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La construcción de un parque eólico es relativamente sencilla. Primero se habilitan los caminos, después se crean las plataformas sobre las que se levantarán las torres y, por último, se montan los aerogeneradores para que empiecen a girar y producir energía verde. O mejor ... dicho, es relativamente sencilla de explicar. Cuando se entra en los detalles, la cosa se complica bastante. Mucho más en el caso del proyecto de El Escudo, el primero que se pondrá en marcha en Cantabria tras un parón de más de una década. Las obras arrancaron a mediados de junio y se desarrollan en una zona muy marcada por la compleja orografía y sensible por sus valores ambientales y paisajísticos.
Precisamente por ese contexto, casi tan compleja como la actual fase de ejecución fue la de planificación. Primero, Biocantaber, que se ha asociado con Iberdrola como promotora para esta actuación, tuvo que adaptar la colocación de los molinos eólicos y el conjunto del trazado a las condiciones del lugar para minimizar el daño. Después, la declaración de impacto ambiental (DIA) que aprobó el Ministerio de Transición Ecológica introdujo algunos condicionantes adicionales. Y ahora toca aplicar todo eso en paralelo al avance de los trabajos constructivos. De hecho, la mitad de los treinta profesionales que ahora se encuentran sobre el terreno -en los momentos pico superarán los 250- se encargan de controlar este aspecto. Que producirá un impacto es innegable, pero defienden que se esfuerzan para que sea el mínimo. Mientras quince obreros y maquinistas mueven tierras, otros quince vigilan que todo se hace como toca. Porque lo dice la DIA, que «para nosotros es como la Biblia», pero también porque saben que existe una potente contestación y grupos que se oponen a esta actuación y que reprochan que va a ocasionar la destrucción de sus turberas.
El responsable de la dirección ambiental de la obra asegura que estos espacios naturales fueron esquivados cuando se planificó el proyecto -de ahí que al contrario que en otros parques, el camino que conecta los aerogeneradores no transcurre en línea recta y que algunas torres no están dentro de ese camino, sino que hay que llegar a ellos a través de ramales secundarios- y que durante la ejecución se están implementando distintas soluciones para no cambiar el régimen hídrico de estas turberas.
«No solo es que estemos obligados, es que estamos convencidos. Y, además, nos interesa llevarnos bien con la gente de la zona porque no solo construimos el parque, sino que después nos quedaremos aquí a explotarlo durante muchos años», razona.
¿En qué punto exacto está la obra? Tras cinco años de tramitación en los despachos, las primeras máquinas comenzaron a trabajar el pasado 17 de junio en la pedanía de San Martín de Quevedo (Molledo) con la construcción de una estación de medición y de la línea para evacuar la electricidad que se genere. Aquello no está aún acabado, pero no se puede retomar hasta que mejore el tiempo. En lo que está ahora la promotora es en la creación del camino -de cinco metros de ancho- para llegar a las bases de las torres.
El punto de inicio está en lo alto del puerto de El Escudo, junto a las antenas y en un desvío que hay junto a la carretera nacional. Se avanzará por toda la cresta de la sierra hasta llegar, precisamente, hasta San Martín de Quevedo. Linealmente. «Es un handicap muy grande el hecho de que haya un único punto de entrada. En realidad sí que hay otros puntos de entrada por las localidades de Lanchares y Corconte, pero se decidió no utilizarlos para que las máquinas no pasaran por el medio de los pueblos», cuenta la jefa de los ingenieros.
Ese camino, que intenta aprovechar las pistas ya existentes, ha llegado ya al punto en el que se levantará el quinto de los 24 aerogeneradores, que tendrán 84 metros de altura y un diámetro de pala de 136 metros. Se espera que la próxima primavera se empiece a instalar la primera torre.
Precisamente en esa posición estaban trabajando el jueves pasado los operarios, desbrozando el terreno. Lo hacían a mano porque había llovido mucho en los días previos y la entrada de máquinas podría provocar más daño al suelo del necesario. De esas y otras muchas cosas se encarga el responsable ambiental de obra. También porque en ese punto hay constancia de la existencia de restos de la Guerra Civil. «Cada vez que se mueve tierra hay un grupo de arqueólogos», explican. Estos arqueólogos son los que han encontrado ya obuses y granadas que han sido extraídas por la Guardia Civil, además de muchos restos de munición. La mayoría en una trinchera que está perfectamente localizada desde hace años, aunque su grado de conservación sea pésimo. Pese a ello, y aunque Iberdrola solo estaba obligada a evitarla y balizarla, se ha protegido con tablones para que no caiga material rodante durante el movimiento de tierras.
Tierra, la que se extrae para hacer el camino, que ahora está en las cunetas también para frenar que otros restos de la obra se salgan del camino y lleguen a zonas que no tienen que ser intervenidas.
La compañía insiste en que la preocupación por ese tipo de aspectos es constante en El Escudo. Por ejemplo, con la creación de balsas de decantación, unas piscinas en las que se recoge el agua procedente de la obra. Ahí, el agua enturbiado por el barro y la arena se purifica en una doble vía: porque al frenar la corriente las impurezas caen al fondo y solo sale cuando la balsa rebosa y porque también después pasa por un filtro formado por fajos de paja recubiertos por una tela geotextil. Otro ejemplo: si normalmente en un parque todas las cimentaciones para las torres son iguales, en El Escudo todas son diferentes para reducir todo lo posible el tamaño y también el impacto.
Las turberas se esquivaron en el diseño del parque y las que se encuentran cerca de la obra están balizadas. En todas crecen una especie de planta carnívora llamada drosera. Son específicas de este tipo de suelos, muy ácidos y muy saturadas por el «flujo ralentizado de agua», que crea un tipo de hábitats que no es ni una charca, ni un cauce, y que hace que haya muy poco oxígeno y nutrientes. Por eso surgen plantas que se alimentan de insectos. De proteger las droseras y las turberas en general se encarga Mercedes, experta de una empresa externa que pasa por El Escudo una vez a la semana para comprobar que todo se cumple e idear nuevas soluciones: «En la fase de diseño se detectaron las turberas y se evitaron. Ahora, lo que hay que hacer es evitar los impactos indirectos. Lo más relevante es la escorrentía, que todo el agua que cruza la obra salga limpia». No solo limpia –se hacen análisis periódicos–, sino con el mismo régimen hídrico que existía antes. Que no pierda humedad una zona porque ahora el nuevo camino interrumpe el flujo de agua o que en otro punto no se creen arroyos porque ahí desemboca una cuneta o una tubería. Y eso se consigue con un sistema de drenaje específico. «Por ahora todo está funcionando como pensábamos, pero es verdad que la obra acaba de empezar», reconoce. Luego llegarán las medidas compensatorias, que es algo así como actuaciones ambientales en lugares cercanos que vienen a paliar los daños que no se han podido evitar in 'situ'. La más relevante es la restauración de una antigua explotación de turba de El Escudo que lleva años abandonada.
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