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Un nuevo trabajo lejos de Ucrania

Un nuevo trabajo lejos de Ucrania

Cuatro refugiadas de la guerra que llegaron a Cantabria hace dos meses huyendo de la invasión rusa cuentan a El Diario Montañés cómo han conseguido adaptarse a sus nuevos oficios lejos de su país

Candela Gordovil

Santander

Domingo, 29 de mayo 2022, 07:54

Eugenia Mordovtseva | Masajista en un centro de Santander

«El dinero no cae del cielo, esta oportunidad nos ha salvado»

Eugenia Mordovtseva, en el centro de estética en el que trabaja. JAVIER COTERA

Saca su libreta del bolso y lee en voz alta: «Hola, ¿qué tal? Encantada de conocerte». Su nombre es Eugenia Mordovtseva, tiene 41 años y es natural de Kiev, donde trabajaba como masajista en centros de belleza. Hace dos meses empaquetó su vida y la de sus hijos en una mochila. Tardó cinco «largos» días en llegar a Cantabria, con un único pensamiento dando vueltas en su cabeza: su marido, sus padres y su hermano, que se quedaban en Ucrania.

«Ha sido horrible, y lo sigue siendo, pero nada más llegar supe que necesitaba trabajar. Mis hijos y yo tenemos que vivir de algo, el dinero no cae del cielo», relata. Y se puso manos a la obra. Con una gran limitación, el idioma. «Nunca me imaginé que podría seguir trabajando de masajista. Ni de cara al público, porque no puedo comunicarme». Hasta que conoció a la que considera su ángel de la guarda, Irina Lemnaru, una joven moldava que montó su propio centro estético en Santander, Studio Nails Irina. Ella se estaba planteando contratar a alguien más: «Una amiga me habló de Eugenia y me comentó que tenía muchas ganas de trabajar. Así que quedamos en que venía a la estética y hacíamos una prueba», cuenta Irina. Y hasta hoy.

«El día de la entrevista madrugué mucho para ir con tiempo. Vivo en Sarón con mis tres hijos. Como no sabía español, no me enteré bien del horario y perdí el autobús. Pensé que había tirado a la basura la única oportunidad que me había surgido», comenta Eugenia. Pero no desistió. Esperó en la estación una hora y media y llegó a su cita, convencida de que había causado una mala imagen en Irina. Nada más lejos de la realidad. «Me emocionó muchísimo su actitud y sus ganas de trabajar. Estaba dispuesta a todo. No lo dudé», explica la dueña del centro.

«No me considero su jefa, ya somos amigas. Estamos todo el día juntas y, aunque ella no lo crea, me ayuda mucho. Llegó hace un mes y cada vez tenemos más clientas que vienen a hacerse masajes». Prueba de ello es la agenda en la que Eugenia anota todas sus citas. El 10 de abril solo tenía apuntada a una persona. Y ahora apenas tiene huecos para la próxima semana. «Es muy amable y educada. Las clientas están encantadas con ella», dice. Y Eugenia se siente «afortunada por poder trabajar. Estaré eternamente agradecida a Irina por salvarme la vida. Porque es lo que siento que ha hecho conmigo y con mi familia. Cuando llegué a Cantabria no tenía ni zapatos de invierno para mis hijos. No tenía nada».

Condiciones

Irina solo puso una condición a Eugenia para trabajar en su centro. «En este establecimiento no hay política. Aquí viene mucha gente de Ucrania y de Rusia. Y a nadie nos gusta lo que está ocurriendo. De hecho, nos entristece. Desde aquí queremos ayudar».

Viktoriia Fedorova | Limpiadora en Torrelavega

«Llegué muy bloqueada, no sabía cómo me iba a ganar la vida aquí»

Viktoriia Fedorova es limpiadora en Torrelavega. Luis Palomeque

Viktoriia Federova tiene 51 años y llevaba más de 20 trabajando en las oficinas de correos de Kiev. «No he hecho otra cosa en mi vida que trabajar y cuidar de mis hijos». Por eso, cuando las tropas rusas invadieron su país y se vio «obligada» a abandonarlo, reconoce que no paraba de pensar en cómo iba a ganarse la vida en España. «Realmente estaba bloqueada, pero no podía pararme a meditar sobre todo lo que había ocurrido. Tenía que sobrevivir».

Al principio, Vicktoriia se hospedó en el albergue de Solórzano, donde llegó con un grupo amplio de refugiados. «Nunca voy a olvidar cómo me recibieron y ayudaron. La llegada fue muy traumática». Aun así, sacó fuerzas, «no sé ni yo de donde». No había pasado ni un día y ya se lanzó a buscar trabajo. «Me imaginaba que la situación iba para largo y los ahorros no me iban a durar mucho tiempo», declara. A través de un grupo de Whatsapp de ucranianos en la región supo de una oferta de empleo, pero llegó demasiado tarde. «Llamé al número de teléfono a los pocos minutos, pero ya habían hablado con otra chica. Hay un nivel de desesperación grande», indica.

Viktoriia no perdió la esperanza. Pasaron un par de semanas y recibió otra oferta, y esta vez no la dejó escapar. «Desde entonces soy limpiadora. Antes de venir, la única casa que había limpiado era la mía. Y ahora conozco las de la gente de Cantabria», dice. «No me ha quedado otra opción que intentar tomarme las cosas con algo de humor».

Respecto a sus planes de vida es tajante. «¿Que si quiero volver a mi país? Una cosa es querer y otra muy diferente es poder. Ojalá los rusos no hubieran invadido nunca mi país, pero las cosas han sucedido así. Y ahora mismo no puedo regresar. En Kiev no podría trabajar. Mientras tanto, necesito ayudar económicamente a mis dos hijos, que se han tenido que quedar luchando. Les mando el dinero que puedo para que sobrevivan».

Formación

«Antes de empezar a trabajar recibí ayuda». La Fundación Fundación Ruiz de Salazar, en Torrelavega, impartía cursos de inserción laboral y clases de español. Les enseñaron lo básico para poder presentarse y mantener una breve conversación. «Es muy difícil aprender una lengua de cero. Así que, aunque ya haya encontrado trabajo, sigo acudiendo cuatro veces por semana a las clases. Porque esta situación va para largo y no me queda otra», admite.

«Estoy muy agradecida. Ahora tengo trabajo y puedo pagar un alquiler. De hecho, me gustaría trabajar más días. De esta forma, ganaría más dinero. En estos momentos no tengo alternativa, me dedico a la limpieza, pero me considero afortunada por haber conseguido esta oportunidad».

Kateryna Viun | Limpiadora en Torrelavega

«Mi trabajo actual no me llena, pero tenemos que sobrevivir»

Kateryna Viun también se dedica ahora a la limpieza. LUIS PALOMEQUE

Kateryna Viun no logra entender qué es lo que ha ocurrido en su vida desde hace dos meses. Piensa en ello a diario, le cuesta asimilarlo. «Creo que Dios está conmigo todo el rato, cuando abandoné Ucrania de la mano de mis hijos y sobrevivimos. Eso fue brutal. La fuerza que nos dio es incomprensible». Katy, como la llaman sus seres queridos, tiene 34 años y hasta hace unas semanas era psicóloga en Kiev, la profesión con la que había soñado toda su vida.

«Mucha gente me dice que seguro que puedo gestionar bien esta situación porque me dedico profesionalmente a entender al resto. Pero no tiene nada que ver». De hecho, reconoce que ella ha solicitado ayuda para sobrellevar lo que le está ocurriendo. «No estaba ni estoy bien pero sentía que tenía que ponerme manos a la obra y trabajar para mis hijos».

«Al llegar estuve ayudando en las naves en las que se gestionaba la ayuda humanitaria en Torrelavega para mandar a Ucrania». Precisamente, fue allí donde recibió la oferta laboral que ha dado un giro a su vida. «Una compañera me comentó que en una fundación daban clases de español y cursos de ayuda para trabajar», explica.

Dicho y hecho. Fue a la Fundación Ruiz Salazar. «Las clases me han servido muchísimo para cosas básicas del día a día». Semanas después encontró trabajo de limpiadora y ahora puede vivir de alquiler. «No tiene nada que ver con mi anterior empleo. Ahora limpio casas. Es un trabajo mucho más duro físicamente, pero me ayuda a evadirme. Y por supuesto gano dinero para mantener a mis hijos y también para enviar a mi familia de Ucrania». Allí se quedaron sus padres, su hermana y sus abuelos. «Es como una rueda. Mi hermana no quiere irse sin su marido y mis padres no quieren dejar allí a mi hermana. Por otra parte, mis abuelos son mayores y están enfermos; dicen que, pase lo que pase, prefieren que sea en su país».

Katy no tiene claro cuál será su casa el día de mañana, pero «lamentablemente» no quiere regresar a Ucrania. «Ahora es imposible. Estoy acostumbrada a viajar y he vivido en diferentes países. Por eso no descarto mudarme en un futuro a alguna ciudad europea. Por el momento, nos quedamos aquí». Una tierra que le encanta y a la que está muy agradecida, especialmente por su gente. «Nos han abierto las puertas de sus casas, nos han regalado ropa, comida, juguetes...No tengo palabras para agradecérselo», subraya.

De hecho, sus hijos ahora ya no se quieren ir. «A pesar de todo lo que han tenido que sufrir y el miedo con el que llegaron a Cantabria, han hecho muchos amigos. En el colegio les recibieron muy bien. Nos han regalado unas bicis y son felices paseando. Eso es lo importante».

Viktoriia Miroshnychenko | Profesora de inglés en Renedo

«No me puedo permitir llorar, tengo dos niños que mantener»

Viktoriia Miroshnychenko, en la escuela de inglés en la que imparte clases. LUIS PALOMEQUE

Viktoriia Miroshynychenko no quería abandonar su país pero no le quedó otro remedio. «Rezaba mucho, le pedía a Dios salud para mis hijos. Y precisamente por ellos sentí que debíamos marcharnos. Pensé que o salíamos ahora o no lo haríamos nunca. Quién sabe, a lo mejor no podría estar contándolo». Dos meses después de su llegada a Cantabria se ha ido a vivir a una pensión gracias a los trabajos que ha conseguido. Es profesora de inglés en Li'n'Go, una escuela en Renedo de Piélagos. También limpia una casa tres veces a la semana. «He tenido la suerte de encontrar un empleo que me gusta. Pero no es suficiente para vivir, por eso busqué otras alternativas».

Estudió Filología en Kiev y trabajaba dando clases de inglés y griego. Divorciada desde hace años, Viktoriia vivía con sus dos hijos en Mariúpol, una de las ciudades más devastadas por las tropas rusas. «Tenía una vida feliz que ahora se ha desmoronado por completo. Estoy muy triste y deprimida. Pero no me puedo permitir llorar, tengo dos hijos que mantener. Por ellos lo doy todo. Llevo meses en estado de shock. Soy como un robot. Así consigo no derrumbarme. No puedo explicar con palabras el miedo que he pasado», declara esta refugiada. Lejos de la destrucción y la tragedia en la que están sumidos sus compatriotas, ahora se conforma con «mirar a mis hijos y ver que tienen pies y manos, que están vivos. Eso es más que suficiente».

Muy agradecida. Así responde Viktoriia cada vez que le preguntan por la sociedad cántabra. «Una familia de Soto de la Marina nos acogió las primeras semanas. Y gracias a ellos también me conocieron los dueños de la escuela de inglés. Hablaron conmigo para saber mi nivel de inglés. Y hasta hoy», cuenta esta profesora, que ahora se enfrenta al final del curso, así que necesita más alternativas.

Es consciente de la suerte que ha tenido de poder dedicarse, al menos durante un mes, a su profesión. Pero llegado a este punto le da igual, sólo quiere trabajar. «Sé que no voy a recuperar mi anterior vida, pero al menos me gustaría poder trabajar dignamente. Que mis hijos crezcan tranquilos».

Sus planes

Respecto a sus planes, reconoce que el futuro es incierto para su familia. Aunque le encantaría volver a su hogar, no cree que sea una idea factible. «No sé si mi casa sigue en pie, y ahora mismo allí no tendríamos estabilidad. Lo que ha ocurrido es un drama, pero la crisis económica que se avecina es todavía peor. Muy a mi pesar, creo que no es un país seguro para los niños», lamenta Viktoriia. «Ahora están escolarizados y eso es lo más importante, que estudien y se formen. Lo demás ya se verá. Tiempo al tiempo».

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