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Amanecía abril cuando Mélenchon, en la primavera electoral francesa, pronunció su mitin de la paz en Marsella. Allí, frente al Mediterráneo, el veterano profeta ... de la izquierda agitó una rama de olivo y setenta mil personas rugieron en un vibrante silencio durante un minuto de duelo. Cómo es posible –proclamó– que el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio donde 30.000 personas han desaparecido bajo sus aguas. Predicaba Ghandi que la humanidad es como el mar, hay que seguir creyendo en ella aunque algunas de sus gotas estén sucias. Rajoy sublimó este ejercicio de fe en su concepto 'casos aislados', tan contrariamente frecuentes que alumbraron una marea negra de corrupción. El Mediterráneo tampoco es azul, aunque ignoremos los hilos rojos que lo enturbian. Aunque hayamos borrado nuestras lágrimas por el pequeño Aylan, a quien las olas durmieron para siempre en aquella orilla.
Un barco lleno de personas huyendo de miserias y conflictos navega hacia nosotros porque Italia cerró sus puertos. Nada de lo que ocurra a los hombres nos ha de resultar ajeno, predicaba Juan XXIII. Pero a algunos les resulta incómodo. Los de la marea negra de casos aislados critican que la decisión del Gobierno «es un discurso buenista que llega al corazón de la gente». La ley en nosotros se llama conciencia y afortunadamente algunos no temen reivindicarla. Especialmente cuando la única alternativa ante esta emergencia es dejarles morir de hambre en el mar. Reclaman, también, que la emigración mediterránea se solucione en su origen. Para eso, habría que localizar el epicentro de un círculo siniestro del que todos somos cómplices. Ellos huyen del hambre y de las guerras que se alimentan con armas que construimos nosotros, para hacer negocio, y que también viajan en barcos hacia sus mortíferos destinos. Algunos, incluso, parten desde el puerto de Santander. Así que, de alguna manera, también somos origen.
Si les mandamos armas, por qué no recibir a quienes huyen de ellas. Sólo son personas que llegan vencidas a esta orilla. Si nosotros cerramos los ojos, ellos dejan de existir. Después, todo se evapora cuando encendemos la tele para ver Supervivientes.
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