8M, mujeres que lideran
Cuatro historias en positivo ·
Los datos dicen que todavía resta muchísimo camino por recorrer en todos los frentes, pero en Cantabria cada día miles de cántabras se ponen el traje profesional sintiéndose ya en igualdadSecciones
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Cuatro historias en positivo ·
Los datos dicen que todavía resta muchísimo camino por recorrer en todos los frentes, pero en Cantabria cada día miles de cántabras se ponen el traje profesional sintiéndose ya en igualdadLlega el 8M y vuelven a ponerse sobre la mesa las realidades de las mujeres. Parecía que las cuotas eran debate del pasado, pero Pedro Sánchez acaba de anunciar una ley de paridad en órganos de decisión públicos y privados. Hace años se abogaba ... por la necesidad de empoderar a las mujeres y darle una vuelta a las formas de educar y ahora esas exigencias se han ido quedando de lado en la discusión pública... para dejar paso a muchas otras discusiones muy encendidas. Y quedan por eliminar innumerables brechas (salariales, digitales y sociales) como se empecinan en recordar los datos año tras año. De modo que las exigencias de igualdad de las mujeres siguen vigentes, pero los muros que se encuentran conviven con otro hecho: miles de cántabras se ponen cada día su traje profesional sintiéndose ya en igualdad -aunque siempre con matices, en general, llamados hijos y cuidados-. Las mujeres que se van a encontrar en estas páginas se han convertido en líderes de sus equipos o se han asociado con otras para sacar adelante sus proyectos. Y pese a que se declaran conscientes de que hay puntos de inflexión en la vida en que todo se vuelve más complicado (casi siempre ligados a las cargas familiares, sean las que sean) se desenvuelven en su día a día laboral sin preguntarse si pueden o no, sin pedirle permiso a nadie y sin considerar un hándicap su condición femenina. Un poco como aquella frase acuñada por la poeta estadounidense Emily Dickinson: «Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos en pie».
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Ha recogido -y lo sabe- la cosecha de lo luchado antes por otras generaciones de mujeres la biotecnóloga y doctora en fisiopatología y farmacología Marta Alonso, coordinadora de Cohorte Cantabria a sus 30 años. Alonso se incorporó al proyecto en marzo de 2021 cuando el plan ya estaba diseñado y, aunque la cabeza visible es Marcos López Hoyos, ella es la responsable directa de un equipo de casi una veintena de personas. Cuenta con sencillez que «salió la plaza de coordinadora, me presenté y la gané. No he visto resistencias. Ni tengo presente en mi labor mi condición de mujer, ni en positivo ni en negativo». Sí cree, no obstante, que ella dirige «desde la empatía» y que le ayuda el hecho de que entró en Cohorte cuando el proyecto era todavía muy pequeño y ha estado en todo el proceso de crecimiento. La investigación, pionera en España, persigue conocer las enfermedades y su evolución en el tiempo en Cantabria porque se basa en procesar datos de salud y muestras de miles de personas.
Cohorte cuenta ya con más de 23.000 voluntarios -aspira a llegar a los 50.000- cuya información hay que procesar desde un protocolo muy establecido para evitar errores por la cantidad de información que se maneja. Y ahí pesa el que la coordinadora es «muy organizada y metódica», algo que exige el puesto y que «hay que transmitir al grupo». Alonso, que no es madre, es consciente de que «el techo de cristal está en los hijos. Accedemos a las carreras en igualdad de condiciones, pero hay un punto -cuando llegan las cargas familiares- en que si estas no se distribuyen por igual, las mujeres pasan a tener un segundo trabajo». Por eso, la biotecnóloga diría que ahora mismo «hace falta un 'Día del Hombre Cuidador' para animar a los hombres a corresponsabilizarse de todo que podría compartir fecha con el 8M».
Alonso también tiene claro que está evolucionando a marchas aceleradas el concepto social del profesional hombre dedicado 100% a su trabajo y la mujer repartiéndose entre el trabajo y cargas familiares y aficiones. «Aquí encontramos una cuestión generacional. Ahora son muchos los hombres jóvenes que no están dispuestos a dedicarle todo su tiempo a su profesión».
Ella asegura que no se olvida de vivir «por ser coordinadora y creo que toda mi generación lo ve así porque tenemos interiorizado que hay que desconectar, que hay que hacer ejercicio porque es muy sano y hay que llegar en mejores condiciones a la vejez»...
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Tampoco es madre Paz Gil, librera santanderina que ha convertido un negocio de venta de libros en un lugar de encuentro para todos los debates siempre que partan de un texto y en un espacio en el que lo mismo se monta un taller que un club de lectura de ensayo. Ella dice que siempre quiso hacer de su librería «algo diferente, para dar a conocer cosas y luego dejar que vuelen solas».
Desde esa nutrida plaza cultural que ha levantado, Gil sabe que no tener descendencia le ha permitido la libertad de ser lo «osada» que se considera en su trabajo. «Incluso diría que el hecho de hacer muchas cosas viene de ser mujer». La librera estima que ellas tienen «una mirada sobre las cosas distinta a la de los hombres» y a la hora de liderar de cara a la galería la empresa familiar (son cuatro socios, que son hermanos, «un apoyo fundamental») cree vital contar con un «buen equipo» de colaboradores. En su caso, desde 2005 está desarrollando y haciendo crecer el proyecto de la Plaza de Pombo «a base de escucharles mucho y aprender con ellos», señala cuando se le pregunta por la fórmula para estar al frente.
Sus empleados, a los que ve como parte muy importante del éxito, «son muy distintos entre sí y, sobre todo, son muy lectores, con lo que han sabido ir abriendo líneas en las estanterías. Hemos formado un grupo que siempre está innovando porque también ha entrado gente joven que ha revolucionado ciertas secciones». Gil asegura que su forma de dirigir se basa en no acomodarse «y en mirar siempre hacia adelante» tras constatar que, en toda España, la gran mayoría de librerías independientes y con proyectos culturales enraizados en ellas «son también mujeres y nos desenvolvemos bien». Y vuelve a su gente, que cuando viaja, siempre vuelve al trabajo con fotografías de las librerías en las que ha estado y les ha gustado», lo que les permite replicar las ideas en la tienda de la plaza de Pombo.
No constata que ocurra lo mismo en los grandes grupos editoriales, con los que mantiene estrecha relación, «donde en la cúspide suele haber un hombre, aunque el día a día del trabajo lo desarrollen mujeres. Lo notas en los congresos y lo vi claramente hace poco en una comida en Madrid: todos los directores de suplementos literarios en los medios de comunicación españoles son hombres cuando, en general, ellas son mayoría en las Redacciones».
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Queriendo desde el minuto uno un proyecto 'de mujeres' «de forma consciente», Maybe Arce, Esther Sasián y Begoña Lejarza se constituyeron hace más de dos años en cooperativa para abrir Ecotierruca, una «casa de comidas de la abuela, solo que profesionalizada y ecosostenible». Con este plan, sacan a su mostrador a diario entre seis y ocho platos tradicionales y saludables (bajos en grasas, en sal y en azúcares) con preferencia por las verduras y las legumbres con la intención «de mejorar la vida de la gente por medio de los cuidados. Es algo muy femenino», señalan, pero también «muy feminista. Aquí vienen muchas mujeres a comprar comida casera porque se regalan un día para ellas, sin cocinar». Es posible porque los precios de los platos son asequibles.
Todo en su propuesta está pensado al milímetro y cada una de las tres socias trabajadoras tiene su función. Arce (46 años) es dietista y lleva las riendas de la atención al público, Sasián (28 años) es la cocinera que maneja un gran robot con el que han conseguido que en su cocina no haya fuegos ni humos. Lejarza (74 años) se ocupa del mantenimiento y la limpieza. En el momento de hacer este reportaje esta tercera socia se encuestra de baja, por eso no sale en la fotografía.
Las socias tratan de no pasar nunca de las ocho horas de trabajo diario, lo que les permite no perder de vista su calidad de vida, algo que en la hostelería al uso no siempre se logra, ni con un negocio propio sea de la índole que sea. Con una cartera de unos 200 clientes en la actualidad, creen que un varón al frente «no habría planteado igual» esta empresa («de hecho, tuvimos un becario que era chico y aunque nos dijo que estaba a gusto no ha continuado») que ellas han enfocado totalmente «a la salud y el bienestar» y con un gran respeto por el entorno: todos sus productos son ecológicos y lo más cercano al kilómetro cero, todo lo que usan en su local es reciclable y han ninguneado el plástico en todos sus procesos.
La filosofía del cuidado «es muy bien entendida», también, por sus clientes varones: «un taxista que tenía el colesterol muy alto probó a seguir nuestra dieta un mes y lo bajó en 27 puntos», cuentan. Y una multinacional les encarga todas las semanas desde el otoño la comida de sus empleados porque a los directivos «les gustan los valores que transmitimos». Esto les anima a pensar en una ampliación, aunque se encuentran en ese momento de incertidumbre antes de dar el salto.
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En un mundo muy diferente a todos los anteriores se mueve Beatriz Lamadrid (Reinosa, 38 años), abogada especializada en gestión tributaria en Esade -Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas- y con doce años de carrera en Barcelona, en Garrigues, una de las grandes firmas del sector en España. Lamadrid aterrizó en Santander hace un par de años, en parte porque buscaba «estar más cerca de la familia al llegar a mi segundo hijo». Pero no estrictamente por conciliar, porque «las políticas de retención de las mujeres en Garrigues son muy potentes y, si hubieran tenido oficina aquí, seguiría con ellos». En su decisión pesó más que, tras más de una década bajo un paraguas de referencia, la experta fiscal sintió que podía lanzarse por su cuenta, «sin depender de nadie».
Para dar el paso se asoció con otras dos mujeres con las que se complementaba en conocimientos «en una simbiosis perfecta». El grupo mantiene dos sedes, una en Barcelona y otra en Santander: la cántabra lleva el área fiscal, Cristina Ramón el procesal y Diana Rodríguez el mercantil y después se sumaron una abogada más y dos abogados, uno de ellos (Manuel Torreiro) comparte despacho con Lamadrid en la capital cántabra. Los profesionales de L4LAW hacen bandera del teletrabajo «porque así lo exigen los tiempos y porque llevamos casos de toda España, sea desde Barcelona o sea desde Santander: todo lo que hay que hacer es organizarse bien».
Lamadrid afirma que, «por el perfil de los clientes y nuestra carrera», no se ha encontrado en situaciones que chirriaran por su condición femenina. «Solo con clientes más clásicos hemos podido encontrar alguna resistencia o les ha costado más dar su confianza porque creen que una mujer está más de apoyo que de liderazgo, pero esto empieza a ser residual». Sí ha visto, por el contrario, que «en momentos asociados a maternidad son mayores las dificultades» sobre todo «por los roles que impone la sociedad». Y cuenta una anécdota: tuvo a su tercera hija cuando ya estaba fuera de la gran corporación y la contactaron «para un proyecto grande. No me atreví a decir que había sido madre hacía un mes porque se trataba de hacer un trabajo muy minucioso y, precisamente por esto, los clientes preferían una mujer. Si hubiera dicho que tenía un bebé, quizá les hubieran entrado dudas».
Ella, por su parte, no tiene ninguna. Tampoco las tienen Marta Alonso, ni Paz Gil, ni Maybe Arce y Esther Sasián. Todas líderes en lo suyo, de forma natural.
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