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Arancha González Laya (San Sebastián, 1969) entiende la política como «la gestión de lo público al servicio del ciudadano». Política era, desde luego, lo que hizo entre enero de 2020 y julio de 2021 al frente del Ministerio de Exteriores, pero también su trabajo anterior ... como directora del Centro de Comercio de la ONU o lo que hace ahora, desde el ámbito docente, como decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de París. Un año después de dejar el Gobierno, expone en la UIMP su visión del mundo, analiza –con sumo respeto a las decisiones de su sucesor al frente de la diplomacia nacional– las relaciones de España con sus vecinos y se pone a disposición de su país para seguir ejerciendo, desde donde proceda, esa vocación política.
–Pocas veces la política exterior de España ha tenido tantos frentes abiertos como en el último año. ¿Lo vive con alivio o con nostalgia por no estar ya en primera línea como ministra?
–Estamos viviendo un momento de gran desorden mundial. A nivel geopolítico, económico, social… Estamos sufriendo unos choques enormes en Europa con la guerra, además con el añadido de que veníamos del 'Brexit', hemos sufrido una gran pandemia en el continente... Todas las cuestiones internacionales aparecen en la primera plana y requieren de una gestión que es mucho más visible que en los momentos de calma.
–La política exterior, por definición, se diseña a medio y largo plazo, pero los acontecimientos tan atropellados que se van sucediendo en los últimos meses obligan a improvisar mucho más de lo habitual.
–La política exterior tiene tantos elementos estructurales que no puede hacerse a corto plazo. A corto plazo hay que dar respuesta a las crisis concretas que surjan. Los intereses ofensivos y defensivos no cambian de la noche a la mañana. No hay que confundir la táctica puntual, que sí puede variar, con la estrategia, que debe permanecer.
–Se está decidiendo en Bruselas cómo reducir la dependencia energética de Rusia. ¿Por dónde debe ir la solución?
–Un acuerdo siempre será bueno para España, porque mostrará que hay una unidad europea. Lo que se requiere en este momento es esa unidad europea en dos direcciones: para acelerar la descarbonización, que es la póliza de seguros contra la táctica de Putin de utilizar la energía como arma en el conflicto ucraniano, y para responder a la inflación. Un acuerdo europeo, independientemente del contenido, siempre será bueno para España. Sabemos que la crisis de Ucrania tiene un impacto muy serio sobre Europa, pero si somos capaces de mantener una respuesta unitaria mostraremos a Putin que no puede jugar con la UE.
–Más allá del acuerdo, ¿cree que España está sabiendo defender sus intereses?
–España tiene un gran papel que jugar en Europa y en la construcción de un nuevo orden internacional. Lo ha tenido siempre, pero no siempre lo ejerce. A veces por timidez, a veces por estamos absortos en asuntos domésticos… Para muestra el papel que España jugó para la creación del Plan de Recuperación, que tiene una gran seña de identidad española. Ahí España se empeñó en ser un actor, no solo un espectador.
–Hay asuntos de política exterior en los que España es un actor más y otros en los que es protagonista, como en el conflicto del Sáhara. ¿Le sorprendió el giro que dio el Gobierno?
–Como he sido ministra de Exteriores, casi por deontología –porque en la política también debe haber deontología–, no opino sobre decisiones que toma el Gobierno al que he pertenecido. Lo que digo y mantendré es que se necesita una solución al problema del Sáhara y que solo puede venir de una negociación entre las partes. Solo una negociación entre las partes tendrá solidez a medio plazo. El esfuerzo tiene que ser apoyar al mediador de la ONU.
–Parece que la llegada de Ghali a España desencadenó este cambio de rumbo. Desencadenó los saltos masivos a la valla y también la nueva relación con Marruecos. ¿Fue un error esa decisión humanitaria?
–El asunto precede a la llegada de Ghali a España. De ninguna manera sería aceptable que alguien nos dijera cómo ejercer la acción humanitaria. Más teniendo en cuenta que España es un país con una gran acción humanitaria y que ya hemos hecho ejercicios de este tipo en el pasado. El problema no empieza ahí. Había un problema precedente y había habido ya antes movimientos migratorios muy serios. Lo que mostraba es, está claro, una presión a un vecino para que España cambiase su postura. Que nadie se lleve a engaños.
–Usted habla de presión. Puede dar la sensación de que Marruecos ha intentado chantajear a España y lo ha conseguido. Desde que se firmó el acuerdo con Marruecos, el trabajo de las fuerzas de seguridad marroquíes es mucho más activo. Incluso con episodios polémicos.
–Yo lo que creo es que la Unión Europea, después de distintos episodios en la frontera con Turquía, con Bielorrusia y también con Marruecos, ha dejado muy claro que rechaza el uso de la migración como un arma política. Hay que hacer todo lo posible para evitar el uso de personas que están en una situación de gran desprotección.
–Marruecos y Argelia son enemigos irreconciliables. ¿Cómo se puede tener buena relación con ambos?
–España ha demostrado en el pasado su capacidad para tener buenas relaciones con los dos vecinos. España no tiene que elegir entre Marruecos y Argelia. Tiene que tener las mejores relaciones con ambos aunque ellos no las tengan entre sí. Ese conflicto entre Marruecos y Argelia nos puede arrastrar a nosotros, pero España no debería entrar en ese juego. Son importantes desde el punto de vista político, pero también hay lazos afectivos muy importantes con ambos de la empresa española o de la universidad. En momentos de gran turbulencia política internacional, lo mejor es asegurarse que tu vecindario es lo más estable posible.
–La conferencia con la que ha intervenido en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo se llama 'Tendencias geopolíticas del mundo en cambio'. ¿Cuál es el objetivo del curso? ¿Hacia dónde cree que va el mundo?
–Se trata de intentar entender cuáles son las fuerzas que empujan a este gran desorden mundial. Desde luego una rivalidad geopolítica entre China y Estados Unidos que se traduce en un cambio en el eje del mundo del Atlántico al Pacífico. También un populismo muy fuerte que está minando nuestras democracias desde dentro, un retorno del poder como elemento estructurante de las relaciones internacionales y un aumento de riesgos sistemáticos (desde el cambio climático a la proliferación nuclear). Hay que analizar las causas y también las posibles respuestas. Y lo más importante en este momento es entender que la UE puede ser una fuerza impulsora de un nuevo orden internacional. Hay que hacer todo lo posible para que así sea.
–Acabamos de conocer la sentencia de los ERE y usted también tuvo que pasar por el trago de responder de su gestión ante la Justicia. Son casos muy distintos, ¿pero le preocupa la judicialización de la política?
–No me pronuncio sobre ese caso porque no lo conozco a fondo, pero lo que sí he observado, y lo sufrí durante mi mandato, es una creciente judicialización de la política. Temas que deberían tratarse en sede política se llevan a sede judicial. Hay una Justicia que se erige no en verificador de la legalidad de la acción del Gobierno, sino en un actor político. Eso es lo que no podemos aceptar. No podemos confundir política y justicia. Son dos funciones públicas, las dos muy nobles, pero que tienen sus campos. No podemos hacer que las decisiones políticas sean decididas en sede judicial y también tenemos que evitar la politización de la Justicia.
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