«Para el Niño, los números favoritos son el 7 y 8»

«Juan Herrero Cobo Ortiz Suero», se presenta el vendedor, rodeado de diferentes papeles que, si uno se fija, pueden ilustrar los más de cien años de historia del negocio familiar. «Y aquí estamos desde entonces», resuelve el santanderino, que ha pasado toda su vida entre esas cuatro paredes: «Yo podría protagonizar 'Ocho apellidos cántabros'. Mis primeros recuerdos, con cuatro o cinco años, son de este lugar: merendando un bocata de nocilla con mi abuela. Con ocho añitos ya estaba yendo a recoger papeles en el banco», recuerda el vendedor. A su lado, una antigua escritura amarillenta enmarcada en lo alto de la pared custodia el local. «La administración de loterías se lo entregó a mi bisabuelo cuando abrió el negocio». Y de fondo, la voz de los clientes de siempre. Su elección minuciosa del número, su trato con la tendera después de tres décadas pidiendo la misma participación, y las bromas de siempre. «Dame uno del Niño», seguido de un «¿del niño o de la niña?» La escena no ha parado en toda la mañana.

Y menos desde que comenzó la Navidad, que inunda las administraciones loteras de «miles de números», pero también de un «ajetreo constante». Lo cuenta Herrero con la sonrisa de quien no ha parado de trabajar en un mes: «Vivimos de ella todo el año, pero cuando llega ya estamos deseando que termine, y cuando termina que vuelva a empezar. Realmente requiere mucha dedicación. Manejas mucho dinero que no es tuyo, y eso conlleva una gran responsabilidad que también viene acompañada de muchas preocupaciones». A sus 39 años, la administración de la familia Suero ha vivido historias de todo tipo. Antes de enumerarlas Herrero ha ido a por una antigua página de periódico enmarcada tras un cristal. «Esta es de 1934, cuando repartimos el Gordo», enseña. Muchos de sus compradores más leales seguro que conservan esa misma reliquia en su salón. Si no, a lo mejor conservan el otro que repartieron en 2017. «Tenemos clientes cuya familia lleva comprando el mismo número desde que abrimos la administración. Es un auténtico ritual», apunta.

La prueba está al otro lado. Una hilera de personas se alarga más allá de la puerta. Unos traen el número bien apuntado de casa. Son fechas de nacimiento, de una boda, de un recuerdo o una mera asociación de todos ellos. En otros casos, todo lo contrario: «Dame uno cualquiera», seguido de una negativa que sale de dentro: «No, ese no». Son observaciones muy del negocio. Una semana después del sorteo del Gordo, el 'modus operandi' del comprador de lotería cambia por completo, tal y como señala el vendedor. «En el sorteo de Navidad la gente es mucho más metódica, tiene un número claro antes de entrar en la administración. El cliente de Reyes es muy distinto: no lo escogen de esa manera tan estricta». Hay algo en lo que parecen coincidir, eso sí: «Este año, los números con más tirón están siendo el 7 y el 8».

En lo que va de charla, las conversaciones entre clientes y el ambiente distendido delatan el carácter risueño del local. Hace tiempo que Herrero palpa esa atmósfera en primera persona. «Tengo la suerte de tener un negocio alegre, donde la gente llega con una sonrisa». La mayoría de ocasiones esos gestos llegan regalados. Otras veces, sin embargo, la administración novena de la capital «es como una farmacia de guardia». El santanderino se refiere a «la ilusión, pero también a los desahogos que acompañan a multitud de compradores». Después de todo, añade que «hemos escuchado miles de historias, sobre desahucios, enfermedades, tragedias, ilusiones... Por eso no vendemos lotería, sino sueños», concluye. Dentro del placer que significa repartir un premio, el vendedor destaca: «No hay como darle la noticia a quien todavía no se ha enterado. Es una satisfacción muy grande».

Con todo, una vez terminado el sorteo del Niño, el día 6, y «recuperado ya del gran cansancio que suponen las fiestas», hay un pensamiento que ronda la cabeza del lotero todos los años: «Pasadas las fiestas, lo echamos de menos», reconoce Herrero, y estima en un 50% del total la facturación acumulada sólo durante la Navidad. Unas fiestas que llegan antes de lo esperado, nunca falla. «Vienen clientes preguntando por la lotería de Navidad en febrero. En julio ya estamos pensando en polvorones», relata con una sonrisa.