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Arturo Ros reconoce sentirse «devastado» cuando ve las imágenes de los pueblos de la Comunidad Valenciana que recorrió durante años, en su etapa como párroco de Requena (2005-2016) y vicario episcopal en el territorio, completamente anegados y arrasados por la DANA. Su tierra ... natal, Vinalesa (Valencia), queda a poco más de una hora de las peores consecuencias de la catástrofe en esta comunidad autónoma. Utiel, Ribarroja, Catarroja, Masanasa, Paiporta, Sedaví... «Todo ese entorno lo recorrí durante muchos años. Y todo me resulta tan familiar que lo hace más doloroso todavía», expresa el obispo de Santander, «emocionado y agradecido» al mismo tiempo por la ola de solidaridad que protagonizan miles de vecinos «admirables» tanto ahí, en su tierra, como aquí, en Cantabria. «Desde que pasó esto, mi teléfono está fundido. Me llama gente de mi Diócesis aquí, curas que me escriben, correos electrónicos, gente preocupada por mí, por Valencia... A veces no doy abasto respondiendo».
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Él también trata de estar en contacto con la gente que está allí, con los que pueden coger el teléfono -las comunicaciones se han visto muy afectadas-. «Es muy doloroso; conozco a gente que lo ha perdido absolutamente todo. Y aún queda mucho por descubrir, desgraciadamente», lamenta, consciente del goteo de víctimas mortales que sigue aumentando según pasan las horas. Ninguna de las riadas, pantanadas y gotas frías que han asolado Valencia en las últimas décadas puede llegar a compararse a este desastre: «Mi tierra siempre ha sido muy castigada por la gota fría, pero nunca fue a niveles tan dramáticos; esto ha sido una catástrofe absoluta».
A más de seis horas en coche y cerca de 650 kilómetros de distancia, Ros ha pasado las últimas horas pegado a las noticias y el teléfono. «No puedo evitar estar pendiente. Son lugares que yo conozco», insiste el que fuera también obispo auxiliar de Valencia entre 2016 y 2023, cuando se incorporó a su nueva responsabilidad en Santander.
Muchos de los testimonios que le llegan son desoladores o están a la expectativa de lo que vaya ocurriendo en las próximas horas; otros, sin embargo, la inspiran un gran sentimiento de admiración: «La gente lo está dando todo, hay una corriente de voluntarios que se lanza a yudar, a quitar barro, todo el trabajo de Cáritas... Valencia es una tierra muy generosa y la gente está muy sensibilizada con lo que ha ocurrido».
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Es lo único positivo que puede extraerse de una situación así. El obispo reflexiona sobre esta cuestión, pensando en las vidas rotas que ha dejado a su paso esta catástrofe. «¿Qué decimos ante eso? La fe nos consuela y nos da fuerza. Hay que levantarse y pelear. A las personas que han visto desaparecer a los suyos o han perdido su casa es difícil consolarlas. Hay que estar a su lado, haciéndoles el presente y el futuro más fáciles», reflexiona Ros.
También se puede contribuir a distancia, como es el caso de las parroquias, de Cáritas y más voluntarios, cuya labor «emociona» al obispo. «Hay que mirar con el corazón, estar cerca de la gente, abrir los brazos y colaborar en la medida en que cada uno pueda».
Todo lo que no sea eso, especialmente «discutir ahora quién tiene la culpa», asegura, «es perder el tiempo». «Lo creo sinceramente y lo digo en voz alta. A ningún político de ningún color le gusta que haya dramas, muerte y destrucción. Me da igual que sea de derechas, izquierdas, de centro... No es tiempo de discutir, sino de arrimar el hombro y atender la situación, salvar vidas y limpiar aquello», concluye.
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