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Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos… La cuestión - zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda..., eso es todo».Así cerraba una discusión el huevo encorbatado con Alicia en la segunda parte que Lewis Carroll escribió sobre la niña que cayó al pozo. Las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen. Y punto pelota. Fascista es todo aquel que no piense como yo y se atreva a decirlo; presos políticos son aquellos políticos que se saltan la ley y van a la cárcel preventivamente, al existir claros indicios de reincidencia en el delito, por patear la Constitución, el Estatuto de Autonomía y hasta el Kamasutra, no por ideas políticas; negro es el engaño que hace Rajoy con la palabra dada a Revilla y, sin embargo, las promesas incumplidas del presidente de Cantabria es ausencia de color. Y así vamos transitando por este primer cuarto del siglo XXI, entre eufemismos que esconden la realidad que disfrazan, entre lo políticamente correcto, que distorsiona lo evidentemente palpable, entre posverdades que difuminan mentiras del tamaño del carro de Manolo Escobar, entre palabras que pierden su significado y su fuerza en beneficio de discursos falaces.
Este año que aún gatea, y que más pronto que tarde deberá aprender a correr y a saltar obstáculos ya conocidos, Cantabria se enfrenta a un año en blanco, a otro año en blanco, en el que todo apunta a que nada cambiará, salvo que a los cántabros nos van a subir los impuestos, la inversión productiva será ridícula, el progreso será reabrir una mina ya cerrada, las decenas de empresas públicas que nadie controla gastarán más y su déficit irá en aumento, los tres mil millones de deuda pública se intentarán contener, otra cosa es conseguirlo, aumentando la presión fiscal y no racionalizando el gasto; en el presupuesto aprobado con la sonrojante vergüenza de haberlo hecho apoyado por un tránsfuga -otra palabra cuyo concepto ha sido volteado por el presidente-, se confirmará que su capítulo de ingresos fue redactado por Harry Potter y el Jueves Santo no será fiesta. Y el Proyecto Comillas tendrá, quizás, dos alumnos más que el año anterior, aunque este punto está por confirmar.
Revilla ya ha dado por cerrada la legislatura. Ya ha conseguido aprobar unos presupuestos, que podrían ser prorrogados para el año 2019, que será electoral. Y ya tiene el pescado vendido. No necesita trabajar por un plan a medio y largo plazo que saque a nuestra región del deterioro económico al que está, irremediablemente, abocada. No necesita una estrategia para modernizar Cantabria y sumarla a la economía del conocimiento, del futuro que ya anda por aquí asomando el morro. No necesita aunar voluntades, recabar talento, aglutinar sensibilidades y reclamar responsabilidad a los actores sociales para concebir -con la imprescindible colaboración de todos: empresarios, sindicatos, universidad, partidos políticos, asociaciones de diferentes ámbitos, etc.- un plan urgente que defina las líneas maestras que enganchen a nuestra región con el porvenir, incierto y excitante, que castigará con su indiferencia a quienes no vean más allá de su ombligo y no alcancen más allá de la línea que delimita sus propios zapatos. No lo necesita. De hecho, nunca lo ha necesitado ¿Alguien me puede decir algún gran proyecto programado por los diferentes gobiernos de Revilla que ahora podamos admirar? ¿Alguien me puede enumerar algún avance económico, social, industrial que no se haya apoyado, exclusivamente, en gastar más y más y no por el resultado indiscutible de inversiones productivas que modernizasen Cantabria? No lo necesita.
Cantabria necesita con urgencia atraer inversión extranjera que redunde en la modernización de nuestro tejido empresarial, aliviar a los autónomos y facilitarles su desempeño, reducir la carga fiscal a la clase media trabajadora, limitar al máximo el impuesto de sucesiones y donaciones, bajar el de patrimonio, racionalizar el gasto público y achicar el déficit, establecer el ecosistema adecuado donde los empresarios puedan realizar su actividad y crear puestos de trabajo de calidad, implantar un modelo educativo que no cambie con el viento, apostar por una Formación Profesional dual en contacto permanente con las necesidades empresariales actuales, reformar el actual sistema sanitario para que no sigamos siendo la Comunidad Autónoma que más tiempo tarda en establecer la primera consulta con el especialista, impulsar la Red Cervera en Cantabria para que la Universidad desarrolle, de verdad, I+D+i y sea aplicable a las pequeñas y medianas empresas, desarrollar un plan urgente público y concertado para cubrir las plazas necesarias para nuestros dependientes, fomentar un plan de formación para los parados de larga duración donde sean los propios trabajadores los que decidan dónde y cómo se forman para poder reingresar en el mercado laboral, definir una estrategia para fortalecer nuestro universo rural y conservar y proteger nuestro medio ambiente sin vacilaciones, incentivar la contratación de jóvenes y definir el complemento salarial para aquellos que trabajan en prácticas o a tiempo parcial… En definitiva, mucho por hacer y es responsabilidad de todos. Necesitamos un gobierno en Cantabria que lidere las negociaciones, el diálogo y el consenso imprescindibles para acometer estos cambios que no admiten demoras. Éste debería ser el objetivo de este Gobierno. Pero no.
El señor Revilla sólo tiene un objetivo, y es a corto plazo. Para conseguirlo hará todo lo que tenga que hacer e intentará confundirnos con medidas muy sonoras que se perderán en el vacío del tiempo inexorable. Y se dejará la piel y el bigote para conseguir cumplir con su sueño, que no es, ni de lejos, el de los cántabros: ganar las siguientes elecciones; y luego ya, si eso, que junto a la estatua de Pelayo en Cosgaya erijan una suya.
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Ana del Castillo
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