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Cualquiera que intente ponerse en el lugar de Alejandro Manrique puede pensar en lo desafortunado que se debió de sentir en esos primeros instantes tras sufrir una lesión medular al zambullirse en el mar y perder el control sobre tu cuerpo. ¿Por qué a mí? ¿Por qué me tuve que dar ese último chapuzón? ¿Qué hubiera pasado si me hubiera bañado en otra zona? ¿Por qué me tiré de cabeza? Sin embargo, este joven de 24 años no se hizo ninguna de esas preguntas. Fue tal el chute de adrenalina por no haber muerto ahogado que se mantuvo «tranquilo» durante «la hora» que tardó el helicóptero en llegar a la playa de El Puntal donde se produjo el accidente.
Para Manrique, el sábado 8 de julio de 2023 no es el día en el que se fracturó la C5, es el día en el que la vida le brindó una segunda oportunidad y aunque esa reflexión es admirable, el relato de aquella jornada resulta estremecedor: «Estaba con amigos y fuimos a darnos el último baño. Entramos corriendo con todas las ganas del mundo y cuando a mi parecer el agua me cubría lo suficiente me dejé caer hacia delante y me golpeé la cabeza con el fondo. El impacto me dejó boca abajo, inmóvil, dentro del agua. Estaba consciente, me quería dar la vuelta y respirar pero no podía. Estuve así casi un minuto, tragando mucha agua. Estaba a punto de perder la consciencia cuando llegó un amigo y me sacó del agua».
Aquella noche sus padres estaban de cena con amigos. Entonces, sonó el teléfono móvil de Gloria Trueba, madre de Alejandro. «Nos comunicaron que mi hijo estaba moribundo en una playa esperando para ser trasladado en helicóptero a la UCI y que la cosa pintaba muy mal», cuenta.
Durante los minutos de espera en la orilla, Manrique iba y venía, su respiración cada vez se hacía más lenta, pero «estaba tranquilo porque me había salvado de morir ahogado en el agua». Una vez en Valdecilla fue intervenido de urgencia y cuando salió del quirófano, seis horas después, se reencontró con sus padres y su hermana. «Nos vio y lo primero que dijo fue 'no pasa nada, estoy vivo'. Como él vio la muerte en esos instantes dentro del agua todo lo demás no le importaba. Para nosotros su reacción fue un subidón. Luego es verdad que la situacion se complicó, pero aun así siempre ha sido muy optimista», relata la madre de Alejandro.
Con la operación superada, empezó a pasar factura el minuto que quedó flotando tragando agua. Sus pulmones se encharcaron, comenzó a tener dificultades respiratorias, fiebre y la situación volvió a ser muy delicada. «Tuvieron que hacerme una traqueotomía. Fueron momentos duros porque no sabían si iba a salir de ahí. Al mes me mandaron en ambulancia de urgencia a Toledo, porque son expertos en respiratorio, tenían más máquinas avanzadas. Llegué muy grave, con mucha fiebre, pero lograron sacarme adelante. A partir de ahí, todo fue remontar», señala Alejandro sin dejar pasar que también hubo días en los que tocó limpiarse las lágrimas. «Tardé en levantarme tres meses. Me veía como un trapo, incapaz de poder hacer algo por mí mismo. Una lesión medular no es un camino de rosas, hay muchas cosas que aún no puedo hacer solo, pero busco sacar el cien por cien de mí en todo momento», aclara.
Antes de sufrir el accidente que le provocó la tetraplejia -«he tenido suerte porque la lesión fue a la altura de la C6-C7, lo que me permite tener más fuerza en los brazos», puntualiza Manrique dejando ver de nuevo su forma de enfrentarse a los problemas- estaba en su mejor momento. Se había sacado un Grado Superior de Informática, pero tenía un puesto de agente comercial en Mapfre que compaginaba con su trabajo como entrenador de porteros con cuatro equipos, además de llevar una academia, AJ Fútbol. Alejandro ha sido siempre un gran aficionado a este deporte. Tanto, que defendió la portería del Velarde durante dos años, incluso se enfrentó al Sevilla en la Copa del Rey. «Fue un partido muy bonito. Ese año conseguimos el ascenso. Estaba en un momento bueno, pero desgraciadamente con el accidente tuve que parar».
Acaba de regresar a Cantabria después de casi un año recuperándose en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Ha tenido que cambiarse de casa. Él y su familia viven ahora en un bajo adaptado a sus nuevas necesidades, pero estaba deseándolo. Ansiaba recuperar la normalidad y poder hacer planes con amigos como antes, a pesar de que su día a día seguirá centrado en ponerse fuerte: «Voy tres veces por semana a Valdecilla, donde hago fisioterapia, terapia ocupacional (reaprender a hacer tareas cotidianas) y utilizo el robot Lokomat (exoesqueleto que ayuda a caminar tras una lesión cerebral o medular), que te pone a andar. Sientes lo mismo que cuando andabas, me agrada mucho la sensación». También hace natación y está apuntado a un gimnasio para trabajar la movilidad y la fuerza.
Manrique ha solicitado acabar las últimas líneas de este reportaje con una advertencia: «Lo que me ocurrió no es fruto de una irresponsabilidad. Siempre he sido muy prudente. Aquel chapuzón es algo que hacemos todos. Que la gente no piense que solo tirándose de cabeza puede sufrir una lesión, también puede ocurrir de la manera más tonta, entrando a una piscina o dándose un simple baño. Hay que tener cuidado no solo en los saltos. En Toledo he conocido a muchísima gente de mi edad, y más jóvenes, que van a vivir toda la vida enchufados a un respirador. Toda precaución es poca».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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