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La del martes pasado fue una noche de perros -aunque perros, la verdad, no había ninguno por la calle-. Entre semana, noviembre, ya con algo ... de frío, la hostelería cerrada antes que nunca, jarreando a ratos... Y con toque de queda desde las doce. La alegría de la huerta. Si ya de por sí sin ese panorama cuesta imaginarse a un gentío fuera de las sábanas, con la orden de vaciar la calle no se ve un alma. No es una exageración. Aquí va un balance. Desde la farmacia de la avenida de Los Castros, la que abre las 24 horas. Salida, 02.45 (más o menos). De ahí en coche hasta el túnel de Puertochico y vuelta por todo el centro hasta Cuatro Caminos para enfilar -vía Jerónimo Sainz de la Maza, la calle de la Plaza de Toros- la salida de Santander. En todo el recorrido nadie a pie (eso no es muy sorprendente), pero tampoco en coche. Ni uno. La única presencia se detecta en un par de baldeadoras de la limpieza al final de San Fernando. Coincide, y eso sí sorprende, no cruzarse justo en ese momento con alguna de las patrullas de la Policía Local o Nacional que andan de ronda. Porque eso, coincidir con los agentes, ha sido frecuente durante el resto de la noche. En todo el tiempo anterior invertido, desde la hora de inicio del toque de queda, en buscar a personas trabajando para charlar con ellas.
A partir de las once, por las calles de Santander, se acelera el paso. Al que se ve por la calle está, en casi todos los casos, volviendo a casa. Hasta los que no tienen un hogar estable lo saben. «Refugiarte antes de esa hora», dice un joven que duerme en un parque. La Policía no les dice nada mientras no deambulen para respetar el toque de queda. «Son los que menos problemas nos dan. Bastante tienen ellos con lo suyo. Si están ahí -en un cajero, en unos soportales guarnecidos...- no pasa nada y somos comprensivos con su situación. No somos represivos y, más o menos, les conocemos a todos», explica una pareja de nacionales que hace un alto en la patrulla. Si de lo que se trata es de hablar con los que trabajan por la noche en estos tiempos, la conversación con los agentes es obligada. Ellos (y los empleados de la limpieza o de la recogida de basuras) son los más visibles. E. G. e I. M. -hay que respetar el reglamento- detienen un momento su ronda. Respecto al toque de queda aseguran que, en general, «la gente lo ha respetado bastante». «Entre las doce y la una queda alguno que vuelve a casa buscando aparcamiento». Poco más. Han parado a panaderos, reponedores... Hablan de conciencia -más que en el final del confinamiento, cuando se permitió salir-, de «cansancio» por esta locura o de que, a grandes rasgos, «a casi todos nos ha tocado algún caso cerca».
«A la gente joven es a la que más cuesta respetar el encierro. A alguno le quitas la fiesta y le va la vida en ello. Con los cierres de los bares hay que controlar fiestas en domicilios, parques, botellones... Son los que tienen más difícil respetar lo del máximo de seis personas. Es normal que socialicen con esa edad, pero deben entender que estamos en una situación excepcional», explican los policías, que ahora deben combinar su labor habitual con el control horario del cierre de establecimientos, «hacer que no abran los clubes de alterne, vigilar aforos, los viandantes por la calle a partir de una hora...». «Nos ha cambiado la forma de trabajo». Más carga de trabajo (porque no dejan de recibir por la emisora los avisos habituales y hay que seguir respondiendo).
Esa labor de vigilancia respecto al cumplimiento de las nuevas normas más de una vez les ha generado estas semanas la sensación -sobre todo en los meses de las fases- de haber pasado «de que te aplaudieran a ser otra vez los malos que andamos 'recaudando'». «Nosotros -ironizan- no trabajamos a comisión». Eso sí, ante los disturbios del fin de semana sí notaron el apoyo ciudadano. «La gente que veía a los que estaban concentrados y sus intenciones sí que nos decía que no permitiéramos esas cosas y nos animaban».
La pareja, tras unos minutos de debate con otro par de compañeros, vuelve al coche y enfila San Luis. Se cruzan con el taxi parado de Quique Dou. Lleva veinte años de volante y bajada de bandera, «y siempre de tarde-noche». Con volumen de trabajo asociado en buena parte a la hostelería, «sin ellos vamos detrás en la cadena». El toque de queda ha reducido la facturación «a la mitad». «Nos hemos quedado para servicios de urgencia o para alguno que sale de madrugada a su trabajo». A eso hay que sumarle las restricciones de las personas a las que pueden transportar -«también nos paran para ver a quién llevamos»- y el hecho de que el trabajo está repartido (un día salen los taxis pares y al otro, los impares). «Si tienes en cuenta que hay muchos compañeros que al llegar las doce con este panorama se marchan, ahora mismo en una noche como esta podemos ser unos quince (cuando lo normal sería unos cuarenta)».
La noche se hace ahora más larga, reconoce el taxista, que asegura que «la gente está cumpliendo, incluso el fin de semana» y que «la Policía está controlando». «Me pongo Netflix, veo una película». Hasta las seis, a bordo de su Toyota.
Lo que cuenta se parece al relato de Miguel Ángel Bravo (la visita de los periodistas le pilla, de hecho, con el sonido de fondo de un episodio de 'La que se avecina'). Es empleado de gasolinera en Easygas y contesta tras el cristal protector. «Claro que se nota». Entre las doce y las cinco, «un coche esporádico o dos como mucho». Luego se anima algo, pero desde su puesto, en su turno, sólo ve pasar «coches de policía y alguna ambulancia». En esas noches más largas que otras veces se aprovecha para limpiar suelos, repasar los baños... Es un chaval y lleva sólo tres meses trabajando en la estación de servicio, «y dando muchas gracias por tener un trabajo, y más con lo que nos viene en adelante». «¿Quién me iba a decir a mí que iba a empezar a trabajar en esto y que iba a haber un toque de queda? Para aprender no está mal»... Por eso, sus amigos le preguntan. Que si hay movimiento, que si se ve gente. También si le da miedo. La noche, la situación, la poca gente que hay. «Un poco de respeto sí que da tantas horas aquí sin que venga casi nadie. Te pones a pensar en ello y en que todo el mundo está ahora metido en su casa».
-¿Y cafés?
-Pues unos cuantos.
A Cayetana G. Landabaso también le preguntan. Le toca guardia en la farmacia de Los Castros (la de 24 horas) y estaba contando a sus amigas que, sorprendentemente, estaba teniendo más movimiento de lo esperado. «Desde el toque de queda igual es la noche más movida. Han venido más que estos días a por cosas que no son tan de urgencia médica. A por Vicks VapoRub, preservativos... Eso sí, todos se quedan con el tique porque es el justificante para poder salir». Eso, la justificación, ha deparado alguna curiosidad. La de algunas personas que se pasaban a por el medicamento con su tarjeta sanitaria en la fecha equivocada «y preguntan si pueden llamar para que lo expliques en caso de que les paren». O llamadas para hacer consultas telefónicas respecto «a si hay algún producto o si se podía venir a por tal cosa». Prevenir antes de salir para nada.
«Durante el confinamiento -relata- había veces que venía gente a por cosas no especialmente urgentes o esenciales para salir de casa. Igual volvemos a lo mismo». En todo caso, también coincide con el resto en que el toque de queda ha reducido el movimiento. Hasta le ha cambiado sus noches. Sigue aprovechando, cuando no hay clientes, para el trabajo de recetas en la rebotica o para la formulación magistral (preparaciones). «Pero, yo que siempre he sido un ave nocturna, tengo muy claro que es muy diferente estar aquí».
Policías, taxistas, empleados de gasolinera, farmacéuticos... También sanitarios, claro. A la 01.30 llega a Urgencias, en Valdecilla, una ambulancia con una paciente con posible contagio. Es una mujer mayor y la persona que la acompaña va cubierta de arriba abajo. Cuando dejan a la paciente en el hospital, los técnicos de emergencias sanitarias deben llevar el vehículo a la base para que sea desinfectado y, ellos -la que ha acompañado a la mujer- quitarse el traje, lavarse... Entre que van y vienen otra ambulancia ha traído a otro paciente (esta vez no por el covid, porque el resto de dolencias no se han ido).
Una de esas ambulancias viene con Abel Jiménez al volante. «El toque de queda, afectar directamente, no afecta. Servicios siempre hay. Pero al haber menos gente por la calle sí que afecta en algunas cuestiones indirectas. Con menos gente y menos circulación, menos urgencias que se derivan de eso». Menos accidentes de tráfico, menos problemas etílicos, menos agresiones... «Sí que es verdad que no ves a nadie. Y los conocidos te comentan estos días que siempre habrá alguno por ahí que se lo salta y esas cosas, pero la verdad es que se ve muy poca gente».
Esa noche, la del martes, atendió «seis o siete servicios» (contesta a la mañana siguiente). Un poco por encima de la media, pero muy ligeramente. Jiménez, como cualquiera en el hospital, teme en todo caso lo que está por venir. Con las gripes, los costipados, las neumonías...
La ambulancia, claro, se topa con menos tráfico. «No es que por la noche entre semana sea mucho normalmente, pero es verdad que ahora puedes ir más tranquilo». Y en eso se fijan los tres empleados de Chispas que andan poniendo los soportes para las luces de Navidad en Rualasal. Alex Gato, Gora Yally y Slavic Grusga hacen un alto frente a un escaparate mientras esperan que llegue una pluma más alta porque la suya no llega al punto en el que toca trabajar. Llevan ya tres semanas, así que el toque de queda les pilló de lleno. «Antes sí que veías a veinte o treinta personas de doce a seis. A los que salían de los bares, por ejemplo. Ahora, a nadie». Por aquello de sacarle algo positivo al asunto, «como no hay problemas de tráfico...». «A nosotros hasta nos viene bien. No estorbamos, no tienes que mover la furgoneta».
-Y la Policía os conocerá.
-Somos siempre los mismos. Ahora nos saludan por la calle.
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