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Cantabria cuenta por fin con una asociación de orientadores educativos avalada por la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España (Copoe), que ... nace con vocación de definir las competencias de un colectivo con cerca de 300 profesionales solo en los colegios e institutos de Cantabria, y de plantear sus planteamientos en los foros oportunos.
Con el nombre de Asociación Profesional de Orientación Educativa de Cantabria (Apoecant), el colectivo se constituyó en noviembre y se presentará ante la sociedad cántabra el 12 de abril, en una jornada en el Ateneo de Santander en la que profesionales en activo y miembros de la Consejería de Educación y de la Copoe debatirán sobre los retos que tiene ante sí una figura cada vez más demandada. «La sociedad ha empezado a diversificarse en sus necesidades y eso tiene reflejo en la escuela», comienza explicando María José Ibiricu, vocal de Apoecant. En esta aventura representativa le acompañan Paz Civit y Rosario Villarroel, presidenta y vicepresidenta de la asociación. Las tres coinciden en que la creación del colectivo era inaplazable: Cantabria era una de las pocas autonomías pendientes de suscribirse a la Copoe y «defender», bajo este paraguas, las competencias de un grupo docente, cuanto menos, particular. «El perfil del orientador es tan singular y específico que era imprescindible crear una asociación profesional», dice Villarroel. Empiezan con 40 socios inscritos.
No es descabellado decir que hay un orientador en la vida escolar de todo niño antes, incluso, de que este acceda al sistema educativo. Y eso sucede gracias a los equipos de atención temprana -0 a 6 años-, que, en caso de que el futuro alumno tenga necesidades educativas específicas -por ejemplo, problemas en el desarrollo del lenguaje-, lo valorará para que pise por primera vez un aula con su informe bajo el brazo y sus apoyos ya definidos. Además, estos profesionales también identifican las necesidades que pueda tener un estudiante extranjero que se estrena en el sistema cántabro. «Ahí estará siempre el orientador», constata Villarroel.
En el circuito escolar, bien en equipos o en departamentos, estos profesionales se ocupan del alumnado de Infantil y Primaria, Secundaria, y Educación para Personas Adultas. Sus funciones de asesoramiento, apoyo y certificación son a veces desconocidas, pero tan extensas como para llenar más de una página de este periódico. Por citar un puñado de asuntos de su incumbencia profesional, juegan un papel en los protocolos de acoso escolar, salud mental o prevención del suicidio; en el ámbito de las metodologías y las necesidades educativas especiales; en la dinamización intercultural; en las tutorías; en las adaptaciones curriculares, o en la orientación académica y profesional del alumnado. En Primaria, esta última tarea se centra en favorecer la transición a Secundaria, y en la etapa superior «es un trabajo clave, nuclear» para que el alumno dirija sus pasos hacia un bachillerato concreto, un ciclo de FP...
En su trabajo influye, lógicamente, el tamaño del centro. Tirando de experiencia propia, Ibiricu constata que «no tiene nada que ver» la labor en el colegio de Luena que en los grandes centros de Bezana o Cayón. Civit introduce aquí una de las reivindicaciones del sector: la rebaja de las ratios y más ahora que los casos que atienden han aumentado. «En Secundaria hay una reivindicación clarísima a nivel nacional que tiene el aval de la Unesco: que haya un orientador cada 250 alumnos», dice la presidenta. Apoecant también se suma a la petición de asignar un orientador a los centros integrados de FP: «Es necesario que estén en FP, en esa etapa hay también necesidades educativas importantes», apoya Villarroel. Y siguiendo con las mejoras para sus compañeros, esta orientadora confía en que la «sobrecarga burocrática» que arrastran mejore «simplificando» y «unificando» los procesos. «Sería estupendo. Sabemos que la Consejería está en ello».
Además de a nivel de centro, el orientador trabaja a nivel individual. «Hacemos mucha labor de mediación entre centros y familias. Es muy importante», dice Ibiricu. Y esto cobra más relevancia ahora que, según revela Civit haciéndose eco de las sensaciones de sus compañeros, los casos aumentan. «En Secundaria es donde se nos está pidiendo muchísimo trabajo, muchísima más labor».
Con la no tan lejana «epidemia del covid» como «punto de inflexión», los casos que más se han incrementado tienen que ver con la salud mental (las conductas autolíticas, entre ellos) «tanto en Primaria como en Secundaria»; con la interacción social y el desarrollo del lenguaje -y aquí entran en juego «las pantallas»-, o con el acoso, si bien ese protocolo «ha permitido que salgan a la luz casos que antes no salían». En los últimos años -cinco, concreta Ibiricu-, el crecimiento de estas y otras situaciones ha sido «exponencial», entre otras razones, argumentan estas profesionales, porque los problemas de desarrollo de los niños se detectan más y «se detectan antes». «En el momento en el que estamos, creemos que nuestra labor es imprescindible», apunta Villarroel, que confía en que la asociación funciones como un altavoz del sector.
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Ana del Castillo
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