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Cantabria registró 3.386 nacimientos en 2020, según los datos del Instituto Cántabro de Estadística (Icane), lo que supuso un descenso del 4,5% con respecto a 2019, cuando hubo 3.547 nacimientos en la región. Esta bajada en 161 nacimientos no es puntual, sino ... que se suma a un contexto de descenso de natalidad generalizado en el país (baja de media un 5,9%), y constante en el tiempo, ya que Cantabria ha visto cómo en una década los nacimientos se han reducido un 36,64%, es decir, que de los 5.344 que hubo en 2011, los últimos datos del Icane de 2020 (provisionales) son 3.386, lo que supone 1.958 nacimientos menos. ¿Qué consecuencias tienen estas cifras? Si bien el descenso ya se hace notar en escenarios como la educación, donde el inicio del curso escolar ha evidenciado que Cantabria vuelve a perder alumnos -un millar este curso en las fases iniciales de Infantil y Primaria-, su afectación tiene una lectura trasversal que va desde lo cotidiano a lo macroeconómico, y con un componente social y de género que explica este descenso. «La bajada de natalidad es un problema económico y social», advierte David Cantarero, profesor titular del Grupo I+D (Economía Pública) de la Universidad de Cantabria: «Si esto continúa en una tendencia negativa en los próximos años, supondrá desafíos importantes para la economía montañesa, porque implicaría un menor dinamismo en el reemplazo de nuestra fuerza laboral que, si no se compensa con flujos migratorios a Cantabria (lo que a su vez depende de que se generen nuevos yacimientos laborales), mermará la productividad y el PIB futuros de nuestra región, además de socavar la base financiera también de prestaciones sociales autonómicas».
Este es el escenario local. Pero a nivel nacional, la realidad no es muy distinta. Durante 2020 se registraron 339.206 nacimientos en España, lo que supuso un descenso del 5,9% respecto al año anterior (21.411 nacimientos menos), según el Instituto Nacional de Estadística. En comparación, Cantabria no es de las comunidades que peor se comporta, y si nuestra tasa de variación anual es de -4,5%, la media nacional se sitúa en -5,9%; además, es la sexta comunidad donde menos varía con respecto a 2019, solo por detrás de Ceuta, Baleares, Galicia, La Rioja, Extremadura y Murcia. Sin embargo, esta clasificación no es consuelo, ni mucho menos; más bien es otro tintineo de advertencia que lanza la demografía. En los últimos 25 años, (de 1996 a 2020), la población cántabra «ha experimentado un notable cambio en su estructura biológica», explica Carmen Delgado Viñas, catedrática de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Cantabria: «Si la proporción entre varones y mujeres se ha mantenido prácticamente intacta, la composición por grupos de edad manifiesta claramente un rápido proceso de envejecimiento, tanto por la base de la pirámide como por su cúspide». La población menor de 20 años representaba el 22,1% del total en 1996, pero en 2020 los jóvenes ya solo alcanzaban el 17,6%. Y lo mismo sucede con la fecundidad: si en 1975, la media de hijos por mujer era de 2,63, en el año 2020 la media es de 1,07.
El incremento de la edad de la maternidad es una constante, y si bien en 1975 la edad era de 28,59 años, en el año 2000 había ascendido a 31,10. Ahora, en 2020, el último valor se sitúa en 32,49 años de media para ser madre. ¿A qué se debe este retraso en la decisión de tener hijos? Según explica Silvia Tamayo Haya, profesora titular de Derecho Civil y directora del Máster en Derecho de Familia y Menores de la Universidad de Cantabria, los motivos de los más jóvenes «se mueven en el ámbito de las decisiones personales (son demasiado jóvenes o no tienen pareja). A medida que cumplen años se ligan más al contexto institucional y a la falta de medios, y más tarde, a la salud, pues la necesidad de superar estos obstáculos obliga a posponer la decisión de ser madre hacia unas edades en las que capacidad biológica de concebir es menor». El resultado es un «elevado número» de mujeres y hombres que «no pueden satisfacer sus deseos reproductivos», dice Tamayo: «Es llamativo que más de la mitad de las mujeres que no han sido madres lo habría querido ser, así que el problema no es que se tengan pocos niños, sino la diferencia con la maternidad deseada».
¿Por qué esa decisión individual se retrasa o, como apunta la experta, se elude? La respuesta está en el contexto económico, con un trasfondo social que requiere cambios no solo políticos: «Las soluciones no solo vienen de políticas activas de fomento de natalidad, el bienestar de los menores es responsabilidad colectiva de la sociedad, y hay que tener en cuenta que la decisión de tener hijos es individual. Por eso hay que implementar medidas de corresponsabilidad familiar y conciliación horaria para crear un entorno favorable y que la población se rejuvenezca», advierte Cantarero, porque, «más que un gasto, cualquier ayuda de fomento de la natalidad supone una inversión a futuro con una alta rentabilidad social».
Silvia Tamayo | directora Máster en la UC
Carmen Delgado | Catedrática de Análisis Geográfico
David Cantarero | Profesor dela UC
Por si fuera poco, a esta realidad hay que sumar el efecto de la pandemia, que no solo «ha empeorado este descenso de la natalidad», sino que, como apunta Silvia Tamayo, «cuando esta situación termine, no cabe esperar un repunte», como sucede cuando se supera una crisis, como se ve en el histórico de datos tras conflictos bélicos o 'cracks' económicos: «Esta crisis se ha incidido especialmente en las mujeres». En el confinamiento, «la experiencia del encierro exacerbó la división tradicional de roles de género, y la mujer asumió la mayor parte de las tareas del hogar y cuidados».
Además, dice, «la esperanza de que el teletrabajo hubiera cambiado esta situación no se ha hecho realidad, sino que ha sido al contrario y ha empeorado la desigualdad», dice la profesora de la UC, que pone el foco también en otras consecuencias derivadas de la pandemia «sobre las que tendremos que estar alerta» como que «las estadísticas se vean afectadas por la postergación de los embarazos por reproducción asistida o el hecho de que la precariedad esté empujando a futuras madres a renunciar a tratamientos privados para inscribirse en las listas de espera de la sanidad pública, un proceso que se alarga en el tiempo mientras el reloj biológico no deja de correr».
Dos años con el covid. En el primer semestre de 2019 hubo 1.720 nacimientos, cuando no había llegado el virus. En el primer semestre de 2020 hubo 1.616 nacimientos. Estaba la pandemia, pero aún no había generado efectos. Hasta junio de 2021 se han registrado 1.653 nacimientos, 67 menos que en el mismo periodo de 2019
En este análisis coincide Delgado Viñas. Si bien admite que aún es pronto para saber la repercusión real con datos de la pandemia, está segura de que ha tenido un efecto «muy grave» añadido a la baja natalidad y baja fecundidad: «Cuando tengamos los datos de 2021 sabremos los niños que no se gestaron durante la pandemia. Ocurre en todas las crisis, que tienen una repercusión inmediata en la caída de la natalidad y fecundidad, y aunque luego hay una recuperación, nunca es del 100%, algo improbable con la pandemia».
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