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Son trabajadores silenciosos. Su labor es clave en el control de la expansión del coronavirus, pero está lejos de la UCI y de esas cifras e imágenes tan relacionadas con la pandemia. Nada más entrar en la sala del Hospital de Liencres donde pasan la jornada laboral, enseguida se escucha el murmullo de las decenas de conversaciones telefónicas que mantienen cada día. Los rastreadores del covid-19 son hoy los nuevos esenciales. Una parte primordial del engranaje que se pone en marcha cuando se registra un nuevo positivo para localizar lo antes posible a su red de contactos estrechos y cortar a tiempo la cadena de contagios.
A los 37 profesionales iniciales reclutados para el rastreo por la Dirección General de Salud Pública se unieron en mayo otros diez. Una cifra que se ha multiplicado hasta llegar a los 138 actuales –Sanidad anunció las diez últimas incorporaciones esta misma semana–. Sin contar la ayuda de los rastreadores militares del Gobierno central que la región ha solicitado para hacer frente a esas necesidades de seguimiento. Una red de profesionales que subraya en cada rastreo la importancia de cumplir la cuarentena de 14 días si a alguien se le notifica que ha sido contacto estrecho de un contagiado de covid-19.
Tras la puerta blanca en la que cuelga el cartel de 'Vigilancia Epidemiológica', en el Hospital de Liencres, trabajan los siete días de la semana en grupos de doce personas. Los turnos son de doce horas y se alargan durante dos días, seguidos después de dos jornadas de descanso. Cada uno tiene su escritorio, auriculares para no molestarse unos a otros y un portátil donde está la base de datos en la que registran las llamadas, las pruebas PCR y la información relevante de cada caso.
12horas es lo que duran los turnos, trabajan dos días seguidos y descansan otros dos
50minutos puede alargarse una llamada para identificar los contactos estrechos
No hay que confundirse, su trabajo implica mucho más que hacer meras llamadas. «También necesitas una gestión emocional porque nosotros somos los primeros en decirles que son positivos» o que han sido contacto de algún contagiado», explica Álvaro Seco. El joven se incorporó a la red de rastreadores en julio y ahora compagina esa labor con su profesión como fisioterapeuta en Reinosa. Y como él, otra veintena de profesionales se ha sumado al rastreo en las últimas semanas.
Por poner orden a su trabajo, cuando Salud Pública notifica un positivo, para ellos arranca un nuevo caso. La primera llamada es siempre a la persona contagiada. «Para empezar le preguntamos qué tal está y luego hay que explicarle el aislamiento, las medidas que debe adoptar...», explica Alfonso Alonso, coordinador y formador de los rastreadores. En general, dice, «la gente hace caso». Él lleva desde marzo en el equipo y recuerda que la del rastreador «es una figura que ya existía, pero no con un trabajo tan continuo». Aparecía, sobre todo, cuando surgía algún «brote alimenticio, como fue el del la listeria del año pasado».
Hecha la introducción, les toca repasar con el contagiado las personas con las que ha estado hasta tres días antes de haberse hecho la prueba para así establecer una lista de contactos estrechos y, por ende, posibles infectados que no saben que han estado expuestos. Esta conversación puede durar diez minutos o alargarse hasta casi una hora. Es una llamada que supone un «importante intercambio de emociones», describe Seco. Al otro lado del teléfono hay quien «tiene miedo, rabia, incredulidad...». Las realidades y sentimientos son tan diversos como el perfil de los contactados y «también es importante saber lidiar con ello», añade.
Con el foco localizado, toca a continuación telefonear a los contactos con los que ha convivido o compartido espacio a menos de dos metros sin mascarilla durante más de 15 minutos. ¿Cómo suele responder la gente? Depende de su situación personal. Y es que, junto a esta conversación va aparejada una medida obligatoria: «Tienen que hacer cuarentena y quedarse en casa 14 días», insiste Seco. No hay otra opción. Ese es el mensaje.
También son los rastreadores quienes se encargan de darles cita para realizarse la prueba PCR. Pero, con independencia del resultado, «hay que cumplir la cuarentena» y permanecer encerrado. ¿Y si doy negativo? También. Si pasadas las dos semanas la persona no ha presentado síntomas, puede recuperar la normalidad. Y si el resultado es positivo, el contacto pasa a ser un caso activo, por lo que se pone en marcha la maquinaria de rastreadores para avisar a sus contactos. Y cambia el protocolo, debe aislarse y hacerse otra PCR.
Muchas veces tener que quedarse en casa es el punto que genera más dificultad. Decirle a un autónomo que cierre su negocio durante catorce días no es un mensaje bien recibido. «Algunos quieren cumplir la medida y otros no porque necesitan trabajar o no pueden pedirse la baja». Y los rastreadores buscan la manera de recordar que sólo así se controla la expansión. «Apelas a la responsabilidad y a la solidaridad».
El volumen de contactos es muy variable, aunque la media de esta segunda ola ronda la decena, tres veces más que en las primeras semanas de la pandemia, cuando aún el rastreo era posible. Hay quien da el teléfono de dos familiares, otros doce amigos y gente con la que «al final juntas una lista de 40», resume Seco. Por eso es importante recordar la recomendación de Sanidad y reducir la vida social. En total, «igual hacemos dos o tres casos al día». Son llamadas que, además, se pueden complicar rápidamente «si hay desplazamientos entre comunidades, han hecho un viaje en avión… Las situaciones se gestionan según llegan porque hay mil casuísticas».
Su formación cambia a la par que los protocolos y aumenta con el paso de las jornadas, conforme se van encontrando con circunstancias nuevas. Aquí el aprendizaje no se acaba, avanza «con el día a día» y eso es lo que permite que su tarea sea cada vez más eficaz. Al equipo se incorporan nuevos profesionales que aprenden con quienes llevan más tiempo y ya acumulan experiencia.
En uno de ellos se sienta Sonia Alcalde. Esta joven, de 27 años, trabajaba en el sistema sanitario de Castilla-La Mancha como fisioterapeuta de Atención Primaria hasta julio, cuando el SCS le llamó para incorporarse a la red de rastreadores de Cantabria. En estos dos meses de trabajo ha notado cómo «ha aumentado el ritmo de llamadas». Agosto es sinónimo de vacaciones, gente con segundas residencias en la región y eso complica el rastreo. También ha percibido un «aumento de casos en niños» y por eso en el grupo reciben con «incertidumbre el inicio del curso». A su lado, Carla Sánchez, fisioterapeuta de Ponferrada, toma nota de los consejos. Cuando le llamaron para ofrecerle este trabajo, se vino a Cantabria sin dudar. Desde hoy se convierte en rastreadora tras la pista del covid.
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