embozada con su mascarilla y con las manos enfundadas en guantes profilácticos. Todo me ha parecido luminoso. Hasta he creído oír una tenue música de fondo y no era el 'Resistiré'.

Hay cosas que no se pueden hacer a distancia. Alguien tiene que cuidar y vigilar el periódico, atender las llamadas de los lectores con sus dudas y ocuparse de otros menesteres. Ahora le toca a Rocío por la mañana y a Lucía Villegas por la tarde. Y a Juan Hernández y Alfredo Soria, los fines de semana. Los cuatro se aburren como condenados, porque apenas ven a nadie.

La Redacción sigue vacía, con ese aspecto de lugar abandonado a la carrera por ataque químico, salvo por un detalle: alguien ha puesto en hora el reloj de la pared. En mi sitio el calendario de Mafalda está abierto por la hoja del 18 de marzo. Oigo un pequeño ruido y, lo confieso, me acerco para comprobar si Guillermo Balbona está escondido debajo de su mesa. Pero no. El redactor jefe de Cultura sigue en casa. Tiene más mérito que un tabaquista empedernido que hubiera dejado de fumar. Oigo de nuevo como si alguien se arrastrara. ¿Espectros? «Un periodista no puede recular», me digo. Avanzo hacia el sonido. Y así descubro a Taquia Redondo moviendo de un lado a otro la fregona. No hay nadie para manchar, pero estamos en guerra contra los microbios.

Taquia Redondo, junto a su carrito de la limpieza.

El carrito azul de la limpieza me parece de pronto un artilugio precioso, repleto de productos de primera necesidad. La fantasía de echar a correr con él me la chafan las muletas. Con la distracción casi me lavo las manos con ambientador. No he apretado el dosificador por un pelo. Taquia lo había dejado cerca del bote del gel hidroalcohólico. Ya pertrechada con la mascarilla y los guantes que me trae Rocío, me dirijo al área comercial, que también está en la planta baja. En la de arriba se reparten los espacios de Gestión, Administración, Distribución y Marketing.

Al acceder al departamento de Publicidad se me eriza la piel. ¿Otro fantasma? No. ¡Cuatro personas! Desde el 18 de marzo no veía a tanta gente junta. En realidad se mantienen alejados. El director comercial está en su despacho. De cintura para arriba, que es lo que puedo atisbar, Avelino Ordóñez no ha cambiado. La cabeza en ebullición y ni un gramo de grasa en el cuerpo. No es habitual ver a Olga Ortiz por aquí, pero la oficina de El Diario en la calle Rualasal está cerrada por la emergencia sanitaria, y ahora ella apoya desde la central en tareas de administración.

Rocío Hernández detrás del mostrador.

Sí esperaba encontrar, y ahí están, a Pilar Abramo y Marta Samperio, las guardianas del mítico planillo. ¿Que qué es? El planillo es al periódico lo que el lienzo al cuadro. El kilómetro cero del recorrido hasta sus casas. La base sobre la que construimos el ejemplar de cada día. Es un periódico virtual en blanco en el que ya se ha decidido el número total de páginas y el de cada sección, y en el que aparecen marcados los espacios que ocuparán los anuncios. Sobre ese soporte que después llegará en formato PDF a la rotativa, los diseñadores maquetan cada información de acuerdo con los jefes de la Redacción; el editor gráfico coloca las fotos seleccionadas y los periodistas redactan sus contenidos.

Y nada de eso puede comenzar antes de que Pili o Marta suban el planillo al árbol de publicaciones, al que ahora accedemos todos desde casa. ¿No les parece bonito que se llame árbol? A mí es que, a estas alturas del confinamiento, todo lo que suene a naturaleza me transporta. Tendrán que perdonarme si me voy por las ramas, incluso por los cerros de Úbeda. A lo que íbamos. Alberto Santamaría, Mario Cerro y yo creíamos que no íbamos a poder sobrevivir sin la versión en papel del planillo en miniatura. Santamaría aún maneja copias clandestinas. Nos queda mucho que aprender, y tiempo vamos a tener. Y ahora les dejo, que viene el puente festivo y este miércoles tenemos que preparar ¡cuatro planillos!

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