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Foto: María Gil / Vídeo: Pablo Bermúdez

El largo viaje de la vacuna

El itinerario de los viales de Pfizer desde Bélgica a Cantabria implica una larga lista de trámites y medidas de conservación

Álvaro Machín

Santander

Domingo, 7 de febrero 2021, 07:24

«Vale oro esto», dice Nuria Villar, la directora de la residencia DomusVi Liencres mientras camina por los pasillos detrás de Adrián Gómez, el enfermero del equipo del Servicio Cántabro de Salud que lleva una caja con 29 viales. Son 174 dosis de la vacuna de Pfizer. Seis por vial. Allí completarán su viaje. Con el pinchazo a Asunción Escandón, por ejemplo. «Ni lo he notado», comenta risueña. «Ahora me falta una semana». Se sabe perfectamente los plazos para estar inmunizada. Pero antes de la jeringuilla y el brazo de Asunción hay un largo recorrido, con tantos matices y precisiones como kilómetros. De Bélgica a la residencia cántabra pasando por cajas isotérmicas, ultracongeladores, un punto de almacenamiento vigilado en un lugar que no se ha dado a conocer, neveras de descongelación, ambulancias, volteos, diluciones, cronogramas, hojas de registro... «Vale oro esto». Y tanto. Es la vida misma.

Si se trata de describir el viaje, el origen de las dosis que llegan a Cantabria –en el caso de las de Pfizer– está en Puurs, Bélgica. La localidad, de 26.000 habitantes, era conocida entre los amantes de la cerveza –allí se fabrica la Duvel, por ejemplo–. Pero eso se ha quedado en nada. Ahora es uno de los puntos del planeta a los que se mira con esperanza. Allí, en la provincia de Amberes y a treinta kilómetros de Bruselas, se preparan los pedidos que llegan aquí.

Viajan a través de una empresa de logística –lo normal en este itinerario es combinar en el recorrido un tramo en avión y otro por tierra–. Directamente a Cantabria, cada lunes (al menos hasta ahora ha sido ese día), sin un punto intermedio de almacenamiento (la de Moderna sí que cuenta con un punto intermedio en Madrid). Las cajas vienen, además, acompañadas por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Con escolta. Pero, ¿en qué condiciones se transporta?

Ahí empiezan los matices. Los cuidados. Los viales van en unas bandejas algo más pequeñas que el tamaño de una caja de pizza (en concreto, de 23 por 23 centímetros). En cada una de esas bandejas van exactamente 195 viales. De ahí, a unas cajas isotérmicas (como máximo, cinco bandejas por caja), en las que se consigue mantener esas temperaturas de las que tanto se habla (entre los -70 y -80 grados) a base, entre otras cosas, de rodear el material de 23 kilos de hielo seco. La caja, si va llena del todo, pesa unos 35 kilos. Hagan cuentas. Si son 195 viales por bandeja y caben, máximo, cinco bandejas por caja, pueden ir 975 viales. A seis dosis por vial (utilizando la jeringuilla adecuada), 5.850 dosis. Desde el Servicio Cántabro de Salud explican que es posible recargar ese hielo seco de las cajas un máximo de dos veces con cinco días de intervalo entre cada cambio (prolongaría la conservación quince días), pero aquí no se hace porque la vacuna va directamente a un ultracongelador en cuanto llega a Cantabria.

APUNTES

  • Parte del equipo Susana Fernández (de asistencia y listas de espera), las farmacéuticas Raquel Prieto y María Oro, las enfermeras Patricia Corro y Clara Oruña y el médico José Luis Teja, junto a Rosa González (sistemas de información) y Valvanuz García (informática) forman parte del equipo que organiza la vacunación en el SCS. Ellos explican el viaje de la vacuna para este reportaje.

  • «Formar a formadores» Se trata de un procedimiento único que sale del Servicio Cántabro de Salud y que se traslada desde aquí a todas partes. Nosotros formamos a formadores. Tanto en la parte práctica de administración de la vacuna como en el registro», explican desde el equipo que coordina el proceso en paralelo a las explicaciones concretas sobre los pasos de la vacuna.

  • Los plazos En el itinerario completo que siguen las vacunas de Pfizer hay que tener también en cuenta los plazos de administración. Una vez inyectada la primera dosis de las dos necesarias, la segunda, según la última indicación de la Agencia Española del Medicamento, debe administrarse pasados entre 21 y 28 días para que la inmunización sea efectiva.

O sea, que, con todas esas precauciones –a las que hay que añadir que las cajas vienen con una sonda de control de temperatura y un dispositivo GPS que permite a Pfizer controlar en todo momento dónde está–, las vacunas ya están en la comunidad autónoma. Los pasos a partir de este momento están regulados por los protocolos del Ministerio de Sanidad, que fijó que cada territorio debía tener uno o varios puntos de recepción. Puntos autorizados Pfizer. En Cantabria, por tamaño, es uno. Un único «almacén logístico central», cuya ubicación concreta, por motivos de seguridad (el acceso es restringido, con controles de paso y con vigilancia las 24 horas), no ha trascendido.

Cada vez que llega un pedido a ese lugar acude un grupo de funcionarios del Estado y del Gobierno de Cantabria para verificar la entrega y dar la conformidad. Tras comprobar que todo está correcto (el número de dosis fijado, su estado), se vuelca la información con destino al proveedor en Bélgica y se desactivan las sondas de seguimiento. De las cajas isotérmicas, las vacunas pasan a los ultracongeladores que en su día se presentaron (cuando llegaron a Cantabria) en Laredo. En el almacén se realiza un control diario de existencias. Tanto de los viales, claro, como del material sanitario que se requiere en cada jornada de vacunación. Y también de los equipos de protección que se usan para trabajar en esas condiciones de frío. Guantes especiales, batas y gafas. Además, ese espacio está sometido a una vigilancia permanente de las temperaturas. De un lado, la del propio almacén (se miran cada día las gráficas de la temperatura ambiente de varios termómetros colocados por la instalación). Pero también la de ultracongeladores, congeladores y neveras necesarios para todo el proceso. Estos aparatos cuentan con sistemas que permiten un monitoreo permanente. Y más: si las temperaturas bajan de los rangos establecidos saltan unas alarmas sonoras y visuales.

Con los viales custodiados en estos aparatos a temperaturas de unos -70/-80 grados terminaría la primera parte del viaje.

Del almacén al pinchazo

A partir de aquí entra de lleno la parte organizativa. El cronograma que se hace en el Servicio Cántabro de Salud de salidas, dosis, horarios... Cuántas vacunas van, a dónde van y cómo van. Todo, en función de la disponibilidad de viales (el gran problema en este momento), del orden fijado, de las obligaciones que marca el calendario para cumplir los plazos con las segundas dosis o de los tramos horarios de conservación de las vacunas... Y de todas las contingencias que van surgiendo en el día a día.

Las bandejas de Pfizer vienen directamente de la planta, mientras que las de Moderna van antes a un punto intermedio

El Servicio de Registro del SCS introduce los datos de las listas de vacunados en la historia de cada persona

Tantas dosis a tal sitio y a tal hora. Esa orden implica el traslado de los viales desde los ultracongeladores a unas neveras para su descongelación. De los -70 grados a una temperatura que oscila entre 2 y 8 grados (en positivo). Se hace, mínimo, tres horas antes de que salgan de camino a una residencia, un hospital o un centro de salud (aunque el preparado sería estable en la nevera hasta cinco días). Todo, aún en el almacén central, en el que se preparan los 'pedidos'. Se tienen en cuenta las dosis requeridas (siempre múltiplo de seis en el caso de Pfizer), el material de administración (jeringuillas y agujas), el diluyente (suero salino, de acuerdo al tratamiento específico que supone esta vacuna –ARN Mensajero–) y se incluyen unas instrucciones según cada caso. Todo queda registrado en un acta de entrega con horario de recogida y persona responsable (también se establece una persona de contacto en cada punto de vacunación y se pone en conocimiento de la Policía Nacional o la Guardia Civil). Listo.

En la ambulancia

Lo que queda para completar el viaje se puede explicar con un caso práctico. Miércoles, a las nueve de la mañana. El Diario acompañó desde la sede del Servicio Cántabro de Salud, en Santander, a un equipo que tenía que vacunar en la residencia DomusVi Liencres. Paso a paso. Desde la espera de los agentes de la Policía Nacional mientras se preparaba el equipo y el ir y venir en el edificio sonando los teléfonos, hasta los primeros pinchazos a residentes y trabajadores ya en Liencres. Desde el «¿ya han salido?» y las confirmaciones de cada movimiento a los coordinadores en la sede del SCS hasta que Asunción Escandón, ya vacunada, estaba sentada en una sala reposando tras el pinchazo.

José Luis García, el técnico de emergencias sanitarias, es el que conduce la ambulancia. A bordo van dos enfermeros (Adrián Gómez y Jannete Gil) y una auxiliar (Esperanza Pérez). Normalmente son cuatro, pero ha habido una baja y ese día el equipo va con uno menos. No hay problema. Van ellos y una caja de poliespán que se traslada con mimo. Va rotulada y acondicionada para que los 29 viales que viajan dentro no se muevan. Además, en la caja van unos frigolines (esas pequeñas bandejas de frío que se meten en las neveras cuando uno se va de excursión). El transporte se puede hacer a temperatura ambiente, pero no están de más.

Hasta la residencia viaja tras ellos una dotación de la Policía Nacional. Cazoña, Corbán, carretera a Liencres... DomusVi, la antigua La Gloria, está a mano derecha en el cruce del centro del pueblo si uno viene desde Santander. Allí tuvieron un brote de seis casos en agosto. Pequeño (comparado con otros), pero del que se habló mucho porque fue de los primeros en la segunda ola. Cuando Adrián, uno de los enfermeros, baja del vehículo con la caja de las vacunas entre las manos, ya hay una cola de personas (trabajadores del centro) que están esperando en la entrada.

Sin pausa. Prisa tampoco, pero las vacunas de Pfizer tienen que diluirse antes de que se cumplan las dos horas desde que salieron de la nevera. Mejor no entretenerse. Hay que hacer eso y un doble volteo. No es agitar, es voltear suavemente los viales diez veces (cinco antes de la dilución y otras cinco después). Adrián y Jannete se ocupan de eso en la sala que se ha habilitado y José Luis, entre tanto, les ayuda a quitar los envoltorios de las jeringuillas. Esperanza, a la vez, ocupa una mesa allí al lado junto a parte del equipo de Nuria Villar, la directora de la residencia. El personal del SCS trae una lista con los nombres de las personas que van a vacunarse, que se coteja con la del centro «por si hay alguna incidencia». ¿Y si sobran dosis? «El protocolo indica que se comunica a un superior y se hace en base a un orden. Primero, nuevos ingresos (personas que han ingresado en el centro después de que se diera la primera dosis). Segundo, residentes que no se pudieron vacunar por algún motivo. Y tercero, trabajadores que no se pudieron vacunar por algún motivo. Lo vemos, llamamos, se nos autoriza y se añaden a la lista. Nunca tomamos la decisión solos». Lo dicen de carrerilla. Los 29 diales suponen 174 dosis. Tras un rato con las listas arriba y abajo se escucha un «van a sobrar siete». Si no sucede nada (que alguien finalmente no se vacune, que se rompa algo...), siete nombres se añadirán a la lista que se llevará al Servicio de Registro del SCS, que se encargará de incluir la vacunación en el historial médico de cada persona. Todo el que recibe el pinchazo (el primero y el segundo) queda recogido.

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A partir de aquí, todo se acelera. La médico del centro acude con una mochila de emergencia que se pone sobre una mesa «por si alguien se encuentra mal o se siente indispuesto». Por precaución. Emiliano González pregunta en el pasillo por su familia, que está fuera. Era usuario de la residencia cuando le dieron la primera dosis, pero ahora está en Padre Menni y le han traído desde allí. El personal del centro le tranquiliza con todo el cariño. «No te preocupes, que te están esperando». Dentro, los enfermeros ponen una hora en la bandeja de los viales con un rotulador. Las 16.26. La hora límite de vida de las vacunas. Se cambian (se ponen los equipos de protección individual por su seguridad y por la de las personas a las que van a vacunar) y empiezan.

Jannete se va con un carro preparado a vacunar a las personas que tienen dificultades para bajar desde su planta. Adrián se queda en la sala y van pasando según les dicen en el pasillo. «Un pinchazo cualquiera, ninguna molestia», dice Laura Girón, auxiliar en el centro y una de las primeras en irse a la sala de reposo. Vacunada. «Nada. Esperemos que sea efectivo y acabe todo esto. Estoy muy contenta y a ver si podemos hacer la vida anterior a la pandemia». Mientras lo cuenta le toca a Asunción Escandón. Se ha puesto como un pincel para vacunarse. Da gusto verla. ¿Nerviosa? «Ah, no. Ya me dieron la otra y nada. ¿Ya está? Pues ni lo he notado. Tienen manos de santo». Luego, ya descansando, cuenta que no tiene ninguna molestia y que tampoco la tuvo en los días siguientes al 'estreno'. Que está encantada en el centro, que no ha salido «para nada» y que está deseando que esto acabe, «pero me da que va para largo».

Luego camina hacia su día a día con una dosis dentro que ya ha terminado su viaje.

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