El número de ganaderías lecheras cae en picado
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Descenso imparable ·
En los últimos doce meses han desaparecido 75 explotaciones debido a su escasa rentabilidad y a la falta de relevo generacionalJosé Ahumada
Santander
Domingo, 9 de octubre 2022
José Ramón López Bedia, ganadero de Suesa, echa una cuenta rápida: de lo que saca cada mes en su explotación lechera, el 60% se le va en piensos; el 10%, en luz y combustible; otro 9% se gasta en atención veterinaria y consumibles como plásticos, abonos o productos de limpieza. Los sueldos suponen el 8% y otro 5% se lo llevan los trabajos externos, como cosechar el maíz o la hierba. Un 4% es para talleres y reparaciones, y otro porcentaje igual para la financiación. En resumen, su granja con 400 vacas da para pagar los salarios, hacer frente a los créditos y poco más.
Es cierto que el sector se enfrenta a una situación excepcional: después de conseguir que se atendiera su eterna reclamación y se pagara mejor el litro de leche –ha podido subir un 30% en un año–, se han encontrado con un incremento nunca visto de los precios de la luz y los combustibles, un alza brutal de los precios de los piensos, como consecuencia directa de la guerra en Ucrania, y un verano extremadamente seco que ha reducido la cosecha de forraje, ha empobrecido los pastos y ha obligado a recurrir antes de tiempo a las reservas de alimento para el invierno. Probablemente se trate de algo temporal, pero nadie es capaz de predecir cuándo se recuperará la normalidad.
Con este panorama, es comprensible que en algunos negocios las cuentas no salgan, y también que, para intentar que cuadren, se tome la decisión drástica de matar animales. El criterio empresarial es indiscutible: si la vaca come más de lo que produce, se quita, así que cualquiera de las que dan menos de 25 litros corre peligro de acabar en el matadero. Otros, optan por una decisión más drástica: desde septiembre de 2021 a agosto de 2022 han desaparecido en Cantabria 75 ganaderías de leche, una merma del 7,4%, con lo que su número ha pasado de 1.004 a 929, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
rentabilidad
«Los costes de producción son inasumibles y siguen sin control –resume Gaspar Anabitarte, de la organización agraria UGAM-COAG–. El ganadero de leche lleva arrastrando esta situación desde hace tiempo y la consecuencia es que las ganaderías bajan, ya muy por debajo de las mil. Ahora hay otro problema y es que la producción también baja: hasta ahora subía, y solo bajaba el número de ganaderos, y esto quiere decir que han tratado de buscar una salida incrementando la producción y no ha funcionado. El tiempo avanza de forma inexorable, no hay relevo y se van cerrando explotaciones».
«Yo tengo dos hijas –explica López Bedia–; la pequeña ha hecho un grado superior de Sanidad Animal, le gustan los animales. Yo le digo que se prepare y que si quiere aquí tiene la granja, pero no lo tiene muy claro. En la mayoría de los casos el relevo no existe: al final, viendo cómo está tu padre, tú no te vas a quedar para seguir el mismo camino».
«La media de edad de los ganaderos será superior a los cincuenta, así que en diez o quince años van a desaparecer muchas explotaciones, el tiempo que duren hasta jubilarse. Es un sector que ya está muy acabado, y lo peor es que la gente está muy desanimada».
La ganadería de carne ha sido refugio de algunos profesionales. «Era otra forma de tener vacas sin la servidumbre de la leche», opina Gaspar Anabitarte. «Pero ahora también se encuentra en una situación difícil, porque la sequía ha provocado que no haya alimento, y el ganadero de carne no tiene economía como el de la leche, que mueve más dinero, aunque finalmente el margen que le queda sea escaso. El de carne vive de las ayudas y de vender unos terneros, pero es lo comido por lo servido. La falta de alimento está provocando que, según van bajando del puerto, se vaya reduciendo el número de animales, para comprar lo menos posible. Este sector está más rejuvenecido porque se han incorporado los jóvenes, pero atraviesa un trance complicado porque no hay comida».
Anabitarte no está muy seguro de que, una vez termine el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, las aguas vuelvan a su cauce. «Tenemos un problema con el gasóleo, cuya producción ha bajado y ha subido de precio, y tanto la ganadería como la agricultura tienen una servidumbre enorme del gasóleo. Cuando la guerra termine ese problema seguirá estando ahí, y con la electricidad sucede tres cuartos de lo mismo. Lo que deberíamos tener claro socialmente es que la producción de alimentos tiene que ser una actividad fundamental: de la misma manera que ahora se está trabajando para conseguir ser soberanos energéticamente, habría que conquistar la soberanía alimentaria, que es aún más importante».
precios al alza
Al menos confía en que el precio de la leche no vuelva a estar por los suelos, algo que debería garantizar la nueva ley de la cadena alimentaria. «En España nos hemos salido del yugo de la distribución. Ahora al ganadero se le paga, y otra cosa es que suban también los costes, pero el consumidor también está percibiendo una subida importante: no es de recibo que un litro de leche valga menos que un litro de agua». Resta también importancia al hecho de que Cantabria sea una de las comunidades autónomas con el precio más bajo: la media de agosto fue 0,467 euros, mientras que la media española fue de 0,476. Explica que es algo común en los territorios que más producen, que comercializan su excedente fuera a precios más bajos. «Consumimos el 25% de la leche que producimos, así que aquí nunca habrá escasez. El verdadero problema es todo lo que no producimos: ni cereales, ni verdura, ni fruta... y eso necesitaremos de cara al futuro si las cosas se siguen planteando así».
Carmelo Diego, asesor comercial en el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega, mantiene un contacto estrecho con los profesionales que le ayuda a formarse una idea clara de cómo se encuentra el sector. Él es quien traslada a la dirección los datos de comercialización de los animales, los precios y el desarrollo de las ferias. «El ganadero gana menos que antes: aunque el precio de la leche y de las vacas haya subido, su poder adquisitivo es menor. El de leche está intentando ahora mismo coger de las vacas que mata lo que no puede sacar con la producción de leche. El tema de la carne es complicado: sin subvenciones, mucho ganado no aguantaría, porque vive más por subvenciones que por rentabilidad».
Es precisamente el ganado de carne el que sostiene actualmente la actividad del ferial, que ha visto cómo se reducía el número de animales que pasaban por él desde los 7.000 semanales de los años 70 y 80 hasta los 2.000 de ahora.
Para Isaac Bolado, su director, el ferial «es un termómetro de lo que es la ganadería en Cantabria». «El sector ha experimentado una reestructuración importantísima, con explotaciones que han pasado a ser de ciclo cerrado, donde prácticamente no hay intercambio de animales: el animal nace en la explotación, se cría, reproduce o se explota para la producción de leche o de carne, y a partir de ahí se sacrifica».
«Aquí vienen los martes entre 1.800 y 2.000 animales, fundamentalmente terneros de vacas de producción de carne o leche, que van a cebaderos. La feria se ha invertido, y antes el día importante era el miércoles, con un montón de vacas de leche que ahora ya no se intercambian: este miércoles hemos tenido cincuenta vacas de leche, de gente que todavía vende novillas recién paridas, y en la otra zona más de un centenar de vacas de producción de carne que se venden para el matadero, o vacas de leche que acaban su vida productiva y se llevan al engorde».
«No hemos podido interferir en el elevado precio y coste de insumos, porque eso es una cuestión de mercado», lamenta el consejero de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, Guillermo Blanco. Sí destaca que su departamento ha habilitado partidas extra, respecto a otros años, por valor de 11,5 millones. «Primero fueron las ayudas covid, después las ayudas por la guerra de Ucrania y, ahora, la última ha sido un pequeño paquete para tratar de aminorar los efectos de la sequía», expone.
Opina que el descenso del número de productores de leche «es una constante en Europa, y España y Cantabria no somos una excepción. Todos los datos dicen que estamos bajando, pero no en litros de leche: seguimos produciendo el 7% de la producción nacional, hoy igual que hace seis años».
La esperanza de Blanco, como la de los ganaderos, es que los precios de la leche se mantengan cuando acabe la guerra. «Nos hemos dado cuenta de que, efectivamente, el granero de Europa estaba en torno a Ucrania, pues de allí traíamos un 30% de lo que consumen nuestros ganaderos. Ahora hemos empezado a importar productos norteamericanos que antes no tenían entrada por las reticencias fitosanitarias. Esto contribuirá a que el precio de los piensos baje cuando termine la guerra. Pero lo que no puede bajar es el precio de la leche».
«Para que fuese rentable, la leche debería pagarse a 60 céntimos el litro», defiende el ganadero José Ramón López Bedia. «En Castilla y León están haciendo contratos a 60 céntimos, porque allí hay mucha más competencia y más empresas que compran leche. Los queseros son los que más están tirando de los precios».
El veterinario Victoriano Calcedo, habitual colaborador de El Diario Montañés y analista del sector ganadero, considera que en España «hay margen de subida», aunque reconoce que hay diferencias de calidad entre la leche que se produce en los distintos países. «En el mes de agosto se ha pagado a 63 euros –los cien litros– en Bélgica; en Holanda a 60; a 57,80 en Dinamarca, a 58,80 en Irlanda; a 54 en Alemania; en Suecia, a 53; en Italia, a 50,81... Eso da idea de que hay margen», analiza.
Santiago del Campo | Ganadero de leche
Después de realizar hace año y medio una enorme inversión en su explotación, SAT Indelante, a Santiago del Campo ni se le pasa por la cabeza tirar la toalla. Con su mujer y hermano, trabaja en una explotación con 260 animales situada en la localidad de Secadura (Voto).
«Estamos viviendo una situación de mucha incertidumbre, y los gastos de producción no paran de aumentar. Es cierto que el precio del litro de leche ha subido, pero seguimos igual a pesar de facturar más. En agosto nos han pagado la leche a 48 céntimos; en septiembre ha rondado los 50, y en octubre sería razonable que subiese a 60: la leche que estamos vendiendo este mes aún no tiene precio, y sabremos a cómo se paga a fin de mes, cuando ya hayamos vendido el 98% de la leche. Mientras tanto, no sabemos cuánto vale».
Del Campo considera que su trabajo tiene una importante parte «vocacional», por lo que cambiarse al ganado de carne no es una opción, como tampoco lo es dedicarse a otra cosa. «Aquí estamos porque nos gusta, porque si nos pusiéramos a contar las horas que trabajamos a lo largo del año no habría sueldo para pagarlas».
Él, en cualquier caso, confía en que a medio plazo suba la rentabilidad de su actividad. «Tal y como va evolucionando la situación, tengo la impresión de que no van a quedar muchos ganaderos ni mucha leche, y de una vez por todas va a tener que pagarse en su justa medida». Hasta entonces, es necesario «tirar de vocación y de ilusión».
«Nosotros estamos especializados en el ganado de leche, y creo que lo hacemos razonablemente bien. Acabamos de estrenar hace catorce meses una instalación moderna, con dos robots de ordeño, limpieza automática de patios y alimentación semiautomática. Hemos hecho una inversión importante a quince años y vamos a seguir en ello sí o sí».
«Hace año y medio –continúa– decidimos que era el momento: los precios de todo estaban entonces más bajos, pero había una estabilidad; ahora los cereales, la energía y los combustibles hacen que todo sea un disparate. Fue una inversión de un millón de euros, pero no es que hayamos llegado ayer: es el trabajo de tres generaciones. De mi abuelo, de nuestro padre y, ahora, el nuestro», explica Santiago del Campo.
En su caso, han buscado la viabilidad de la explotación en la modernización decidida de sus instalaciones, como forma de mejorar su rendimiento. «Cuando alguien se plantea poner en marcha una explotación y no conoce lo que es la robotización, se topa con la dificultad de encontrar mano de obra. Una solución a este problema es la robotización del ordeño, que te permite no depender tanto de la mano de obra externa».
Juan Carlos Cerro | Ganadero de carne
En su casa siempre hubo vacas de leche, pero se quitaron. «Yo puse vacas pardas, y con ellas estoy». Juan Carlos Cerro, ganadero de Solórzano, trabaja con ochenta vacas, una actividad que compagina con otras que le ayudan a mejorar sus ingresos.
«Las vacas de carne no son tan esclavas como las de leche: con esas sabes que tienes que estar ahí a las seis de la mañana y a las seis de la tarde, y no te valen fiestas, ni una boda ni nada. Las de carne tienen otro arreglo, otra vida, y aunque también hay que atenderlas, no es lo mismo. Pero ahora todo está igual de complicado para los que se dedican a unas y a otras», relata.
El hecho de que las vacas de carne exijan menos trabajo es una de las causas por las que muchos ganaderos de leche se han pasado a ellas. También es un factor que ha contribuido a que el sector se haya rejuvenecido con gente más joven y menos dispuesta a hacer tantos sacrificios por una actividad que no los recompensa con grandes beneficios.
Un panorama difícil
«El panorama está muy mal, y cada día peor. Está peor que nunca porque ha subido todo. Antes había un margen, pero ahora ya no. La carne ha subido lo que ha subido y los pasteros valen lo que valen: los buenos valen, los regulares valen poco y los malos no valen nada», explica.
Cerro tiene vacas pardas de montaña. «Las terneras las suelo vender para madres, y los machos me los llevan a León para hacerlos bueyes: tengo hecho un arreglo con ellos». ¿Y cuánto vale una vaca? «Las de leche, 1.500, 1.600... pero traerla hasta el ferial ya tiene unos gastos: hay que mirarla, traerla, pagar el punto y darle la propina al ordeñador. Son cien euros mínimo. Las de carne antes se vendían con crías, pero ahora se venden un poco mejor: se separan los pasteros de las vacas y no te complicas la vida. Una de las llaman choriceras puede valer 600 euros; una gorda, 1.300, 1.400...».
Dice Juan Carlos Cerro que conoce a muchos ganaderos que lo han dejado, que se han rendido: «Hay mucha gente que quita las vacas porque no le salen los números: si estas perdiendo llega un momento en que las quitas y se acaba el problema». Lo peor de todo es que la situación, a su juicio, está lejos de mejorar. «Esto pinta mal, macho. Dicen que el invierno viene mal, cuando la verdad es que ya hemos empezado dos inviernos, y está por ver si seguimos con el tercero: mira la sequía que tenemos, la oruga que hay en los campos, lo otro, lo otro... Esto es criminal», lamenta.
«Sin las ayudas no se podría estar viviendo del ganado, así que, a poco que te den, toda ayuda es buena. Los ganaderos pedimos que nos echen una mano, pero luego ves que para que te den cualquier subvención hay que llevar veinte papeles, y hay gente que se aburre y lo deja».
José Antonio Cuesta | Ganadero de leche
Todo parece indicar que la cuadra de José Antonio Cuesta, ganadero dedicado a las vacas de leche, será una de las que desaparezca cuando él y su mujer se retiren;en su caso, como en tantos otros, será difícil encontrar quien les sustituya al frente de la explotación. «La gente se va jubilando, como será el caso mío algún día. Mi hija, que solo tengo una, no va a seguir en el sector. Ve que supone mucho trabajo y ella tiene su carrera. No le gusta», cuenta.
Y no es solo cuestión de trabajo, sino también de rendimiento: tanto tiempo peleando por un precio de producto más justo que diese sentido a la actividad y, cuando se consigue, todo parece conjurarse contra el ganadero. «Es verdad que nos han subido la leche un 30%, pero nos han encarecido todo lo demás: el pienso, los combustibles, el agua... Así que después de todo estamos en una situación parecida a la de antes: por un lado nos lo dan y por otro nos lo quitan».
Después de casi treinta años trabajando con las vacas, José Antonio Cuesta ve muy poco avance. Con los 52 animales que atiende en su granja en San Miguel de Meruelo, dice que no ve un horizonte demasiado despejado. «No tengo muy claro cómo va a ser el futuro, pero parece que no pinta bien. Después de tanto tiempo a cargo de una ganadería, lo que veo es que primero hacía más dinero que ahora con la leche», lamenta.
«Mi mujer y yo las trabajamos –continúa– y tratamos de meter menos forraje y más pasto, pero la sequía también nos ha afectado bastante y hemos perdido dos cortes este año en las fincas. Ahora, a ver cómo se presenta la otoñada».
Desanimado por la situación, Cuesta apela a la productividad: «Lo que se oye ahora es que la gente está matando vacas porque no le da de sí para subsistir, para seguir adelante. Al precio que se han puesto los piensos, la vaca tiene que ser productiva a la fuerza: no puedes tener una que dé veinte litros de leche y coma veinte kilos de pienso, porque ahora la relación de precios es que un kilo de pienso vale parecido a un litro de leche. Si lo que te da por un lado te lo come por otro... Con menos de 25 litros no puedes mantener un animal. Al precio que tienes ahora todo, hay poco ánimo para seguir adelante».
Luis Ángel Fernández | Ganadero de carne
El caso de Luis Ángel Fernández es idéntico al de otros muchos ganaderos: creció viendo vacas pintas en su casa, y él mismo siguió trabajando con ellas. Fue cuestión de tiempo que decidiera cambiarlas por las de carne, «aunque tampoco son un chollo».
Fernández tiene ahora una treintena de animales, que cuida en su finca de Solares, una ocupación a tiempo parcial. «Yo también trabajo fuera, haciendo otras cosas, y no es lo mismo tener que ordeñar por la mañana y por la tarde que atender a las de carne, que no dan tanto trabajo».
La ganadería de carne constituye a menudo un refugio para quienes quieren tener animales pero no pueden permitirse ser rehenes de una actividad que actualmente no ofrece demasiada rentabilidad. «Yo tengo a las vacas paciendo; en invierno me dan algo más de trabajo, pero no tanto como las de leche», admite.
Si, hace décadas, el ganadero mixto tenía en casa unas cuantas vacas de leche, ahora lo habitual es que sean de producción cárnica. «Hay mucha gente con vacas que tiene otro trabajo. Yo también trabajo fuera: para vivir de ellas hay que tener muchas, más de sesenta o setenta. Con treinta no da, porque no dejan tanto, y más como está todo ahora», comparte.
Aunque advierte de que «las vacas de carne no son un chollo: dejan lo justo, menos que las de leche, porque está muy caro el pienso y todo. Yo las tengo sobre todo porque me gustan. Me dedico a vender los jatos pasteros. Cuando tienen seis meses se venden aquí, en la feria de Torrelavega».
Fernández reconoce que «el invierno se presenta muy mal, se ha cogido muy poco forraje y si vas a comprar está todo carísimo: la beza está a más de cuarenta pesetas, y la avena, también. Los de leche, que compran alfalfa, tienen a sesenta la alfalfa deshidratada. Está todo muy caro y todavía falta todo el invierno. Estamos gastando ya el silo: se ha cogido menos y hemos empezado a gastarlo desde julio. Y, además, ha entrado la oruga que come los prados». Él las aguanta lo que puede en la finca. «Hay quien tiene un monte cerca, las lleva en verano y pasan allá unos meses, pero no bajan gordas tampoco. Si quieres venderlas para carne, hay que engordarlas después», señala.
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