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María Oruña (Vigo, 1976) empezó a escribir sin tener mucha fe en que a alguien más allá de su familia le pudiera interesar, mientras ejercía como abogada. Aunque nació en Vigo, ciudad en la que vive, en Cantabria no se siente extraña. De pequeña visitaba Torrelavega, en donde vivían sus abuelos, y Suances, lugar en el que veraneaban. Allí sigue acudiendo siempre que puede y estos paisajes, junto a otros de la región, le han servido de inspiración paras su libros.
-Su última novela, 'Donde fuimos invencibles', así como las dos anteriores, están ambientada en Cantabria. ¿Es esta región más misteriosa que Galicia?
-¡Oh, no! Galicia es tan o más misteriosa que Cantabria. Pero 'Puerto Escondido', la primera novela de la serie, debía ser ambientada entre Suances, Comillas y Santillana porque recogía reflejos de un crimen real que había sucedido en la zona en el año 1953, y porque lo que se cuenta sobre guerra y postguerra civil española era muy localista, pertenecía a estos lugares. Después, las cuevas, un lugar a donde ir, con misterios navegando entre cavidades, arqueólogos y geólogos, debía de situarse en los complejos kársticos que me habían inspirado. ¡Es verdad que Cantabria dispone de la mayor densidad de cuevas por metro cuadrado del mundo! A la hora de escribir mi última novela no conozco otro lugar como el Palacio del Amo, en Suances, su escenario principal. Además, la protagonista, Valentina, es teniente de una sección que difícilmente podría trasladar en su integridad a otro lugar.
-Su protagonista es una teniente muy especial, cuadriculada y algo controladora. ¿Hay algo de ella en usted?
-Siempre digo que no, pero analizándolo con perspectiva confieso que es posible. Soy una persona muy organizada y me gusta tener todo bajo control: plan A, B y C, por si acaso. Pero no tengo trastornos obsesivos compulsivos. Menos mal.
-Abogada y escritora. ¿Cómo surge lo uno y lo otro?
-Soy abogada sin vocación alguna. Podía haber estudiado Psicología perfectamente. Terminé ejerciendo durante unos diez años. Ser escritora nunca había estado entre mis planes ni aspiraciones. La clave está en tener algo que contar. Lo primero que escribí, que autopubliqué, fue un libro sobre acoso laboral. Después, habiendo sido ya madre, decidí rescatar aquello que me contaba mi abuela sobre cómo se vivía en Cantabria en su época. Me daba rabia que todo aquello se perdiese en el olvido. Pero mientras escribía, de verdad, pensaba que aquello sólo lo leería mi hijo cuando creciese, como un legado. Decidí probar suerte y buscar agencia literaria. Sabía que para alguien como yo, sin experiencia en el mundo editorial, sin padrino y sin contactos, era casi imposible. Pero tras muchos meses de negativas por fin conseguí que alguien me leyese.
-En una de las presentaciones de su libro dijo que quería indagar sobre lo que había después de la muerte, si existían los fantasmas. ¿Lo cree?
-No, no creo en los fantasmas. Sin embargo, en 'Donde Fuimos Invencibles' procuré utilizar un tono neutro y respetuoso con la ciencia y la fe. De forma independiente a cómo se resuelve el misterio principal del Palacio del Amo, mi posicionamiento y el de la propia voz narrativa de la novela no es radical. Se admite que no tenemos en nuestras manos todas las respuestas ni todas las formulas de la química, la ciencia y el conocimiento. Hoy comprendemos cosas que hace sólo cien años eran magia, misterio y leyenda. Quién sabe qué sabremos de nosotros mismos dentro de otro siglo.
-La novela negra está de moda. ¿Por qué gusta tanto?
-Quizás este tipo de novela triunfa porque es una forma de controlar el mal. De tenerlo a raya. Normalmente hay un crimen que resolver, un malvado que atrapar, un hecho oscuro que comprender. Pero al terminar, estas novelas suelen tener una suerte de equilibrio, un principio de justicia. Comprendemos qué ha pasado, por qué y para qué, y casi siempre el malo es descubierto y paga su culpa. De todos modos, para ser justos, yo no escribo novela negra, al menos no purista. Quizás lo mío es más la novela de misterio, enigma, 'thriller'. Incluso a mí misma me resulta difícil etiquetarme.
-Hay un 'boom' de mujeres escritoras en este género. Sin embargo, el mundo literario sigue siendo mayoritariamente masculino.
-Y los lectores, en su mayoría, femeninos. Todo es cuestión de hábitos: la lectura, la aceptación de que una buena historia pueda ser contada tanto por una mano femenina como por una masculina. Confieso que me molesta bastante cuando se habla de 'femme noir', al que yo rebautizo como 'blandengue noir'. Cuidado, porque los estereotipos nos reducen y, además, son extraordinariamente aburridos. Es triste que en el siglo XXI algunas escritoras sigan utilizando siglas antes de su apellido para que, de entrada, no se las identifique como mujeres.
-Durante el pregón de las fiestas de Comillas que ofreció el fin de semana pasado habló también de cómo le gustaba la gente de esta localidad. En sus libros, además de reflejar los paisajes de Cantabria, ¿hay algo de su gente?
-Claro. Es más, en mi caso, el paisaje no es otro personaje más, como suele decirse. El paisaje forma parte de los personajes de carne y hueso: el tipo de bromas, de carácter, de gastronomía, de costumbres. Mis novelas no son sólo de Cantabria; son hijas del norte, hijas del mar, y el carácter de su gente está en ellas.
- ¿Dónde podemos tomar las mejores rabas, entre Comillas y Suances?
-¡Caray, vaya compromiso! Tengo que decir que las mejores rabas que he comido en mi vida son las que hace mi abuela, y ella las reboza siempre con sifón. Pero en el mesón Las Ruedas, de Torrelavega, las bordan.
-¿Dónde se duerme mejor, en Vigo o en Suances?
-Vigo y Suances tienen su historia conmigo y nos pertenecemos, los adoro, pero lo que queda son las personas, no los lugares. Si cierro los ojos y busco los mejores recuerdos de mi vida, nunca estaba sola. ¿A vosotros no os pasa lo mismo? Pensadlo: cerrar los ojos y recordad.
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Ana del Castillo
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