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El monje de Las Caldas
Leyendas de aquí ·
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Leyendas de aquí ·
Una extraña figura encapuchada y enfundada en un manto o hábito se aparece entre el tráfico de la N-611El Balneario de Las Caldas del Besaya y el Santuario de Nuestra Señora escoltan la boca norte de un de los túneles de la vieja Nacional 611, en concreto el que entre los puntos kilométricos 177 y 178 conecta Cartes con Barros. Nada del otro mundo. Uno de tantos en una carretera a la que la A-67 le quitó tráfico e importancia, pero que a cambio le dio algo más de romanticismo, como suele suceder en estos casos. Lo que sucede es que ese túnel de la N-611, la antigua carretera entre Santander y Palencia, tiene desde hace décadas un sobrecogedor inquilino. O al menos eso cuenta una leyenda urbana que insta a los conductores a llevar mucho cuidado cuando se pase por las entrañas de la montaña; a agudizar los sentidos y no circular demasiado rápido. Y a mantener la calma si en algún momento se encuentra con algún encuentro inesperado.
En el túnel de Las Caldas vive o al menos transita cerca de él, una extraña presencia que vaga por la calzada y la atraviesa de lado a lado, y que ya ha provocado muchos accidentes desde que se la empezó a ver todavía en el siglo XX. Una silueta oscura, que se mueve con calma y parsimonia, encapuchada y ataviada con una especie de hábito o manto de color oscuro; marrón, morado o negro. Una silueta oscura que siempre se aparece bien en el propio túnel o bien cerca de sus bocas norte o sur.
Nadie le ha visto la cara ni nunca se ha detenido a hablar con nadie, ni con aquellas personas que consiguen esquivarles ni con las que se ocupan los accidentados por su culpa. Sencillamente aparece de la nada para sobresalto de cualquiera que pase por allí, que apenas tiene tiempo para reaccionar a la visión o a la invasión de la carretera, y tal como surge desperece sin dejar huellas de su presencia.
Solo, cuando así ocurre, el volantazo o el accidente que deja a sus espaldas. Solo personas heridas o no, pero en cualquier caso aterrorizadas que intentan comprender qué ha ocurrido mientras escrutan la penumbra en busca de una figura; de una presencia, ya desvanecida. La del monje de Las Caldas, que vaga incansable el túnel como perdido; sin un rumbo o propósito conocidos. La del monje que provoca accidentes.
Efectivamente sí que se han referido accidentes en la zona –ninguna vía está libre de ellos– y particularmente en ese tramo, pero una explicación más sencilla a la paranormal puede ser, al margen de la mayor peligrosidad que en determinada circunstancia puede tener un túnel, que la vieja infraestructura, construida en plena postguerra; en otros tiempos, para otros coches y con otros medios, no se construyera conforme a las normativas de seguridad que ahora se exigen de acuerdo con una normativa europea que ni siquiera se imaginaba en el momento de su construcción.
Pero no se vayan todavía. Aún queda algo más. El imaginario popular ha ligado la figura del monje a un triste suceso ocurrido durante la Guerra Civil. El 22 de diciembre de 1936, cinco meses después del golpe de Estado, Cantabria formaba aún parte del territorio en que se había mantenido vigente la legalidad constitucional. Pero el golpe había degenerado ya en la Guerra Civil y aquel día nueve frailes del monasterio de Las Caldas fueron asesinados en un capítulo que aún se conmemora dentro de los muros del templo, en el que se rinde homenaje a las víctimas.
El mito ha querido ligar a veces aquellas ejecuciones con el monje que vaga sin destino, quizá huyendo de sus asesinos o quizá sin encontrar el modo de pasar al otro lado. De ser así llevaría rondando la zona nada menos que desde 1936, cuando por cierto aún no se había construido la carretera ni, por lo tanto, el túnel.
La asociación de ideas es de todos modos sencilla. Cualquiera que vea una figura encapuchada y con un manto o pongo al lado de un monasterio pensará inmediatamente en eso; en un monje. Pero si está pasando por Las Caldas ya sea antes de entrar al túnel en dirección a Palencia –el lugar más habitual– después de salir o en las entrañas de la montaña, mantenga la calma, no suelte las manos del volante, permanezca muy atento a la calzada y siga con precaución su camino hasta salir del túnel.
No se moleste en detenerse. De hacerlo, como les ha pasado a otras personas, comprobará que allí no hay nadie; como nadie ha visto la cara de la extraña figura ambulante. Sencillamente mantenga su dirección y avance hacia su destino.
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