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Detrás de la robustez y la corpulencia de un 'espalda plateada', en realidad se esconde un ser «delicado, complejo y muy sensible». Lucía Gandarillas (Santander, 1981) ya se habría dado cuenta de eso si, en su primera visita a Cabárceno, de pequeña, el parque ya ... hubiera contado con una familia de gorilas. Pero no. La historia es mucho más bonita. Ese día, aquella niña supo que quería trabajar con animales, de modo que se empeñó en estudiar y cumplir su sueño. Hoy no sólo es bióloga, antropóloga y, desde el pasado jueves, doctora en Ciencias Jurídicas y Empresariales, sino la capataz de un recinto destinado a estos primates. O dicho de otra manera, una de las personas que mejor conoce a Niky, Nadia, Chelewa, Moja, Gwet, Duni y Kibwe, los miembros de una familia que desde hace quince años trata como propia y que, aunque no se comunican como ella, «hablan el mismo idioma».
-¿En qué consiste su trabajo?
-Los gorilas son animales con capacidades cognitivas muy complejas. Necesitan que les dejemos ser lo que son. Parece fácil, pero cuidar de ellos es muy difícil. Además de darles de comer, tenemos que permitirles comportarse como lo harían de manera natural, en libertad. En general, hay que darles tiempo para que desarrollen su estructura social, alternar la sutileza para generar una percepción voluntaria de sus actos con el control mínimo del recinto para curarlos si están enfermos, por ejemplo.
-¿Qué ha aprendido de ellos?
-Miles de cosas. Todos los días aprendo de ellos. Lo que más he asimilado por su parte es el valor de la familia. Darían la vida por un miembro del grupo. De hecho, yo nunca pensé en ser madre ni en formar una familia hasta que los conocí. Todo lo que hacen tiene un significado. No paran de enseñarnos, lo que hacemos mal y cómo mejorarlo.
-Ha conocido a todos los que han pasado por el parque. ¿Cómo lleva las pérdidas y las despedidas?
-En general, mal. Intentamos interactuar lo mínimo posible, pero son parte de mi familia. Desgraciadamente los animales viven, envejecen, tienen accidentes o directamente se tienen que ir. Los gorilas en libertad tampoco viven siempre en el mismo grupo. Lo natural es que se tengan que ir. Es muy difícil. La primera vez que perdimos a un bebé, por un accidente, no paraba de llorar.
-Hábleme de las visitas. ¿Cómo deberían comportarse?
-Observándoles, quietos y sin llamarles. No hay que distraerles. Tienen que estar con su familia. El año pasado, el zoo de Amberes se vio obligado a expulsar a una mujer que no paraba de visitar a un chimpancé y decía tener una relación especial con él. Hay que dejarles ser como son.
-¿Qué les diría a los más suspicaces sobre la cautividad? ¿Están en buenas condiciones?
-He visitado zoos de toda Europa y nuestros gorilas son de los que mejor viven de todos. Tienen libertad para moverse, diferentes elementos para jugar, barreras visuales para que estén tranquilos... No están en libertad, pero desde su perspectiva es lo que conocen. Y están bien. Es fácil saber cuando no lo están porque se muestran alicaídos, se arrancan el pelo y tienen conductas erráticas. Los gorilas de Cabárceno juegan y son felices.
-Se acaba de doctorar en la Universidad de Cantabria con la tesis 'Sistema normativo de un grupo de gorilas ex situ'. ¿A qué conclusiones ha llegado?
-Bajo la dirección de Paz de la Cuesta he tratado de demostrar que los gorilas, en sus relaciones sociales, mantienen comportamientos regulares que parecen sometidos a normas similares a las que rigen el comportamiento humano, salvando las distancias, a través del Derecho Penal. Se ve en la protección de la posesión, del descanso, de la integridad física, la prestación de auxilio hasta la libertad sexual. Nuestro antepasado común es de hace 6 millones de años, pero compartimos más de lo que parece.
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