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La Autoridad Portuaria de Santander deliberó recientemente sobre la conveniencia de seguir permitiendo tráficos de armas con destino preferente a Arabia Saudí, que las dispara – ... sin pudor alguno– contra la población civil de Yemen y, probablemente, incluso contra nosotros mismos porque, al parecer, parte acaba en manos terroristas. Debate que, por cierto, en nuestra escala de preocupaciones ha inmerecido una minúscula porción del interés que acaparan los 'Aves' de humo, los baños de ola o las pancartas docentes. El planteamiento, no obstante, ha sido tan tibio como su conclusión.
Nos dicen que este mercantilismo guerrero no vulnera ninguna normativa, tan sólo el sentido común y los preceptos más elementales éticos y humanitarios. Cuestiones que, al fin, como todo el mundo conoce, son de una importancia descomunalmente trivial en un dilema de esta dimensión. Sólo faltaba que el tráfico de armas desde Santander estuviese siendo consentidamente ilegal. Sólo es inmoral, respiran aliviadas nuestras autoridades, que no diferencian entre lo que tienen derecho a hacer y lo que es correcto hacer. En Bilbao ya no cargan y descargan armas porque los estibadores apelaron a la objeción de conciencia que aquí –menos escrupulosos– no invocamos. Aquí nos lavamos las manos concluyendo que no se puede dar prevalencia a convicciones morales. Algunos ingenuos militábamos en el convencimiento de que ante un conflicto entre el mundo natural y el moral, la conciencia debe llevar razón. Un dogma, al parecer, trasnochado. Ahora, aquí cumplimos las normas sin importar sus consecuencias. Proclamó Montesquieu que una cosa no es justa porque el hecho de ser ley, debe ser ley porque es justa. Tampoco lo de 'La Manada' es legalmente una violación, aunque lo realmente lo sea y, de hecho, se va a cambiar para conseguirlo. Si una inmoralidad es legal, hagamos que no lo sea.
Las normas que permiten a los barcos llenos de armas zarpar de nuestra bahía son un naufragio moral, por mucho que los responsables del Puerto de Santander se hayan agarrado al salvavidas envenenado de la banalidad del mal. Ojalá podamos ser desobedientes cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia, predicó Galeano.
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