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'Nulla die sine linea'. Ningún día sin una línea. Atado a esa cláusula personal, que se autoimpuso y cumplió aún en su hábitat indisciplinado, el periodista Manuel Sierra Pereda, Mann Sierra, envió el jueves su colaboración de cada día a la redacción de este ... periódico. Luego, cerró despacio sus ojos, soñó que soñaba que escribía, y, con la letra impresa en la sangre, se fue sin prisa llevándose con él a uno de los cronistas más singulares de su amada Cantabria y a su alter ego, don Tertulio, que ya descansa para la eternidad en la hemeroteca.
Nacido en Santander en 1932, Manuel Sierra Pereda, que se burlaba de su carné de identidad haciéndose llamar Mann Sierra, falleció el viernes a los 91 años dejando huérfanos a don Corolario, don Ceanúreo, don Zenón, don Penicilio y don Asépalo, sus contertulios en la intimidad y los protagonistas de la columna que cada día de los últimos cuarenta años, que se dice pronto, publicó en El Diario Montañés, así lloviera o así soplara el sur, y en la que volcaba, con una prosa sencilla y próxima al lector, sus profundos conocimientos sobre Cantabria. Sobre sus municipios, sobre sus gentes, sobre sus tradiciones... Raro, muy raro, era el pueblo, el personaje o la anécdota que Mann no conociera y no hubiera plasmado con su pluma peculiar en uno de sus miles de 'tertulios'.
Zacarías Puente
Restaurador y gran amigo
'Tertulios' que conocieron viejas máquinas de escribir y modernos ordenadores personales, que viajaron en correo ordinario y también en correo electrónico, y que, juntos, no son sino un envidiable archivo de las vivencias que empezó a coleccionar viajando por Cantabria de la mano de Francisco de Cáceres, quien fuera director del periódico Alerta, donde Mann se inició en esa difícil aunque apasionante tarea de traer a la redacción algo nuevo que contar cada día.
Mediaban entonces los sesenta, años en los que el cronista, que había crecido entre los bra-zos de su hermana Conchita –su madre falleció cuando él tenía apenas dos años de edad– comenzó a incorporar a su proyecto vital a quienes han sido las otras tres mujeres de su vida. Su esposa, María Esperanza, y sus dos hijas, Rocío y Raquel, la primera una artista de renombre en el universo de la ilustración –donde habita oculta detrás de un pseudónimo, Fría Aguilar– y la segunda una colaboradora siempre fiel a su padre, que, además, tuvo dos hijos varones, Manuel y José María, y dos nietos, Víctor y Sergio.
Mann, para quien el periodismo era más que un medio de subsistencia, pero mucho más que eso –era una vocación que practicó siempre con enorme entusiasmo, era una pasión irrefrenable–, llegó en los ochenta a El Diario, que por aquel entonces dirigía Manuel Ángel Castañeda Pérez, para continuar en esta redacción su larga trayectoria profesional. Suya fue la exitosa sección de viajes 'Rutas por Cantabria', donde el cronista volcaba todo cuanto aprendió durante sus enriquecedores periplos por toda la región, y suya fue también la popularísima columna «Don Tertulio», donde el periodista comentaba esas experiencias que atesoraba con una de legión de lectores ante la que se presentaba acompañado por un manojo de personajes que tenían sus nombres horrorosos por castigo y a los que hacía hablar, cual ventrílocuo, demostrando que, de Cantabria, pocos sabían más.
«Mann fue un periodista de la vieja escuela, muy trabajador, que nunca, que yo recuerde, dejó de entregar su columna diaria, en la que abordaba con acierto asuntos que han quedado relegados en los periódicos actuales, como los personajes, las costumbres, las tradiciones, las fiestas y los refranes de los pueblos», resumía ayer Castañeda, para quien el cronista tenía la capacidad de «presentar al lector el microcosmos en el que puede habitar un pueblo, un municipio o una región como Cantabria».
Eso, precisamente, su facilidad para convertir el periodismo en un vehículo de difusión de la cultura popular de una región como la suya, que tanto amaba, insisten quienes le rondaron, le valió no pocos reconocimientos, premios, títulos y homenajes, de los que él se sentía orgulloso. Lo estaba de todos, pero especialmente de uno en particular, el Premio Nacional Aurora Mateos, del que, presumido como era, se vanagloriaba en cuanto se presentaba la ocasión.
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Autor también de las obras 'Cantabria en la mano' y 'Peregrinar por Cantabria', Mann Sierra, que fue vicepresidente de la Asociación de Periodistas y Escritores de Turismo de Cantabria, no ejerció solo el periodismo. Además, fue dibujante, letrista y un buen crítico gastronómico, algo de lo que dan buena prueba la Asociación Nacional de Críticos de Gastronomía, de la que era un miembro de esos destacados, y el restaurador Zacarías Puente, que ayer lloraba sin consuelo la muerte de quien fue un hermano para él.
«Mann era un hombre increíble. Era capaz de parir un himno a Puertochico en media hora y, si era necesario, hacerle otro a la Cofradía del Queso en la misma mañana», afirmaba Zacarías, que cuando se sentaba a la mesa con el padre de Don Tertulio veía a «una persona dispuesta a colaborar con quien se lo pidiera si de lo que se trataba era de ensalzar a su queridísima Cantabria», «una persona que conocía a esta tierra mejor que ninguna otra» y «una persona libre, indómita, para quien lo primero siempre fue su familia».
Su familia en la vida real, María Esperanza, Rocío, Raquel, Manuel, José María, Víctor y Sergio, y también en la vida periodística, impregnada de curiosos personajes y rebuscados 'palabros'. Decía el articulista Antonio Martínez Cerezo, y decía muy bien, que formar un diccionario con los sustantivos de Mann Sierra es una asignatura pendiente. Que no se desatienda.
Manuel Sierra redactó y envió el pasado jueves, día 4, el 'tertulio' que debía publicarse en el periódico de hoy.
«Lo comentaba don Tertulio:–Una de las costumbres más antiguas de Cantabria la tenemos en el valle de Iguña: la Vijanera. Adriano García Lomas la recoge en su libro: 'Costumbres montañesas'. Esta fiesta es un adelanto local de los carnavales con distintos personajes que nos recuerdan mucho a los que figuran en el desfile carnavalesco de nuestra región.
–El personaje principal de esta manifestación folklórica es el Oso, junto a su amo; y otros como el Viejo y la Vieja, el Caballero, los danzarines… –apostilló don Corolario.
–Unos de los personajes más típicos son los zarramacos, que llevan un traje cubierto por ruidosos campanos y de ese modo ataviados van recorriendo las calles para ahuyentar a los malos espíritus –terció don Zenón.
–Esta fiesta antes tenía lugar en varios lugares del valle de Iguña, pero ahora se celebra solo en el pueblo de Silió –dijo don Ceanúreo.
–Lo más llamativo, también, son los muchos visitantes que vienen a disfrutar de este popular desfile, tanto de dentro de Cantabria como de fuera de nuestra comunidad autónoma, del extranjero incluso –intervino don Penicilio.
–El valle de Iguña es rico en tradiciones folklóricas y sus vecinos procuran no perderse la celebración de este día –añadió don Asépalo.
–La Vijanera, que tiene lugar el primer domingo del año, es la primera de las fiestas que se celebran en Cantabria –apuntó don Corolario.
–Es buena esta ocasión para acercarse al valle de Iguña y disfrutar este día de su gastronomía y de sus paisajes –recomendó don Zenón.
–En Silió tiene especial interés la iglesia románica de San Facundo y San Primitivo, del siglo XII, un bosque donde destacan los robles y las hayas, un grupo de viviendas llamadas 'la Corralada', así como la Casa y Torre de los Obregón y la Casa de Tagle –concluyó don Tertulio.«
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