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Probablemente la pérdida de poder adquisitivo de los políticos no preocupa a los ciudadanos, quienes consideran que bastantes apuros y sofocos pasan con sus ... propios recortes. Así que los diputados cántabros no encontrarán mucha comprensión con la subida de sueldo –modesto uno por ciento– que se aprobaron antes de irse de vacaciones. Aunque el asunto ha pasado de puntillas entre chupinazos y charangas de la Semana Grande.
Cobrarán veinte euros más al mes. Insignificante para su nómina de 2.950 y principal para quienes perciben 707,70 de salario mínimo o los pensionistas que con suerte cobran un euro más al mes. Dirán que plantear así el debate es demagógico o populista, adjetivos que nuestros políticos gastan con generosidad y extraviado tino semántico. Comodines elásticos para rebatir cualquier ataque a sus privilegios o contradicciones.
Los políticos –como todo trabajador– han de estar bien remunerados por la responsabilidad que asumen y para evitar tentaciones. Pero quien adora el dinero nunca tiene suficiente. Decenas de casos aislados de saqueo y comisión así lo certifican. Quizá lo que importa no es cuánto cobren, sino de qué pasta moral está hecho quien lo percibe. El asunto no debe arbitrarse desde la simpleza, aunque el incremento salarial no fue aplaudido por todos: Podemos se opuso y Ciudadanos se abstuvo. Los diputados se sumaron a la equiparación salarial de los funcionarios del Parlamento. Es lógico. No se van a equiparar con la pérdida de poder adquisitivo de los autónomos, cuya cuota vuelve a subir otro 3% este mes. O con el común de trabajadores con menos derechos y más deberes, cuyas condiciones laborales no mejoran.
Sus señorías se apresuran a ir recuperando un poco de lo que se bajaron con la crisis. Cuando aún no se ha revocado la reforma laboral que fracasó en su objetivo de crear empleo estable y de calidad, como prometió la propaganda oficial. En un naufragio el capitán es el último que abandona el barco. Aquí no han esperado a que todos nos subamos a los botes salvavidas. Tripular con tal impaciencia tal vez entorpece que la política recupere su reputación.
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