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Reparar las redes de pesca era, y aún lo sigue siendo, un trabajo que principalmente han venido realizando las mujeres, sobre todo las propias esposas ... de los marineros y de los patrones de las embarcaciones. Una labor que han venido asumiendo casi por obligación ya que era un duro oficio que no resultaba rentable económicamente y que era muy estacional, por lo que solo se llevaba a cabo en los momentos puntuales en los que, en plena costera del bocarte o del verdel, se rompía el arte y había que repararlo. Todo ello siempre con urgencia y dedicándole el tiempo que hiciese falta, sin mirar horarios, para que el barco pudiese salir a faenar de nuevo lo antes posible.
Un oficio, el de rederas, nunca suficientemente reconocido y que, sin embargo, era imprescindible para la actividad pesquera y que todavía a día de hoy se sigue realizando en muchos puertos, como el de San Vicente, a la intemperie, trabajando a pie de muelle, en posturas forzadas y que en muchos casos deja graves secuelas físicas. Esta es una de las principales circunstancias que ha llevado en los últimos años a una situación crítica a este oficio, con escasa mano de obra y la mayor parte de ellas de muy avanzada edad, sin que hasta el momento se produjese un imprescindible relevo generacional.
Sin embargo, algo ha empezado a cambiar entre las rederas de San Vicente de la Barquera. A las siete mujeres que han venido realizando esta labor a lo largo de los últimos años se han unido estos meses Silvia González, Oana Zaman y Sandra García, tres jóvenes que han decidido dar el paso gracias a un proyecto pionero e innovador que ha surgido por iniciativa del Grupo de Acción Local de Pesca Occidental de Cantabria. Dicha iniciativa lleva por título RedEra y tiene como base fundamental dar una nueva vida a las redes que, por diferentes circunstancias, ya no se utilizan, de tal forma que pasará de ser un residuo para convertirse en una materia prima y seña de identidad para realizar de manera artesanal nuevos productos de ecodiseño, dentro del sector de los complementos, la decoración o la moda. De esta forma, lo que se pretende es conseguir nuevas vías de ingresos y mejoras en el estado de bienestar de estas profesionales para que el viejo oficio de redera resulte más atractivo para las nuevas generaciones.
Así que en estos momentos, después de un año de actividad y de formación complementaria, Silvia, Oana y Sandra disponen de un local, dentro de la misma Cofradía de Pescadores de San Vicente, reconvertido en un taller. El espacio está repleto de redes de diferentes colores que toman nuevas formas y con genuinas expresiones. El cartel con el que se da la bienvenida a los visitantes es la mejor carta de presentación del proyecto, puesto que sus renglones anuncian que: «Soy una red de pesca que durante años estuve faenando en el Mar Cantábrico. Hoy las rederas de San Vicente me han dado una nueva vida empleando sus técnicas de costura ancestrales».
Vania Merino
Responsable técnica de este proyecto
Y con esa nueva vida que sale de las manos de las rederas, combinadas con otros productos, se han reconvertido en bolsos, bomboneras, mochilas, alfombras, tapices o pájaros, productos que ya llevan meses vendiendo en diferentes comercios, en varios centros de visitantes de los espacios naturales, en ferias y mercados a los que han acudido con su puestos las rederas. Además, usan como escaparate las redes de internet, una vía que ha tenido una buena acogida, gracias a productos con los que intentan transmitir, tal y como señala Vania Merino, responsable técnica de este proyecto, que «detrás de cada bolso, cartera, cesta y tapiz, además de ese producto hay un trozo del patrimonio inmaterial que representa el oficio centenario y artesanal que a lo largo de muchos siglos llevan realizando las rederas».
«Con esta iniciativa el trabajo de redera tiene mucho mas sentido y es más enriquecedor. Yo, como esposa del maquinista del pesquero Mar Gloria, lo hacía por necesidad porque corríamos el riesgo de que algún día no hubiese nadie para reparar las redes», reconoce Silvia González. «Ahora con este proyecto se le está dando más visibilidad y un valor a nuestro oficio de redera».
Silvia González
Redera
Igualmente satisfecha se encuentra Oana Zaman que, junto a su marido, George Zaman, vinieron hace 15 años desde Rumanía a San Vicente, él como pescador y ella dedicándose a la limpieza. «Mi esposo me informó de esta iniciativa y no lo dudé, siempre que veía a las rederas en el muelle me atraía el oficio, ahora he podido aprenderlo y complementarlo haciendo cosas nuevas, como el trabajar con el telar, que es algo que me encanta, y hacer con mis manos piezas únicas y exclusivas. Siento que con este trabajo he mejorado mi vida», manifiesta Oana.
Ahora la actividad del proyecto se va a completar con las visitas guiadas que, de manera experimental, realizaron durante el pasado verano en colaboración con la Oficina de Turismo y que tras la buena acogida que han tenido pretenden potenciar y regularizar. Unas visitas en las que las tres rederas muestran a los turistas, recorriendo las diferentes instalaciones del puerto, la realidad de la actividad pesquera con las diferentes modalidades que se practican en las capturas y costeras, al tiempo que explican su actividad como rederas con una demostración en vivo de su trabajo y su nueva faceta como artesanas de las redes con los novedosos productos que elaboran.
También en Santoña y Colindres
Informa Ana Cobo:
«Estoy en el curso porque el oficio de redera me encanta como salida laboral, pero necesitas un mínimo de formación para que te den trabajo». Raquel Badiola habla con pasión del sector de la mar, toda su familia está vinculada a la pesca y ella ansía lograr un empleo en este ámbito. A sus 29 años, esta santoñesa está aprendiendo a remendar los rotos de los aparejos. Sin dejar de hincar la aguja reconoce que «de primeras, sin saber nada, es complicado, y más siendo zurda como yo», aunque, puntada a puntada, va cogiendo soltura.
Como ella, otros 15 participantes –tres son hombres– se instruyen en una profesión a falta de relevo generacional. «Y, eso, que hay trabajo, sobre todo, en las épocas fuertes de costera, en primavera, cuando nos harían falta más manos porque estamos saturadas», apuntan Elvira Larrañaga y Soledad Alonso, formadoras del curso. Ambas son rederas en activo en el puerto de Santoña. La primera, con medio siglo de experiencia, y la segunda suma 12 años como adobadora y ostenta además del cargo de presidenta de la Asociación de Rederas de Bajura de Cantabria (Arebaca).
Fue, precisamente, la asociación, al conocer el interés de jóvenes como Raquel, la que propuso el desarrollo de este curso de Iniciación al mantenimiento de artes y aparejos de pesca que se realiza, a la par, en Colindres, con otros 15 alumnos. La actividad cuenta con el apoyo de la Dirección General de Pesca y la colaboración de las cofradías de ambos municipios, que han cedido sus instalaciones. Además, las formadoras agradecen especialmente la implicación de la Escuela Náutico Pesquera de Santander, que «nos ha ayudado en todo para poder llevar a cabo la iniciativa».
En el curso, de 64 horas de formación, los asistentes aprenderán lo más básico. «Les enseñamos cómo está formada la malla, a doblar, cómo realizar el nudo, por dónde cortar...». Para obtener el título de profesional de redera es necesario un total de 380 horas. No obstante, con los nociones que adquieran ahora podrán encontrar un trabajo temporal como adobadoras en la próxima campaña del bocarte. «Se las puede llamar para que nos ayuden a arreglar las averías del arte». Eso sí, se tendrán que dar de alta como autónomas en el régimen especial del mar para ejercer. Es la intención de Raquel y de Sonsiray, de 28 años, que actualmente trabaja en hostelería pero dice que «cuando necesiten ayuda voy a venir a trabajar porque ahora son muy pocas rederas y se está perdiendo el oficio». En concreto, en el puerto de Santoña solo lo desempeñan diez expertas que trabajan conjuntamente para toda la flota local de barcos.
Al curso acuden tres hombres que también son marineros. Se han inscrito para aprender a arreglar el aparejo cuando se rompe en alta mar. Un remiendo provisional para seguir faenando hasta traer las redes a tierra. «No es lo habitual pero estamos encantadas de que vengan», dicen Elvira y Soledad. El senegalés Mame Alasanne Ndoye ya practicaba este oficio en su país. «En mayo pasado ayudé a las mujeres con un arte y me gustaría trabajar otra vez este año con ellas. Me gustan más las redes que ir a la mar». A su lado, el pescador Luis Trueba valora que este curso «me dará conocimientos para reparar una avería cuando voy en el barco». Las profesoras destacan que para formarse en esta labor artesanal lo que más falta hace «son ganas» y los participantes demuestran un gran interés. «Se han quedado diez en lista de espera y confiamos en poder hacer más cursos».
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Ana del Castillo
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