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«En aquel entonces todavía funcionaba la mina de Cabárceno, se transportaban los minerales y hasta había vertidos en la ría de Solía». A Carlos Sánchez, presidente de la Fundación Naturaleza y Hombre (FNyH), no deja de sorprenderle el entorno que le llevó a ... aficionarse por la naturaleza. Pudo haber sido un paisaje de ensueño en algún punto del litoral, una imagen paradisíaca en Picos de Europa o cualquier estampa natural no tan lejos de El Astillero que lo vio crecer, pero no. El responsable sintió esa llamada en un entorno hostil marcado por los daños a la naturaleza. «Y desde luego no era el ambiente más idóneo para que se desarrollara una cantera de naturalistas», recuerda hoy, más de un cuarto de siglo de trayectoria después al frente de una agrupación fundamental para entender la lucha en favor de la conservación del patrimonio natural y la restauración de ecosistemas y especies en peligro. Empezando por Cantabria, pasando a otras comunidades autónomas y, ahora, a todo el mundo.
Durante unos instantes vuelve a 1994 para corroborar los avances que ha logrado la sociedad en materia medioambiental. Consciente de todo lo que queda por mejorar, con todo, no le cabe duda: «Estamos infinitamente mejor que entonces, a años luz. En este tiempo, la humanidad ha empezado a pensar mucho más por la naturaleza y todas estas cuestiones, y eso ya es imparable». Luego regresa otra vez para hacer balance de estos últimos 25 años. Tampoco vacila. «Es muy positivo, sobre todo porque desde el principio hemos ido cumpliendo los objetivos de los diferentes programas que nos marcábamos», dice Sánchez, «optimista por naturaleza».
Reforestación Incrementar las superficies de bosque, para lo que ya han aumentado la producción de vivero en El Pendo.
Restauración ecológica Nuevos proyectos de recuperación de humedales en diferentes localidades españolas y extranjeras.
Custodia y preservación Aumentar el impacto en un millón de hectáreas más, conservando ecosistemas en distintas latitudes.
Presencia en todo el mundo Se están definiendo hasta tres nuevas áreas de actuación en África, Latinoamérica y en Europa.
Una cadena natural Creación de corredores biológicos para mejorar la conectividad y evitar la fragmentación de los hábitats.
Huella verde Cumplir los objetivos para alcanzar niveles cero de emisiones en la actividad de la organización.
Ahí radica buena parte del secreto: «En lo que a conservación de la naturaleza se refiere, siempre he mantenido que es mejor concentrar el esfuerzo en áreas concretas y trabajar a largo plazo, décadas, incluso». Ahí están sus proyectos, desde sus primeras incursiones en la bahía de Santander o la Cantabria oriental hasta contribuciones en País Vasco, Asturias o Castilla y León. Hoy, las cifras hablan solas: más de diez programas europeos, más de 20 millones de euros invertidos en conservación, más de 300.000 árboles plantados, 20 reservas gestionadas, etc.
Para conseguir que todo lo anterior se aplique y, sobre todo, funcione, la relación con las diferentes administraciones ha sido fundamental. Ese vínculo inseparable también deja un cóputo positivo en líneas generales: «Hay algunas más abiertas que otras a la participación pública en la gestión del territorio, y otras mas cerradas. Es algo que te encuentras por la geografía en general, pero la relación es buena».
En la Administración deposita una parte de la confianza para que «las metas a las que se enfrenta la sociedad» lleguen a ser una realidad pero, a su juicio, quienes marcarán «ese punto y aparte» serán las nueva generaciones. Corrige: «No lo van a hacer, sino que ya lo están haciendo. Todavía nos queda muchas cosas que ver, muchos cambios y objetivos que están en la agenda». El dirigente señala dos grandes problemas a medio y largo plazo, eso sí: el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, «dos realidades que están muy relacionadas y sobre las que es crucial tomar conciencia».
Como ejemplo de esta responsabilidad en dos direcciones, le gusta recordar el problema que pueden llegar a causar los parques eólicos, también en Cantabria. En lo que a impacto paisajístico y afectación sobre la biodiversidad se refiere, Sánchez constata que «algunas de estas instalaciones resultan lesivas» para aves como el alimoche, «que tienen varios nidos alrededor, como es el caso de los parques ubicados en la zona de Liérganes, Mirones y Penagos». El dirigente aclara, no obstante, que «no estamos en contra de la energía eólica, sino que abogamos por un sistema que sea renovable, sí, pero también responsable».
Esa es la filosofía que resume el legado que el colectivo ha dejado en la región y en otras comunidades autónomas. Está a la vista de todos los ciudadanos. La Casa de la Naturaleza de las Marismas de Alday, sin ir más lejos, funciona como un recordatorio de todos esos progresos que se han logrado desde que el presidente empezó a visitarla para avistar aves por primera vez. Hoy, esa misma zona es un importante lugar de descanso migratorio, a pesar de la actividad industrial, las carreteras y las vías de tren que la acorralan.
Al levantar el vuelo se erige una bahía cada vez más afianzada en la unión entre naturaleza y ciudad. Esa es la simbiosis que concibe desde el primer día el proyecto LIFE 'Anillo Verde de la Bahía de Santander', con el que la FNyH se propuso habilitar un espacio sostenible y saludable. Esta meta incluyó desde el principio también a la Isla de Santa Marina, en Ribamontán al Mar, al fin libre de especies invasoras.
También los cerca de 15.000 visitantes que recibe el Ecomuseo Fluviarium de Liérganes todos los años son prueba del legado de la agrupación. Igual que los salmones que, después de 200 años sin habitar el río Miera, al fin han regresado a este municipio. Y no son los únicos que han vuelto a casa. El regreso del rebeco a la montaña oriental cántabra, desde 2002, ha sido otro de los grandes hitos que han marcado este cuarto de siglo. Eso sin contar la plantación de más de 250.000 árboles en el Alto Pas-Miera; la gestión y restauración ecológica del bosque atlántico, a lo largo de 50.000 hectáreas del norte de Burgos y sureste de Cantabria; y también la del monte de Somo y la restauración del encinar de Peñas Negras, en Maoño.
Así hasta cruzar fronteras y dejando otros hitos como la Reserva Biológica de Campanarios de Azaba, en Salamanca; la restauración de la Lobera del Alto del Caballo, en Burgos; u otros proyectos como los desarrollados en el Oeste Ibérico, desde la creación de una red de Reservas Naturales privadas -en Salamanca, Extremadura y Portugal-, hasta la creación de más de 50 lagunas, charcas y estanques temporales mediterráneos.
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