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Cantabria lleva registrados en los primeros ocho meses del año un repleto catálogo de fenómenos meteorológicos extremos. Inundaciones, desbordamientos de ríos, temporales de frío, lluvia y nieve, una tromba marina, una galerna... que se han alternado con diferentes jornadas de calor extenuantes con los termómetros ... por encima de los 40 grados durante el día y sin bajar de los 20 y los 30 grados, como ha sucedido esta misma semana, por la noche. Todos estos capítulos han tenido su reflejo en los datos de mortalidad que contabiliza minuciosamente el sistema de vigilancia diaria (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III de Madrid. Desde el uno de enero, han fallecido 183 personas en la región por causas atribuibles a las temperaturas (por exceso o por defecto), que son más del doble que las registradas el año anterior en el mismo periodo: 73. Pero hay otro dato llamativo. En lo que va de verano, se han producido 24 óbitos debido a los efectos del calor, frente a uno solo que hubo el año pasado.
Los expertos coinciden en que este tipo de extremos meteorológicos serán cada vez más frecuentes, en parte, debido al calentamiento global del planeta. Por ello, las autoridades sanitarias insisten en que cada vez tendrán mayor reflejo en las cifras de mortalidad. Lo que ha sucedido esta semana es un buen ejemplo de las consecuencias que puede ocasionar a la salud.
La cuarta ola de calor en lo que va de temporada estival en la Península ha traído hasta Cantabria registros inauditos. Santander, por ejemplo, batió el miércoles su récord y alcanzó la temperatura más alta desde que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) comenzó a estudiar y recopilar datos en 1956: 41º en la estación que tiene frente a la bahía en el aeropuerto Seve Ballesteros. Ramales de la Victoria se quedó a sólo dos décimas de pulverizar la máxima regional, que el año pasado, con sus 43,5º, logró la localidad de Terán, en el municipio de Cabuérniga. Pues bien, en menos de 48 horas, la temperatura en todos estos puntos podría bajar 20º de golpe debido a un frente de aire frío del norte que entrará a partir de esta misma tarde.
A diferencia del año pasado, Cantabria no ha sufrido este verano ninguna ola de calor. Sin embargo, ha habido dos días en agosto en los que los termómetros se han disparado. El miércoles Santander batió su récord histórico con 41º y Ramales se quedó a sólo dos décimas (43,3º) de pulverizar el récord regional, que lo marcó el año pasado la localidad de Terán, en el municipio de Cabuérniga, con 43,5º. Esta semana se han registrado una noche tropical (más de 20º) y otra infernal (más de 30º).
El mes de mayo es un buen ejemplo de los episodios extremos que de un tiempo a esta parte se están registrando en la comunidad. A principios de mayo, Santander alcanzó los 34,3º de temperatura en una jornada de calor bochornosa que acabó en forma de galerna. No habían pasado ni diez días, cuando otra ola, esta vez de frío, visitó la comunidad. La estación superior del teleférico de Fuente Dé se tiño de blanco. También nevó los montes que conforman la estación invernal de Alto Campoo.
En pleno mes de abril había llovido en Cantabria un 24% menos de lo habitual, lo que obligó al Gobierno regional a restringir temporalmente la pesca del salmón. La tuvo que acotar a unos pocos tramos debido al bajo nivel de los ríos. Los cauces bajaban prácticamente secos y los agricultores y ganaderos se temían lo peor de cara al verano. El 'campanu' de 2023 fue el más tardío de la historia: seis semanas después de la apertura. Se pescó en Puente Viesgo y sólo pesó 3,8 kilogramos.
Al invierno le costó entrar en Cantabria. Eso sí, la región no se libró de los ya tradicionales temporales de agua, viento y nieve. A mediados de enero, algunas localidades volvieron a sufrir el desbordamiento de sus ríos. El Pas y el Asón se salieron de sus límites en Oruña de Piélagos y Ampuero, respectivamente. La nieve tardó en llegar. La estación de Alto Campoo no pudo abrir sus pistas al público hasta el 20 de enero. La temporada, en cuanto a días de actividad, fue muy reducida.
Cantabria sufrió por primera vez el año pasado los efectos de dos olas de calor, que dejaron jornadas encadenadas de altísimas temperaturas. Sin embargo, no tuvieron efectos en las cifras de mortalidad que recoge el Instituto Carlos III, ya que sólo contabilizó una en julio por este motivo. En cambio, este año ya son 24 –ocho en junio, cinco en julio y once en lo que va de agosto– y aún queda lo que resta mes y el de septiembre para cerrar la temporada estival.
Quienes sí han notado los efectos de las últimas jornadas de calor y temperaturas extremas en la región son los servicios de urgencias de los hospitales y centros de salud. Aunque la jornada del miércoles «no hubo ningún ingreso por golpes de calor», explicó ayer a este periódico Jonathan Díez, subdirector médico de Atención Primaria, sí que atendieron 21 casos leves; la mayoría de ellos, en las dos franjas de edad más propensas: los niños y las personas mayores. Las Urgencias del Hospital Valdecilla trataron a tres personas, todas ellas con síntomas leves; Sierrallana, a siete; el Hospital Tres Mares de Reinosa, a tres, y el Hospital comarcal de Laredo a otras dos. «Todas con la misma sintomatología: mareos, deshidratación, calambres... Ninguna de ellas precisó de ingreso», recalcó Díez.
Por su parte, la red de Atención Primaria atendió a otros seis pacientes: dos en Somo, uno en Rubayo, uno en Potes, uno en Liérganes y otro en Santoña. «En todos los casos, con síntomas leves, por lo que ninguno de ellos necesitó ser derivado a ningún hospital», señaló Díez.
El año, en lo meteorológico, se ha definido por el contraste de los fenómenos extremos, en los que el frío y el calor, en muchos de los casos, han sido protagonistas. Al invierno le costó entrar. De hecho, la estación de Alto Campoo no abrió sus pistas al público, por falta de nieve, hasta bien entrado enero. Luego hubo sucesión de temporales de agua y nieve. Los primeros desbordaron de nuevo los ríos Asón y Pas a su paso por Ampuero y Oruña de Piélagos, respectivamente.
En abril, el fantasma de la sequía visitó la región. Había llovido un 24% menos de lo habitual y los ríos bajaron a la mitad, lo que obligó al Gobierno regional a limitar la pesca del salmón a unos pocos tramos. El 'campanu' fue el más tardío de la historia. Fue izado seis semanas después del inicio de la veda.
Mayo dejó un día de calor en el que Santander alcanzó los 34,3º –la tercera máxima del país–. Luego llegó el verano, con un julio atípico y fresco y un agosto que ha dejado dos jornadas de intensísimo calor, la última esta misma semana, a la espera del bajón térmico que se inicia hoy.
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