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Hay que empezar aclarando que aún no se puede hablar de 'días normales' para el nuevo obispo de Santander. Desde su toma de posesión, hace poco más de un mes, los días no tienen horas suficientes para todo lo que hay que hacer. El primer ... objetivo que se ha impuesto Arturo Ros (Vinalesa, 1964), aparte de su principal tarea, la administración de la Diócesis, es conocer ésta a fondo visitando cada parroquia y entrevistándose con cada sacerdote, con muchos kilómetros por delante. Entre una cosa y otra, la lista de compromisos no para de crecer: reuniones, visitas, encuentros... Su secretario, Javier Navarro, un joven cura que ha venido con él de Valencia y ejerce de hombre para todo, muestra en la pantalla del ordenador una agenda interminable: esta semana han conseguido meterle un buen meneo, con 21 asuntos resueltos –entre ellos, atender a estos periodistas–. A la espera de que sigan llegando otros nuevos, quedan pendientes cuarenta. Quedan advertidos, por tanto, de que esta jornada que El Diario Montañés pasa junto al obispo, bastante tranquila en comparación con otras, no tiene nada que ver con la que tuvo ayer ni con la de mañana.
Sí se puede decir que, habitualmente, don Arturo amanece a las siete de la mañana –si hay viaje por delante quizás haya que madrugar más–. La habitación del obispo resulta bastante austera: el mobiliario se resume en una cama, una mesita, un aparador, un galán de noche para dejar la ropa y un armario empotrado. Un Cristo y una Virgen de Lourdes constituyen la única decoración en sus paredes blancas. La rutina diaria, tras los trámites matinales que no precisan más detalle, empieza con un largo tiempo de oración en la capilla que hay junto a su habitación –al otro lado está su despacho–.
Desayuna con su secretario sobre las nueve: café con leche, yogur, pan con aceite –algún día se anima con un sobao–. En ese rato acostumbran a preparar el plan. Si no hay salida prevista, el desfile de visitas comienza a las diez en el Obispado. En la agenda de hoy aparecen el vicario de Pastoral, el ecónomo y el canciller, para ir poniéndose al día de la situación de la Diócesis, pero siempre se cuela alguien más.
Uno puede hacerse la idea del ajetreo que se trae el obispo cuando cuenta que en este mes largo en Santander no se ha dado ni un paseo en condiciones, a pesar de que le gusta caminar. Explica que durante su etapa como obispo auxiliar en Valencia, con toda su actividad más organizada, podía disponer de alguna tarde para andar por ahí. «Todavía no he cogido el ritmo. Aquí al lado hay un paseo muy bonito, pero sólo hemos hecho un trocito por la bahía, y no he encontrado el momento de hacerlo largamente. Hasta ahora siempre he salido en compañía: tengo un sentido de la orientación un poco corto y creo que no está bien que el obispo ande por Santander perdido».
Habla maravillas de los paisajes de Cantabria –«cuando se hizo público el nombramiento, todo el mundo me hablaba bien de la región y me decían que era una de las más bellas geográficamente de España»–, pero casi todo lo que ha visto ha sido a través de la ventanilla del coche –que conduce su secretario, todo un experto en el manejo de Google Maps a estas alturas–.
Habíamos dejado al obispo con las visitas. Si no hubiera habido más obligaciones, comería sobre las dos, y después vería el telediario –a poder ser, el de Antena 3, aunque a él le gusta hacerse su propia idea de las cosas–. Pero hoy hay otros planes: irá al Seminario de Corbán para encontrarse con los curas del Arciprestazgo de la Virgen del Mar y comer con ellos.
Por la tarde, misa en la iglesia del Barrio Pesquero y, después, vuelta a Corbán, esta vez para celebrar una jornada de convivencia con vigilia con los seminaristas de la Diócesis. Después de cenar con ellos, comparte un tiempo de oración.
Eso altera el programa de una jornada normal. De haber sido así, habría puesto punto final al quehacer sobre las nueve. Después, cenaría con don Javier, el secretario, y al terminar, ya sin prisa, se dedicaría a leer los periódicos. «Si veo algún articulista interesante lo leo, a ver qué dice. Ahora pongo más atención a las noticias de Cantabria, para saber qué pasa, y siempre tengo los ojos abiertos por si sale alguna referencia a alguna cosa nuestra, para estar informado».
Las claves
Aficiones Disfruta con el cine y la lectura. Le interesa especialmente la Historia reciente de España
Futbolista y futbolero De joven, jugaba de defensa. Es valencianista, y dice que ha vivido «tardes gloriosas en Mestalla»
Cercano «Si doy la impresión de que el oficio me hace ser un señor distante, no lo estaría haciendo bien»
No hace mucho caso a la televisión. «La verdad es que la veo muy poco; me parece que la televisión convencional no ofrece cosas muy interesantes, y por la noche te cansas de escuchar lo mismo en esos debates. Me gusta mucho el cine, y si hay ocasión de ver alguna película que esté bien, la veo». La última, en DVD, ha sido 'Un cadáver a los postres': es imposible no imaginarse al señor obispo carcajeándose con la secuencia del mayordomo que responde al disparatado nombre de James Señor Benson Señora.
Porque, digámoslo, Arturo Ros goza de un buen sentido del humor. Es un hombre de apretón de manos firme, mirada profunda y voz tirando a cavernosa, y todo ello transmite una sensación de seriedad. Pero sonríe, bromea y hace lo posible por que quien está con él se sienta cómodo. De hecho, uno de sus empeños es superar la distancia que impone su cargo institucional. «Yo siempre he tenido vocación de cura de pueblo», admite, un sentir que dice compartir con Juan XXIII y con el Papa Francisco. «He sido párroco en Valencia muchos años, y me identifico con esa vida cercana, la familiaridad en la vida eclesial, intentar ser una persona cercana, acoger a la gente, comprenderla, ayudarla... me gusta esa vida familiar, sencilla y alegre».
«Muchas veces atamos oficio y persona, que por ser lo que eres tienes que ser así. Ser obispo es un oficio, una tarea, una gran responsabilidad, pero soy un ser humano, me gusta reír, compartir... sobre todo me gusta vivir la cercanía de la gente con mucha normalidad. Comprendo que la figura institucional existe, pero me agrada poder ir por la calle y que la gente me pare y me salude con normalidad, y hablar de fútbol o de lo que sea... Bueno, de política poco o nada, si es posible. Soy una persona normal, no tengo superpoderes: si doy la impresión de que el oficio me enfría y me hace ser un señor distante y autoritario, creo que no lo estaría haciendo bien».
Ahora que menciona el fútbol es buen momento para recordar que el obispo tuvo sus años de jugador. «Era jovencito. En el esquema anterior jugaba de líbero, de número cinco, que no dejaba pasar a nadie». Ése es otro rasgo humano de don Arturo: es futbolero. «Me gusta mucho el fútbol y ya me han sugerido la posibilidad de ver algún partidillo del Racing». Su equipo, en todo caso, es el Valencia. «Eso es incuestionable. Y, además, con la sensación de satisfacción de haber ganado al Bilbao el otro sábado por la tarde. ¡Me ha dado mucha alegría! Cuando el Valencia gana a los llamados 'grandes' siento una especial satisfacción. He pasado tardes gloriosas en Mestalla, en el campo de fútbol, antes de ser cura y siendo cura también. Hay cierto riesgo porque puedo meterme de lleno en el partido: canto el gol, digo ¡que chute! y también le digo al árbitro que no se entera».
Además de ser futbolista, al obispo también se le recuerda su pasado trabajando en un banco. Él va un poco más allá. «Hay una tarea que hice muchos años de mi vida, que siempre la digo porque tiene el mérito de haber hecho durante muchos años algo que no me gustaba pero que tenía que hacer, y era ir al campo a trabajar. Fui a trabajar la tierra con mi padre –vivía en un pueblo pequeño cercano a Valencia– desde que tenía siete años, y en la adolescencia me buscaba trabajo en el campo para poder financiarme cosas. Empecé a trabajar en la banca privada a los 16, hasta los 23 que me fui al seminario. Yo bebí las fuentes de mi fe en casa, porque mi familia ha sido y es una familia cristiana. Durante esos años de vida eclesial sentía la inquietud de entregarme más, de servir más, y las personas que me acompañaban me decían que lo mío era el sacerdocio, que me lo planteara. Me costó decidir porque estaba bien en ese momento: tenía un buen trabajo y perspectivas de futuro. En ese periodo de trabajo y antes de ir al seminario hice el servicio militar, y ahí la cosa ya estaba interiormente muy intensa y tomé la decisión. Pedí la excedencia para ponerme a prueba, por si acaso me arrepentía y tenía que volver al trabajo. Pero no me arrepentí, nunca jamás. Desde el primer día hasta hoy pensé que era lo que el Señor esperaba de mí, y he sido muy feliz todos estos años».
El obispo también disfruta con la lectura, a la que dedica un largo rato cada día. «A las diez, más o menos, a lo mejor queda alguna cosa que repasar, y después me gusta leer. Con eso tengo suficiente para descansar bien». El último libro que ha leído ha sido una biografía del –breve– Juan Pablo I, 'La sencillez, estilo de vida'. «Es una figura que me despierta mucha admiración. Albino Luciani era un hombre muy humilde y sencillo, 'el Papa de la sonrisa': unas sensaciones interiores muy buenas».
Pero no sólo le interesa la literatura religiosa, y asegura que tiene una colección «muy potente» de libros sobre la historia de España del último medio siglo, un tema que le atrae mucho. «Lo más reciente que he leído ha sido una biografía de Adolfo Suárez escrita por Carlos Abella. Me parece una figura muy interesante para recuperarla con el tiempo; me gustaba mucho eso que decía de 'la concordia'».
Don Arturo termina el día con la oración de la noche, antes de apagar la luz a eso de las doce para descansar y despertarse listo para otra jornada maratoniana. «Mi plan es conocer la Diócesis cuanto antes. Es algo que no me obsesiona, pero casi. No me ha dado tiempo a hacerlo en este corto espacio de tiempo que he tenido, pero ése sigue siendo mi deseo. Ahora tengo un ritmo muy intenso, pero esperar pasivamente a que pase el tiempo para hacer las cosas que quiero hacer no es mi estilo. ¡Hay tantas cosas que ver!».
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