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El bolardo es un mojón evolucionado para simular mayor refinamiento semántico. Los concejales de urbanismo uniformaron calles y ciudades plantándolos con entusiasmada generosidad, estorbaban en todos los rincones para disuadirnos de traspasar sus límites. Ahora, por desafortunado azar, se reivindican y predican como una especie ... de venerado menhir urbano, un tótem protector. El bolardo, frente a la tecnología armamentística, es como aplicar alambres de espinas para ahuyentar palomas de las ventanas o personas con hambre y sueños de la valla de Melilla.
A contracorriente queda Corea con sus misiles y su encendida nostalgia por la guerra fría, mientras nosotros, vulnerablemente desconcertados, regresamos a las fortalezas medievales de muros de piedra. Los diques ya no nos separan del mar sino de nosotros mismos, de nuestras banderas.
La alcaldesa de Santander se ofrece a colocar ‘maceteros’ –borlados primaverales– pero duda de su eficacia. Escepticismo lógico cuando, al parecer, no somos capaces ni de contener la avalancha del botellón y cada fin semana centenares de chavales dan esquinazo a la policía. La táctica de poner puertas al campo –nuestra única ocurrencia– nunca ha funcionado, aunque se sigue ensayando con imperturbable persistencia física y moral, en perímetros urbanos y hasta en el ágora virtual de las redes sociales. Todo son entorpecimientos. No hable más que de Venezuela. No haga chistes sobre Carrero Blanco. No cuestione la venta de armas. No sacuda más alfombras, que ya apareció un millón de euros al agitar el armario de Francisco Granados.
Quizá descartamos ir a la raíz del problema porque nos traería más, sobre todo de conciencia. La cuestión ha quedado circunscrita al ‘bolardismo’, fortaleza defensiva más propia del que no quiere ver que del ciego. Todo encaja. Aquí en lugar de estar ciega la justicia lo está la ministra de Trabajo, que proclama una esplendorosa primavera laboral. Con la misma fe que la crédula Pitita Ridruejo percibía apariciones marianas, Fátima Báñez profetiza que ahora tenemos empleo de mayor calidad.
Solo podemos concluir que nuestras autoridades tienen delante de sus narices un bolardo de naturaleza descomunal. Un controvertido parapeto para defendernos de la realidad ocultándonos la evidencia.
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