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Durante el último año y medio, la atención a la pandemia ha centrado los mayores esfuerzos del sistema sanitario, y es ahora, en este momento en que el virus parece haber dado un respiro, cuando es posible detenerse y echar un vistazo alrededor para ... comprobar qué otros estragos ha provocado: según el informe anual del Observatorio del Suicidio en España, en base a los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2020 han fallecido por esta causa 3.941 personas, con una media de casi once al día; se trata del año con más suicidios de la historia del país desde que se tienen registros (1906). Cantabria no escapa a este drama, y ha sufrido igualmente un brutal repunte, con 46 muertes, frente a las 36 de 2019, lo que supone un aumento del 27,8%, el segundo más alto del país, solo por detrás del País Vasco (30,7%, con 179 víctimas).
Como viene siendo habitual, este fenómeno afecta más a los hombres que a las mujeres, y en la región las muertes de unos casi cuadruplican a las de las otras: 36 frente a 10. También se repiten los métodos más empleados para quitarse la vida: el ahorcamiento (en 20 casos), y el salto al vacío (otros 14).
¿Puede ligarse el aumento de suicidios al azote del covid con algo más que una sospecha? Según Jesús Artal, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Valdecilla, sí. «Yo creo que todo esto claramente tiene que ver con la pandemia: las personas se han visto en situaciones terribles de pérdidas de seres queridos, económicas, de todo tipo, y también de su proyecto de vida, y a eso se le suma una gran incertidumbre por el futuro. Vemos que los síntomas depresivos han aumentado tanto en la población general como en los pacientes psiquiátricos», explica.
A esa crisis generalizada se ha sumado otro factor, la dificultad para acceder a una ayuda especializada. «Puede haber habido una cierta desatención motivada por las circunstancias, con menos accesos a las consultas -aquí las hemos mantenido, presenciales, para los casos más graves, durante toda la pandemia-, y con atención telefónica en Atención Primaria y unidades de Salud Mental. Y también ha podido haber un retraimiento de las personas a pedir ayuda», relata Artal.
«Esta desatención que ha habido en muchos casos tiene dos componentes: uno, la complicación para acceder a los tratamientos habituales; el otro vector es que la gente no ha acudido a Urgencias por miedo o dificultades, y eso quizás ha influido en la descompensación de las patologías crónicas, como los trastornos afectivos -depresión, trastorno bipolar-, y trastornos psicóticos, las dos grandes patologías que más colaboran en el riesgo de suicidio de nuestros pacientes», añade.
Ante esta dolorosa realidad se hace necesario, según Artal, «traer de nuevo a colación el suicidio como problema de salud pública». «Es más urgente y necesario que nunca poner en marcha proyectos integrales de prevención y tratamiento de conductas suicidas. Ahora, este es el objetivo de cualquier plan de salud mental, el más primordial».
El suicidio es la principal causa de muerte no natural en España, y multiplica por 2,7 las provocadas por accidentes de tráfico y casi por 90 a las de violencia machista. Tiene cierto sentido compararlas, ya que mientras que las políticas preventivas como las de seguridad vial o violencia machista parecen haber conseguido disminuir las víctimas por esos motivos, aún faltan todavía planes o estrategias específicas de prevención del suicidio que puedan lograrlo. En la región se produjeron 209 muertes por causas externas, y el suicidio fue la que más provocó (46); mientras que los accidentes de tráfico, por ejemplo, arrebataron la vida a 17 personas.
Desde el Observatorio del Suicidio en España, de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, se esperaba para 2020 una reducción significativa de los fallecidos, teniendo en cuenta además la disminución generalizada de muertes externas, como accidentes de tráfico u homicidios, fruto del confinamiento, pues este dificultaba enormemente este tipo de conductas, tanto en la vía pública -al estar prohibido deambular por ella-, como en los domicilios -al permanecer en compañía-. No obstante, parece evidente que una vez concluido el encierro de la población en sus casas se ha producido un repunte: mientras que en abril se registraron en todo el país un 18,2% menos de suicidios respecto al mismo mes de 2019, en agosto se produjo un aumento del 34%.
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Los expertos llevaban tiempo advirtiendo de la amenaza de una ola de afectados por problemas de salud mental, y esta, finalmente, ha llegado. De hecho, hace ya meses que se había dado la alarma por el aumento de tentativas de suicidio entre la población de menor edad, con trastornos mentales derivados del aislamiento social y de cambios forzados de costumbres y rutinas obligados por la pandemia, limitaciones mucho más duras de asimilar para los adolescentes.
Por edades, las franjas con más fallecidos por suicidio en Cantabria durante el pasado año son las de 50 a 54 y de 70 a 74, con siete cada una. Solo un caso corresponde a la de 15 a 29 años. Esta última es, según el doctor Artal, una cifra engañosa, porque quizás no refleja la gravedad de la situación entre la población más joven. «A día de hoy se sigue manteniendo una alta presión asistencial a todos los niveles de la red, tanto en las unidades de Salud Mental de toda la comunidad autónoma como en los dispositivos para patologías más graves, de hospitalización completa, hospital de día y Urgencias: hay una sobrecarga elevadísima que no se había visto nunca aquí ni en el resto de España, lo que obliga a tomar medidas y poner en marcha proyectos de atención a niños y adolescentes», apunta.
«El enfoque del suicidio es multidimensional, y hay que tomar simultáneamente medidas asistenciales, que son urgentes, y luego otras de mayor recorrido, más preventivas, que tiene que ver con los ámbitos social, cultural, con el modelo de sociedad..., que están por fuera y sobrepasan lo que es puramente asistencial, y ahí tienen que involucrarse diferentes departamentos de la Administración y de la propia sociedad», concluye el especialista.
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